“El país de Duque es uno ciertamente más avanzado que el que recibió Santos hace ocho años.”
¿Qué país entrega Santos? ¿qué país recibe Duque? Hay que partir de una premisa: ni el país que entrega Santos es un idilio, ni el país que recibe Duque es una hecatombe. Por supuesto, es un país con avances notables con respecto a 2010, con mucha menos población en situación de pobreza, con muchísimas menos muertes violentas, con mayores flujos de inversión extranjera, una infraestructura renovada, menos desempleados y más turistas extranjeros pasando por los puestos de migración de los distintos aeropuertos del país, muchos de ellos ampliados y modernizados.
Pero Colombia es un país de contradicciones y quizás Duque las deberá enfrentar: un país con menos muertes violentas, pero con más hectáreas de coca; un país con más turistas, pero con una creciente percepción de inseguridad en las calles; un país con muchos menos pobres, pero con un creciente inconformismo social reflejado en buena medida en la impresionante votación obtenida por la izquierda en las pasadas elecciones. Por donde se le vea hay avances, pero un gran reto para consolidar esos esfuerzos y que se reflejen aún más en bienestar para todos.
Duque llega a la presidencia en un momento difícil para su propio partido. Y en sí mismo él es una de las tantas paradojas de Colombia: invoca la unidad de la nación desde un partido caracterizado por posiciones radicales que dividen más de lo que cohesionan. Quizás el presidente electo lo supo desde el momento en que aspiraba a ser el inquilino de la Casa de Nariño, cuando en su publicidad usó colores y mensajes muy distintos a los de su partido y donde el nombre de este solía aparecer en contadísimas excepciones, como en una insospechada prudencia. Lo paradójico es que él no estaría hoy a punto de convertirse en el presidente de la República de no haber sido por ese partido.
El próximo gobierno tendrá que llegar con la expectativa, por supuesto, de promover su agenda de país. Pero no será fácil, porque deberá lidiar con un sector de su partido que apuesta por borrar el legado de Juan Manuel Santos, mientras las condiciones generales le exigen que mantenga algunos aspectos esenciales de la obra del saliente presidente, en particular las reformas derivadas del acuerdo de paz. Si Iván Duque quiere aumentar la productividad del campo colombiano, por ejemplo, deberá reglamentar el catastro rural y otras medidas contenidas en el acuerdo final con las FARC. Ahí asomará las orejas otro importante desafío: mantener alineado a un Congreso de la República cuyos partidos piden mayor participación en la coalición de gobierno mientras el Centro Democrático sigue pensando que arrasó y que no hay que compartir el botín.
El país de Duque es uno ciertamente más avanzado que el que recibió Santos hace ocho años. La gobernabilidad del nuevo presidente tampoco está clara, máxime con sectores de su propio partido esperando que el tótem sea Uribe, mientras otros sectores aspiran a que el presidente electo abra las puertas para consolidar las reformas que demanda la sociedad colombiana. Esta contradicción llamada Colombia se debate entre quienes miran con ansias al pasado mientras el país llega mucho más preparado para atravesar las sendas del futuro.