Inició la carrera por el poder local, confrontación de posturas ideológicas que aviva los ánimos frente a un cambio y lo que delinea para el futuro próximo de la nación. Tensión política, que se respira en Colombia, invita a poner los pies en la tierra y tomar consciencia de lo que está en juego en los comicios locales del 29 de octubre.
Esfuerzo de la izquierda por negar lo evidente toma carrera para justificar los comportamientos indelicados que se han evidenciado en los últimos días, tozudo proceder que invoca líneas éticas a las que jamás se aproximarán los militantes del Pacto Histórico y sus partidos aliados. Elegir bien, en octubre, es fundamental para salir del caos que se plantea desde el gobierno central, Colombia requiere que desde las bases del poder local se enrute el empleo, la educación y se estructuren las líneas de acción para combatir la inseguridad, la violencia y el narcotráfico que se asienta en las zonas rurales del país. El amor de patria está resquebrajado y resentido con la inviabilidad política, económica y social que se trasluce en una apuesta de cambio que se diluye en la corrupción clientelista, y distante está de la honestidad, el espíritu de transformación y la justicia para el pueblo más humilde.
Multiplicidad de candidatos, de todos los partidos y corrientes ideológicas, que se inscribieron para ser elegidos gobernadores o diputados en los 32 departamentos, sumados a quienes aspiran a las alcaldías, consejos y juntas administradoras locales en los 1.101 municipios, son el reflejo de una casta política tradicional que comparte el propósito de mantener, fortalecer sus privilegios, y no debería ser elegida. El cambio, antes que estar ligado a una corriente particular, debe estar próximo a candidatos técnicos con conocimiento de las realidades de los territorios, dominio profundo de cifras, problemas y realidades del entorno que sirven de plataforma para ponerse al servicio de las poblaciones y dar solución a los problemas que tanto aquejan al ciudadano. Para poder avanzar con tranquilidad se debe optar por alternativas que, antes que polarizar y proyectar odio o resentimiento, unan y mantengan la libertad de pensamiento y expresión que se debe preservar en el orden democrático de los colombianos.
La trayectoria política y administrativa, el reflejo de autoridad, las competencias gestoras, y la capacidad de diálogo deben ser factores contundentes que saquen de competencia a personajes que atomizan el proceso electoral con su capacidad polémica que desvía la atención y deja al margen que son poco concretos y tienen mucha propuesta sin evidencia para su cumplimiento. Planteamientos escuchados, en los primeros días de campaña, confirma que son muchos los que ignoran lo que implica la función pública, en la plaza electoral toman carrera una serie de sujetos demagogos carentes de pensamiento crítico que se constituyen en un peligro total para la gobernanza y la gobernabilidad. El debate de las elecciones locales debe trascender la polarización, la estigmatización, y los duelos propios de la carrera política para dar paso a las propuestas destacadas para la construcción de futuro.
Coyuntura social, que gira alrededor de la protesta y el inconformismo de los jóvenes, es la que abre camino a programas políticos que apuestan por sustentar su caudal electoral en células urbanas, grupos violentos, que desde las vías de hecho hacen de las suyas, se apropian de lo ajeno, e imponen su voluntad. En la carrera política se encuentran un sinnúmero de candidatos que develan que se harán elegir con unas propuestas para gobernar con otras, personajes que concentran su discurso en hablar de gente ausente y no en exponer propuestas, soluciones y formas de cómo mejorar, de verdad, la calidad de vida de los colombianos. La nación requiere candidatos que defiendan a Colombia de tanta violencia, que sean rigurosos y asuman su responsabilidad social en el cambio que requiere el país.
Complejo resulta que salgan elegidos quienes, al margen de la honestidad, luchan por el voto ciudadano para lograr un escaño en la administración pública para lograr dádivas y retribuir con puestos o contratos a quienes los financiaron. Esos que hoy hacen esguince a una narrativa de pedagogía, educación y cultura ciudadana como pilar del respeto por la norma y la autoridad, son los mismos que con cara adusta generan empatía con la gente, se expresan de forma adecuada y con radical populismo buscan justificar su responsabilidad en la inseguridad y el odio que se incentivó desde las primeras líneas. El ejercicio democrático de los colombianos está plagado de oscuros personajes que hablan de paz total mientras estimulan a los bandidos dándole subsidios. En Colombia no puede seguir tomando carrera una ralea que ve en el terrorismo, la violencia y la incitación al odio, su manera de hacer política y beneficiar a sus patrocinadores.
La nación requiere dar un giro de 180º en la forma de hacer política, despertar en las elecciones regionales del 29 de octubre para cambiarle el rumbo al país. Quienes hacen lo ilegítimo para llegar al poder venden su consciencia y luego se ven impedidos para actuar contra los bandidos y permitir que la justicia actúe para reestablecer el orden que se ha perdido. El camino a las elecciones no se puede constituir en un escenario de confrontación personal e ideológica que saca a flote intereses particulares que priman sobre las necesidades colectivas de las comunidades regionales, ajedrez político que pone a la luz pública una serie de tácticas, componendas e infraestructuras que llaman a cuestionar el cómo se establece la política local en Colombia. Ansias de poder concentradas en la izquierda, el centro y la derecha polariza profundamente al electorado y concentran la atención en banalidades egocéntricas de los candidatos del momento, dejando de lado las propuestas de fondo frente a los problemas de las regiones.
La plaza pública quiere ver planes y acciones que vinculen hechos palpables del día a día. El fenómeno local y puntual que se da a los ojos de los grandes medios llama a preguntar cómo es lo que se ve y vive la realidad social en los diversos municipios del país. El mapa político desde intereses particulares pesca en río revuelto y polariza al electorado en extremos recalcitrantes ligados a las figuras caudillistas que difícilmente admiten puntos medios. La nación está a la espera de propuestas innovadoras que, desde el poder local, fijen una ruta para romper el entorno que no deja superar el conflicto y sucumbe a Colombia en el marco de la crisis económica, política y social. El reto para los candidatos está en demostrar su idoneidad y desde ella romper con la abstención, captar la atención de los indecisos, y cambiar de opinión a aquellos que tienen como alternativa el voto en blanco.
Como país se requiere enderezar el rumbo social, establecer políticas públicas para que como actores de una comunidad se pueda avanzar en el concepto de nación en progreso. Desde el respeto por las diferencias es posible construir futuro sin apropiarse de la viga que habita en el ojo ajeno. La egolatría, el delirio de persecución y las ansias de poder son las que despiertan odios y pasiones al interior de la carrera política, calvario de fuego amigo que atomiza las aspiraciones electorales. La falta de autoridad y la carencia de justicia es el producto de un grupo de políticos con estupendos discursos y pocas acciones para la ejecución de la infinidad de promesas que hacen en campaña. Los colombianos deben escuchar atentamente las propuestas políticas que se presentan para las elecciones locales del 29 de octubre, y contrastar los pensamientos y acciones de los líderes políticos, tener puntos de vista claros y objetivos para que, sin tener las manos atadas, puedan tomar la decisión correcta en los próximos comicios.
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