“Objetivamente para que pueda existir el perdón tiene que existir lo imperdonable, si hay algo que perdonar sería lo que en el lenguaje religioso se llama pecado mortal, el peor, el crimen o el error imperdonable y políticamente existen una serie de pecados mortales que a simple vista pueden ser imperdonables como los crímenes de estado y los crímenes de lesa humanidad”.
De acuerdo con la RAE, la palabra perdón proviene del prefijo latino per y del verbo latino donare, que significa pasar, cruzar, pasar por encima de, donar, regalo, obsequio. Del término perdón procede la idea de una condonación, de una remisión, cese de una falta, ofensa, demanda, etc.
El perdón, por mucho tiempo estuvo limitado al ámbito teológico-espiritual, es decir, dentro de los parámetros del hecho de la religión (digamos abrahámica, para poder juntar allí el judaísmo, los cristianismos y el islam), un ejemplo de ello es la actitud de José el hijo de Jacob ante sus hermanos (Génesis 45:4), para citar un caso en especifico. Posteriormente a ello la categoría de perdón fue tomando una importancia significativa en el hecho jurídico y finalmente en el hecho político.
El uso del perdón en el ámbito político ha empezado a jugar un papel fundamental. Este hecho ha conllevado a que en naciones y estados se reconozcan: derechos naturales, derechos fundamentales, derechos civiles, derechos humanos, y derechos políticos. Por encima de ello, el acto mismo del perdón ha conllevado al reconocimiento de los hechos negativos (crímenes, vejámenes, ofensas, errores, crímenes de lesa humanidad, etc.) presentados en conflictos civiles y militares dentro de las naciones donde se han presentados estos fenómenos socio-políticos.
Este acto (el de pedir perdón) al que el filosofo francés Jacques Derrida califica como un acto todavía abrahámico, es un hecho que aunque se halla mundanizado tal acto aun “cruza y acumula en él poderosas tradiciones (la cultura abrahámica y aquella de un humanismo filosófico, más precisamente de un cosmopolitismo nacido él mismo de un injerto de estoicismo y cristianismo pauliano)” (Derrida, 2007, p. 24), se ha impuesto aun a culturas no cristianas como a la japonesa por ejemplo, quienes les tocó pedir perdón a los coreanos y a los chinos por los males causados en el paso.
Objetivamente para que pueda existir el perdón tiene que existir lo imperdonable, “si hay algo que perdonar sería lo que en el lenguaje religioso se llama pecado mortal, el peor, el crimen o el error imperdonable” (Derrida, 2007, p. 25) y políticamente existen una serie de pecados mortales que a simple vista pueden ser imperdonables como los crímenes de estado y los crímenes de lesa humanidad. Para citar un caso en especifico: los falsos positivos ocurridos durante la llamada “Seguridad Democrática” del ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez demostrados palpablemente por la justicia ordinaria colombiana y corroborados por el tribunal especial Jurisdicción Especial para la Paz JEP, crímenes que suman 6.402 caso que para la opinión publica, la comunidad nacional en general y la comunidad internacional son actos totalmente reprochables, inhumanos y monstruosos, es decir, imperdonables, y es justo en casos como estos donde existe el perdón como una condición especial en el acto.
Dentro del conflicto armado en Colombia, todos los agentes que participaron en el son culpables de los peores crímenes que se pueden cometer. Tanto el Estado colombiano como las guerrillas y los demás grupos extralegales que directa o indirectamente hacían parte del conflicto deben sentarse, reconocer sus crímenes, pedir perdón y resarcir a las victimas, solo así se puede lograr una paz estable y duradera.
Bíblicamente el arrepentimiento empieza por el reconocimiento del pecado, de la culpa, del acto reprochable cometido, jurídica y políticamente no puede ser la excepción. Al reconocerse el crimen, ese “yo lo hice” o “nosotros lo hicimos”, abre una puerta de alivio para las victimas directas o indirectas del caso y posteriormente al perdón.
Socialmente en Colombia, debido a la desinformación y a la manipulación que se le ha estado dando al concepto de perdón, la sociedad en general ha preferido interpretar (desde el ámbito jurídico-político) que perdonar es lo mismo que amnistía, lo mismo que impunidad, cuando no es así. El hecho del perdón simplemente es el acto en sí de reconocimiento de la responsabilidad neta hallada en los crímenes cometidos por X o Y grupo o personas. El hecho de pedir perdón a la victima no exonera al culpable del hecho, pero si es el camino para el reconocimiento de la culpa y el compromiso de la no repetición.
Todo acto de paz involucra un hecho de reconciliación y ese proceso de reconciliación empieza por el perdón, “el ejemplo sorprendente de la comisión Verdad y Reconciliación en Sudáfrica” (Derrida, 2007, p. 23) después del fin del Apartheid, dio resultados que hoy son referentes a nivel mundial, por ello la JEP y la Comisión de la Verdad en Colombia debe verse como la garantía para adelantar no solo un proceso de esclarecimiento de los hechos y por ende de reconciliación social sino las cauciones del asentamiento de las bases solidas para la construcción de una paz estable y duradera.
El perdón se hace efectivo, tiene lógica, o es legítimo, cuando el que lo pide lo hace sin ningún interés material a cambio. Cuando el arrepentido pide perdón para que no lo juzguen o lo castiguen por el crimen o la falta que cometió ese acto en sí mismo no es legitimo, puesto que el perdón solo busca la aceptación de la culpa, de la responsabilidad del hecho cometido, es decir, del hecho imperdonable.
En un país como el nuestro, en el que se han cometido actos, o para ser más específicos, crímenes graves, a lo lago de la historia de la republica, este perdón histórico debería ser un imperativo categórico en el que los actores involucrados en actos criminales y la sociedad colombiana empezaran a tejer un nuevo matiz social, cultural y por ende político, en palabras del hoy presidente Gustavo Petro: “si queremos construir una sociedad (…), del perdón, que pueda convivir en paz, que no mate todos los días, donde el perdón de lo imperdonable sea necesario únicamente en circunstancias realmente extraordinarias, si queremos construir una sociedad de este estilo, el mínimo político es una ruptura que nos permita cambiar”. (Petro, 2007, p. 256).
Referencia bibliográfica:
Derrida, J. (2007). Política y perdón. En Chaparro, A. (Ed). Cultura política y perdón. (pp. 21-45). Editorial Universidad del Rosario.
Petro, G. (2007). El Perdón es solidaridad. En Chaparro, A. (Ed). Cultura política y perdón. (pp. 254-258). Editorial Universidad del Rosario.
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