El mito del “hombre hecho a sí mismo”: autoexplotación, fortuna y ficción

“Nadie se hace solo: el mito del hombre hecho a sí mismo es una coartada para invisibilizar los privilegios y justificar la desigualdad”.


Nos encontramos en una era cautivada por la epopeya del esfuerzo personal. Las plataformas digitales, los libros de autoayuda, los manuales de emprendimiento y las charlas de motivación repiten sin cesar una verdad indiscutible: si dedicas suficiente tiempo, te levantas a las cinco de la mañana y te disciplinas, lograrás el triunfo. Serás, como repiten los predicadores de LinkedIn, “un individuo moldeado por ti mismo”. Es mas este contenido es ampliamente plagiado en las redes sociales y muchos de los supuestos “influenciadores” se plagian entre si este el contenido de historias de superación personal, de empresas multinacionales que comenzaron en un garaje, o de pequeños visionarios que terminarían dirigiendo un país

Esta figura, sublimada y venerada, arraiga en los laberintos de la cultura estadounidense. El término self-made man fue acuñado por Henry Clay en 1842, y encontró en Benjamín Franklin y más tarde en Frederick Douglass a sus primeros emblemas. Se trataba de individuos que, sin descendencia ni vínculos, ascendieron al trono del poder y el prestigio gracias a su sabiduría, esfuerzo incansable y tenacidad. A primera vista, el relato es una chispa de inspiración. Sin embargo, ¿cuánto de verdad esconde ella? ¿Cuántos de los famosos emprendedores triunfantes nacieron de la nada?

La sociedad moderna ha reinventado este mito, metamorfoseándolo a la moda del capital digital. Nos enseñan que Steve Jobs, Jeff Bezos o Elon Musk son héroes solitarios que, desde un garaje o una habitación universitaria, conquistaron el universo. Sin embargo, esta narrativa, repetida sin cesar, frecuentemente omite datos cruciales: legado familiar, acceso privilegiado a la educación, ambientes económicos favorables y, en última instancia, el capital social. En palabras de Pierre Bourdieu, el triunfo rara vez se atribuye al esfuerzo personal; suele surgir de la acumulación previa de diversos tipos de capital.

Al replicar esta historia, se pueden ocultar las capas de desigualdad que definen quién puede aventurarse y quién no. A esto se añade otro fenómeno alarmante: la magnificación del autodescubrimiento. En la era del rendimiento, como advirtió Byung-Chul Han, nos convencieron de que nuestros fracasos se deben a nuestro esfuerzo insuficiente. De esta manera, el fracaso se transforma en una cuestión personal y no estructural. El “hombre creado por sí mismo” se ha convertido en un faro de inspiración y un torbellino de culpa.

Lo curioso es que esta narrativa no solo inspira al ser humano, sino que también legitima posiciones de poder. Donald Trump, por ejemplo, ha cultivado una reputación pública de “hombre triunfante creado por él mismo”, aunque ha acumulado fortunas y ha recibido numerosos privilegios del gobierno. En su escenario, y en numerosos otros, el mito se transforma en un discurso político que respalda el régimen y desestima cualquier crítica al privilegio adquirido, en lo regional figuras como la de Rodolfo Hernández ó Daniel Quintero pueden ser muestras de los peligrosos de esta narrativa.

No se trata de condenar la herencia o la prosperidad financiera. Como se ha señalado, la riqueza legalmente adquirida, heredada de generación en generación en un mercado libre, puede convertirse en un catalizador del progreso. El dilema surge cuando esa herencia se forja a través de métodos exclusivos, subsidios gubernamentales o estrategias de segregación. Así que ya no hablamos de rivalidad, sino de privilegio esculpido en la estructura institucional.

No se trata de subestimar la relevancia del esfuerzo individual. La mayoría de los triunfadores han esforzado incansablemente para alcanzar su objetivo. Sin embargo, ese empeño no se desliza en el aire. Necesita oportunidades, formación, conexiones y un refugio constante. Es crucial crear un ambiente que no obligue a la mayoría a esforzarse más para alcanzar la mitad.

La cuestión crucial para nuestra comunidad no radica en si los “hombres hechos a sí mismos” existen —algunos, sin duda, lo logran—, sino en qué nos empeñamos en vender ese modelo como si fuera una realidad accesible para todos. ¿Qué intereses florecen al mantener esa fantasía? ¿Qué repercusiones tiene sobre aquellos que se quedan atascados en el torbellino de la autoexplotación sin poder escapar del aislamiento?

Tal vez ha llegado la hora de desmantelar la creencia y aceptar que nadie se logra por sí mismo. Todo triunfo es también una creación conjunta. Y que, más allá del discurso egoísta del emprendimiento, un intrincado tapiz de elementos sociales, económicos y políticos esculpe quién puede brillar y quién se queda atrás. El verdadero desafío no es cultivar más hombres autosuficientes, sino forjar una comunidad donde el triunfo no sea una cuestión de nacimiento, contactos y apellido.

Carlos Andrés Gómez García

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