Acontecimientos traumáticos signaron desde siempre los grandes momentos de transformación del sistema internacional. Las dos bombas atómicas arrojadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki y la derrota del nazismo a manos del Ejército Rojo alumbraron, en 1945, el nacimiento del orden bipolar; la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética a comienzos de 1992 signaron al efímero unipolarismo estadounidense, que aspiraba perdurar durante todo el siglo XXI; los atentados del 11 de Septiembre del 2001 en Nueva York y Washington pusieron fin a esa ilusión y demostraron la vulnerabilidad del territorio de Estados Unidos. Se abrió así la etapa del multipolarismo o policentrismo, que muchos interpretaron como una fase de “transición geopolítica global” de incierta duración. Pues bien, la caída de Kabul el 15 de Agosto del 2021 en manos del talibán y la bochornosa derrota militar y política de Estados Unidos firmó el certificado de defunción para aquella transición y dio comienzo a una nueva etapa en la escena internacional.
Esta tiene como rasgo distintivo la presencia de una “tríada dominante” que asume un protagonismo de inigualada gravitación en la geopolítica mundial. La integran Estados Unidos, potencia declinante y cuyo enorme presupuesto militar no le sirve para ganar guerras. Las libró en Afganistán, Irak y Libia y en todos los casos el gobierno quedó en manos de sus adversarios, para ni hablar del fiasco de la aventura lanzada por Barack Obama en Siria. A Washington se le debe sumar China, la indispensable locomotora de la economía mundial y hogar de formidables desarrollos tecnológicos que, según el ex presidente Jimmy Carter, han claramente sobrepasado en varias ramas clave a Estados Unidos. Y, por último, Rusia como emporio energético y además como país dueño de una refinada industria militar y poseedor del segundo arsenal nuclear del planeta.
Por supuesto, la convivencia en el seno de esa tríada será tormentosa y plagada de conflictos. Estados Unidos continuará ejerciendo un papel muy importante en las cuestiones internacionales, pero ya no seguirá siendo el actor omnipotente o inexpugnable del pasado o el “sheriff solitario” que señalaba Samuel P. Huntington. Enfrente tendrá no sólo a dos rivales aislados (que a veces son caracterizados como “enemigos” por los documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos) sino a una coalición opositora. Con su inteligente alianza Rusia y China concretaron lo que en la teorización de Zbigniew Brzezinski era el “peor escenario posible” para los intereses de Washington. Por eso recomendó en vano a los inquilinos de la Casa Blanca que hicieran todo lo necesario para impedir el acercamiento entre Beijing y Moscú, pero no le hicieron caso. En resumen: hoy el sistema internacional reposa sobre un trípode inestable: dos de las tres patas se mueven en sincronía mientras que la tercera, la estadounidense, procura contrarrestar el peso y las iniciativas de las otras dos. Para los países de África, Asia y Latinoamérica/Caribe esta nueva configuración de la correlación mundial de fuerzas es una gran noticia porque abre inéditas posibilidades de relacionamiento económico y cooperación política, cuestiones éstas que podrán contribuir a fortalecer la soberanía y la autodeterminación de los pueblos y naciones oprimidos por el imperialismo norteamericano.
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