Todo empezó como una promesa para la historia: “Borrar tu legado, será nuestro legado”. La juventud chilena que detonó el impresionante Estallido Social del 14 de octubre de 2019 se propuso como causa histórica defenestrar la “Constitución de Pinochet” y construir desde sus cimientos un nuevo modelo institucional, en el cual tuviera cabida una serie de transformaciones económicas y sociales, así como el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas y la nacionalización del agua.
Las protestas sacudieron las principales ciudades del país y retumbaron con fuerza en la región. Fue lo más cercano al inició de una primavera latinoamericana.
A lo cinco días de la detonación del Estallido, el entonces presidente, Sebastián Piñera, pidió perdón por lo que consideró como una “falta de visión de sucesivos gobiernos”, y anunció, como respuesta institucional a la crisis, un ambicioso paquete de reformas sociales. Pero estas medidas no fueron suficientes para disuadir la tensión en las calles y Piñera no tuvo más alternativa que ceder a la posibilidad de reformar la Constitución de 1980; así, con el respaldo de fuerzas políticas opositoras y oficialistas, se suscribió el “Acuerdo Social por la Paz Social y la Nueva Constitución”.
También inició un intenso juego de Ping-pong constituyente que se extendería por cuatro años.
El 25 de octubre de 2020 se realizó la primera partida de este juego con la celebración de un plebiscito nacional (el primero desde 1989). En la papeleta solo había dos preguntas: 1). ¿Quiere usted una Nueva Constitución?; y 2). ¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución? En total, 7.569.082 chilenos concurrieron a las urnas -el 50.95% del padrón electoral-. Tanto la opción del Apruebo como el de la Convención Constitucional arrasaron, con un 78.28% y 79.00%, respectivamente. Sin duda, ante los reclamos del Estallido la sociedad chilena se expresó con contundencia.
Y los factores detonantes del Estallido volvieron a emerger con muchísima fuerza en el batacazo electoral del 15 y 16 de mayo de 2021, cuando en la elección de los miembros de la Convención Constitucional las listas independientes, de centro-izquierda e izquierda se impusieron ante el oficialismo y los partidos tradicionales. Lo que de entrada se interpretó como un voto castigo al gobierno de Sebastián Piñera y confirmó la irrupción de los independientes como un actor clave.
En esta segunda partida del juego de Ping-pong la izquierda se alzó con una gran victoria electoral, y a su vez, empezó a incubar la semilla de la arrogancia y el sectarismo que marcaría su carácter en la elaboración de una nueva propuesta constitucional. Desde la derecha se cuestionó una Convención que se presentaba como “secuestrada” por los sectores de izquierda y se inició con una sistemática campaña de desinformación.
En el intermedio, la centro-izquierda y la izquierda volvieron a demostrar su capacidad electoral en el balotaje del 19 de diciembre de 2021, ya que, Gabriel Boric, quien en la primera vuelta había alcanzado la segunda posición con 1.814.809 votos -el 25.83%-, logró agrupar en torno a su aspiración a una amplísima coalición que superó por más de diez puntos al ultraderechista José Antonio Kast. El manifiesto compromiso de Boric con el proceso constituyente en curso resultó crucial para allanar su victoria.
Pero como “gobernar es decepcionar” -y eso lo entienden muy bien los chilenos-, el arranque de Boric fue duramente cuestionado por una sociedad ávida de cambios, su popularidad también empezó a menguar entre parte de sus antiguos electores y sobrevino un creciente desencanto; paralelamente, la Convención Constituyente sesionaba y se vio “secuestrada” por una narrativa de desinformación y miedo que, sumada a los propios errores de algunos de sus miembros, erosionó su credibilidad ante un electorado muy exigente.
Todos estos factores se sincronizaron para que el 4 de septiembre de 2022, en la tercera partida del Ping-Pong constituyente, la derecha reagrupara sus fuerzas y se alzara con una incuestionable victoria en un plebiscito que rechazó la propuesta constitucional presentada por la Convención. Y ciertamente no fue una victoria menor, porque la opción de Rechazo logró 7.8 millones de votos, equivalente al 61.89%; mientras que el Apruebo, solo obtuvo el 38.11%. A este punto, quedaba claro que la correlación de fuerzas estaba cambiando a favor de la derecha.
Y un antiguo derrotado, el ultraderechista José Antonio Kast, aprovechando que Boric insistió en continuar con el proceso constituyente, se alzó con la victoria el 7 de mayo de 2023, cuando, en la cuarta partida del juego, su Partido Republicano alcanzó el 35.41% de la votación en la elección de un nuevo Consejo Constitucional que resultó más proclive a las fuerzas conservadoras. La izquierda se vio reducida y a la expectativa de otro proceso electoral en una sociedad que ya evidenciaba síntomas de agotamiento. ¡Con justa razón, cinco elecciones en menos de tres años!
El pasado 17 de diciembre aquel Ping-pong constituyente llegó a su fin, y nuevamente, con un resultado contundente: el 55% del electorado rechazó la nueva propuesta constitucional. Cerrando así una aventura que solo dejó en su camino ganadores parciales, porque a la final, ni la izquierda ni la derecha, con sus formas y sus prácticas, se lograron imponer en una proceso convertido en un campo de batalla, con sectarismos que anularon la capacidad de establecer consensos sociales y que antes evidenciaron la división de una sociedad que todavía sigue reflexionando sobre la forma de asumir su pasado.
Y de aquella promesa para la historia de “Borrar tu legado, será nuestro legado”, solo queda un vago recuerdo, que tal vez, con los bríos de una próxima generación, podrá detonar en el Estallido de una juventud llamada a cambiarlo todo. Porque por el momento, eso no pasará.
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