El mito de la izquierda

“Si la superioridad de la izquierda es incuestionable, su versión de la historia también lo es.”


Hay verdades que se repiten tanto que terminan por volverse dogmas, inamovibles e incuestionables. En Colombia, una de esas verdades reveladas es la superioridad de la izquierda. No se trata solo de una superioridad política, programática o electoral. No. Es una superioridad moral, casi ontológica. Ser de izquierda es, por definición, sinónimo de justicia, de altruismo, de pureza. La oposición, en cambio, es intrínsecamente corrupta, oportunista y perversa. Así lo dictamina el credo progresista, y así lo repiten los púlpitos mediáticos con la misma devoción con la que un cura eleva la hostia consagrada.

La izquierda ha sabido construir un relato infalible. Ha sido, según sus portavoces, la víctima de un sistema despiadado, la abanderada de las causas justas, la resistencia contra el abuso y la opresión.

Que apoye regímenes cuestionables como el del sátrapa Nicolás Maduro, que muchos de sus líderes sean en extremo cínicos cuando se trata de negociar cuotas de poder, o que su gestión en algunos territorios deje bastante que desear, son detalles menores. No se deben señalar, pues hacerlo implica ser tildado de enemigo del pueblo, oligarca o, peor aún, de nazi o fascista.

El siglo XX fue testigo de la irrupción de la izquierda como una fuerza política con discursos grandilocuentes y promesas mesiánicas. En Colombia, el sueño revolucionario quedó plasmado en las guerrillas de los años sesenta y setenta. Se autoproclamaban como los salvadores de los oprimidos, los paladines de la justicia social. Pero la historia es implacable.

En su cruzada por la equidad, secuestraron, asesinaron y extorsionaron a los mismos colombianos a los que decían defender. Y cuando el tiempo y la realidad los alcanzaron, decidieron cambiar el fusil por la política, pero sin perder la costumbre de la intimidación, la amenaza, la difamación y la calumnia.

Hoy convertidos en congresistas, se presentan como demócratas ejemplares. Exigen verdad, justicia y reparación. Claro, pero no para todos. Las víctimas de su lucha armada deben conformarse con el olvido, con una paz a medias donde ellos son los redimidos y los demás, simples daños colaterales. No hay mea culpa, solo una narrativa convenientemente ajustada, cínica e impune.

Si la superioridad de la izquierda es incuestionable, su versión de la historia también lo es. Basta observar el debate político actual. Cualquier error, cualquier desliz de un líder de oposición es analizado con lupa, amplificado y condenado sin piedad. Un trino desafortunado, un hecho mal explicado, un escándalo de cualquier tipo, y las bodegas se abalanzan como buitres sobre la carroña. En cambio, cuando la izquierda protagoniza un descalabro, la reacción es otra. Se minimiza, se justifica, se rodea de eufemismos. No fue un error, sino una estrategia mal interpretada. No fue corrupción, sino un malentendido administrativo. No fue represión, sino una legítima acción para el mantenimiento del orden. El doble rasero es evidente, pero pocos se atreven a señalarlo.

Tomemos un caso emblemático: la gestión de Gustavo Petro. Su gobierno, marcado por un discurso progresista y de cambio, ha convertido al país en un laboratorio de experimentación ideológica. ¿El resultado? Una nación sumida en la incertidumbre, con una economía tambaleante, una inseguridad creciente y una administración que culpa de todos sus males a los gobiernos anteriores. Pero no importa. La narrativa sigue en pie: Petro gobierna con el corazón, con la moral intacta. Los resultados, al parecer, son irrelevantes.

La superioridad de la izquierda en Colombia es un mito bien construido y cuidadosamente alimentado. Su pretendida infalibilidad es una ficción. Sus errores y excesos deben ser juzgados con la misma severidad que los de la oposición. Y  la democracia no puede ser un juego donde un solo bando establece las reglas y define qué es moral y qué no lo es. Hasta que eso no ocurra, seguiremos atrapados en un país donde la ideología progresista pesa más que la realidad.

Alberto Sierra

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.