¿Qué depara la gloria? ¿Será que la ruina es el fin de los que se declaran campeones? La fama es el tribunal de los ojos, la sentencia de la boca y la condena de los actos. Cada paso, cada golpe, cada movimiento y cada jab te enaltece o simplemente es el ¡Nocaut fulminante! De una vida que se puede ir en un conteo hasta diez.
El oro y la oscuridad es un gran reportaje biográfico que relata la historia del gran Kid Pambelé, (Antonio Cervantes), un campeón y un olvidado más del “país sin memoria”, un “hombre” porque así le toco asumir su vida: como el “macho de la casa”. Es proveniente de San Basilio de Palenque, una población que lleva su marca: la victoria, por ser la primera que como esclava se reveló contra la tiranía española.
Este hombre que en su infancia fue embolador y vendedor de cigarrillos de contrabando, se convirtió en un campeón. Es aquel que nos enseñó a ganar y no a conformarnos con el “casitriunfar”, con el orgullo de ser ganadores. Pambelé despertaba emociones como hoy lo hace la Selección Nacional de Fútbol, como la gran Mariana Pajón, como el perseverante Nairo Quintana y como muchos más que llevan la bandera del “país más feliz”.
Pambelé nos descrestaba con sus movimientos, con su ritmo y sus puños certeros, con esa fortaleza del vencedor. Fue dos veces campeón mundial del peso welter junior y disputó veintiún combates de título mundial, manteniendo el título de las 140 libras por casi ocho años.
Este gran boxeador era el orgullo del país, los reporteros le buscaban con hambre de su historia. Pero él se diluía entre cada golpe que daba a diestra y siniestra sin darse cuenta de que no ganaba en el rin, por el contrario tallaba su propia derrota. La cual lo consumía por las decisiones que tomó que en algunas ocasiones, no fueron tan certeros como sus puños.
Alberto Salcedo Ramos, a través de una narración exquisita, con detalles minuciosos y un hilo conductor que nos conecta con el presente y el pasado a partir de los testimonios que rodeaban a este personaje, nos cuenta una historia que parece estar sucediendo delante de nuestros ojos. Cada detalle, cada comparación, cada escena nos acerca a un grande. A un ser humano sumido en su realidad hipotética, en su utopía de la vida, en la que siempre fue el gran Kid Pambelé.
Las drogas y el licor le arrebataron el vigor, la disciplina y la grandeza. Pasó de ser el más homenajeado al más humillado, rectificando ese dicho del periodista Melanio Porto Arianza que dice: “El primer ring es la vida misma, que manda unos porrazos fuertes de hambre y dolor”. Así empezó la vida de este personaje y así terminó. Perdió la lucidez por el brillante del oro y la oscuridad lo sumió en las tinieblas del “gran campeón”.
Aquel 28 de octubre de 1972 es el día de su gran orgullo, ese día que recuerda entre lágrimas y que tiene en su casa enmarcado en una de las paredes con más menciones a su grandeza y que no se le borran de su memoria, porque hasta el mínimo detalle lo cuenta.
Pambelé convirtió cada pum, pum, pum, en gloria y a la vez en infierno. Su trastorno y su adicción lo llevaron a olvidarse, pero aun así no cabe duda que es el campeón de Colombia.