He crecido en un país donde, infortunadamente, el miedo es el diario vivir, un país dónde la gente sufre por las irregularidades estatales, un país que muchos han tildado de mierda, y otros tantos, hipócritamente, de “el mejor país del mundo”. Aun así, hoy no quiero ahondar en muchas de las problemáticas que cobijan a mí país; pero creo que debe ser el punto de partida para hablarles un poco del periodismo colombiano.
Hace varios años, decidí inmiscuirme en la pasión que acarrea el arte de escribir, de contar historias, de sentarme a escuchar diversas voces –fuera de mi cabeza—y que pudieran darme una visión diferente de mi contexto; decidí, por vocación, ser periodista, sin saber el riesgo que implicaría serlo; decidí lanzarme a escribir, a plasmar en diferentes lienzos realidades subjetivas, a mostrarle al mundo mi percepción de él, tratando de ser imparcial con el ejercicio informativo.
También; además, decidí qué quería hacer de mi vida algo que realmente me apasionara y que no me obligara a actuar bajo decisiones de otros; sin embargo, mis ideales se tornaron un poco toscos y ajenos a la realidad, pues sin querer resulté decidiendo en un sistema que no me corresponde y que no manejo, en una sociedad de la que hago parte pero que no puedo controlar a mí antojo, y de igual forma, en una sociedad en la que vagamente son consideradas las decisiones del ciudadano, a sabiendas del mal manejo sistema democrático.
En Colombia, como en muchos países de América Latina, el ejercicio periodístico se ha visto sometido muchas veces a la opresión, a la censura, a la intimidación, y en el peor de los casos a la muerte. Escribir, como una manifestación periodística, es un ejercicio subvalorado, en el cual, a veces, ha sido el mismo periodista quien se encarga de denigrar el oficio, con su falta de compromiso por este, y por no tener el mínimo tacto ético de la profesión: corroborar la fuente y contrastarla.
La inmediatez juega un papel preponderante en el mundo de hoy, y el mal llamado “periodista ciudadano” sale a relucir cada vez más, en una esquina, con su celular –y sin libreta en mano–, dispuesto a capturar la realidad de los hechos y acompañarlo de un titulo morboso que despierte sentires en los espectadores, sin importar el pudor. Ya se volvió el pan de cada día, leer o ver en los “grandes medios”: “El periodista es usted” (!), pero sí qué lo es… desprestigiando la labor.
La lucha contra el “periodismo emergente y contemporáneo”, parece ser cada vez más ardua; el mal se ha impuesto al mismo modo cual bacteria con virus se expande a grandes densidades; temerosamente, el periodismo colombiano se ha visto infestado por las urbes de poder, por la supremacía política, por el afán de contar primero y hasta por la autocensura –siendo el mismo periodista un obstáculo frente a su ejercer–.
El miedo ha hecho de las suyas, y ha obligado al periodismo supeditarse a las circunstancias: llámese poder político, económico, represión, muerte, inmediatez, autocensura… o como venga al caso… y casi siempre termina el periodista, vendiéndose al mejor postor.
Vale la pena aclarar, en palabras de Ángel Unfried, que “como periodistas no somos una herramienta de la justicia o de la verdad” y que nuestro trabajo más bien se enmarca en “una búsqueda de la verdad subjetiva”; sin embargo, sí somos mediadores de información, de contenidos, estamos en la capacidad de conectar al lector con la realidad, desde diversos ángulos y; además, podemos llegar a ser gestores de conocimiento y educadores en una sociedad que consuma un ejercicio periodístico responsable, y con criterio digno de sí.
Es necesario hablar de una reivindicación del concepto Periodismo, en la medida que se pueda hacer una revaloración del mismo, pues así como Maria Cecilia Munera habla de una “Resignificación del desarrollo”, nosotros podríamos estar hablando de una resignificación del periodismo; dónde la academia sea, en primeras instancias, quién forme periodistas, desde la Comunicación –o diversas áreas del conocimiento—con herramientas suficientes para alzar su voz, y no necesariamente técnicas; ya después que venga toda una construcción de calle, donde la suela se gaste con orgullo y dignidad.
Hay quienes afirman, como Jorge Eduardo Mendoza, que “el periodismo no debiese ser una carrera profesional si no más bien una especialización o maestría” y qué las universidades no deberían centrarse en formar profesionales, desde sus pregrados, para hacerlos periodistas y lanzarlos al mundo sin una construcción conceptual y teórica desde la historia, la política, la filosofía, la economía… y cuanta ciencia implique un bagaje conceptual construido, que haga periodistas competentes para abordar diversos temas en las salas de redacción.
Es por esto que los medios de comunicación cada vez están más llenos de profesionales de diversas áreas que de comunicadores, debido a qué en Colombia no es necesario portar una tarjeta profesional para ejercer el oficio de periodista.
Aún así, el periodismo es más pasión qué profesión y en la medida que asumamos la responsabilidad en su quehacer, podremos estar ayudando a construir territorio social… sin necesidad de ser justicieros de la verdad y siempre qué prime el oficio ante el interés personal.
“Yo recomiendo a los jóvenes periodistas que no ejerzan el periodismo como un poder sino como un servicio. También les digo que no se hagan periodistas por cálculo sino por pasión” Javier Darío Restrepo.