Uno de nuestros grandes científicos, el bioquímico Joan Oró, me dijo un día: «Eduardo, las cosas van a cambiar; cuando la gente mire la Tierra desde fuera, la mentalidad cambiará». Pasaron años y las imágenes de la Tierra desde el espacio inundaban los medios de comunicación, pero no parecía atisbarse tal cambio de mentalidad. Y James Lovelock tampoco lo percibió en aquel momento. «Aún no hemos hecho suficiente daño a la Tierra para darnos cuenta de lo maravillosa que es», me dijo en respuesta al comentario de Oró.
Pero Oró no iba tan desencaminado: a principios de los años sesenta, James Lovelock recibió una invitación de la NASA para buscar señales de vida en otros planetas de nuestro sistema solar. Y no fue hasta entonces, hasta que centró toda su atención en el espacio, cuando adoptó una visión externa de la Tierra. Fue entonces cuando Lovelock experimentó en sus carnes el cambio a que se referiría Oró décadas más tarde.
En esa época, Lovelock percibió nuestro hogar como un gran superorganismo, autocambiante, autorregulado, que denominaría Gaia. Según su hipótesis, la propia vida mantendría las condiciones en la Tierra. «Una vez aparece la vida, el planeta ya no evoluciona como los demás, perdiendo su agua y convirtiéndose en un desierto, como ha ocurrido en Marte o Venus. En cierto modo la vida se hace cargo de todo y controla la evolución».
La hipótesis de Gaia ha desatado ciertas polémicas, pero al margen de estas Lovelock tuvo la capacidad de mostrar al mundo que formamos parte de algo muy muy complejo que guarda un sinfín de relaciones entre sus partes. Todo está conectado y la Tierra es un sistema con una enorme resiliencia, pero también tiene un límite y de cruzarse esa frontera si no lo hemos hecho ya, como él mismo cree quizá no haya vuelta atrás. Sea cierta o no, ¿la de Gaia no les parece una idea brillante?
¿Quién es?
Científico y escritor, de 96 años. Su carrera es tan dilatada como prolífica y es difícil encasillarlo en una única disciplina: ha sido químico atmosférico, astrobiólogo, ambientalista e incluso inventor. En las últimas décadas ha trabajado como científico independiente, pero sus ideas más relevantes se gestaron durante su estancia en la NASA.
¿De dónde viene?
Lovelock nació en Letchworth, al norte de Londres, en el seno de una familia humilde. No tuvo oportunidad de ir a la universidad. Según él, el no especializarse le otorgó una visión multidisciplinar de las cosas, que fue la clave de su éxito.
¿Qué ha aportado?
Planteó la hipótesis de Gaia: la Tierra es un sistema vivo con capacidad de autorregulación. En 1971 compartió su hipótesis con la comunidad científica, pero no fue hasta 1979 cuando la dio a conocer a la sociedad con su libro Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra.
La anécdota
Lovelock acuñó el término ‘Gaia’ gracias a la sugerencia del escritor y amigo suyo William Golding, autor del conocido El señor de las moscas. Según Golding, cualquier ser vivo merece tener un nombre, y para denominar a nuestro planeta ¿qué mejor que Gaia, la diosa griega de la Tierra?
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