El mal blanco

Ilustración: Alejandro Jaramillo Londoño (ale.jaramillol)

“No hay peor ciego que aquel que no quiere ver” Dicho popular.

“Negándoles el nombre a sus personajes, Saramago destaca que lo realmente importante no es el nombre, sino lo que uno es y hace: su esencia y sus acciones”.

Invisible y blanco como la leche, se esparce con la velocidad del rayo. El mal blanco ha llegado. En la novela Ensayo sobre la ceguera del escritor portugués José Saramago, una enfermedad ataca a una nación desconocida y deja ciegos a todos sus habitantes excepto a una. La ceguera se diferencia de todas las conocidas porque es blanca, descrita por los infectados como si se tratase de un mar de leche. Por todos los medios el Gobierno busca evitar el contagio y se abocan todos los esfuerzos en desarrollar la cura. Sin embargo, en unas semanas todos quedan ciegos. El país colapsa: no hay comida, ni agua, ni servicios básicos; no hay orden, no hay Estado.

La ceguera es tan repentina y desconocida que ante el terror por el contagio aíslan en un manicomio abandonado a los enfermos y a los que tuvieron contacto con ellos. En ese sitio comienza la deshumanización. Nadie ayuda a los ciegos, no hay personal médico ni quien los pueda atender o guiar, son ellos solos. Es tanto el temor que hasta la comida la dejan a distancia segura y militares protegen el recinto con orden de disparar a cualquiera que intente escapar o aproximarse a ellos.

Humanidad deshumanizada

La ceguera deshumaniza, lleva a los ciegos a sus instintos más primigenios y les impide llevar a cabo tareas tan básicas como asearse o hacer sus necesidades en un sitio apropiado. Los rituales para enterrar a los muertos se pierden y los cadáveres no se vuelven más que un estorbo que expele fetidez. La solidaridad y la bondad se desvanecen con el paso de los días, incluso algunos ciegos dominantes subyugan a sus compañeros, roban sus posesiones y obligan a las mujeres a padecer vejámenes sexuales; se rompe cualquier regla social: es la ley del más fuerte. No obstante, una mujer, la esposa de un médico oculista, fue la única que nunca encegueció.

Ojo líder

“Entre los ciegos se encontraba una mujer que daba la impresión de estar al mismo tiempo en todas partes, ayudando a cargar, haciendo como si guiara a los hombres, cosa evidentemente imposible para una ciega”. (P. 74)

Esta mujer hace las veces de guía para los demás. Es bondadosa y se ocupa de ayudarlos, aunque con el miedo latente de que descubrieran que ella veía. La esposa del médico era una pastora para los demás ciegos, no en vano en la segunda mitad del libro un perro la sigue. Se ignora su profesión u oficio, pero desde el principio se refleja su entrega por su esposo. La mujer reúne a su alrededor a cinco personas y a su marido, formando una comunidad unida bajo su liderazgo. Consultaba sus ideas antes de llevarlas a cabo, encarnando en sí los ideales del buen gobernante: bondadosa, valiente, entregada a su pueblo y democrática.

Su comunidad es una colcha de retazos, es una metáfora con la heterogeneidad de la humanidad: en esas siete personas (incluida ella) hay edades, pensamientos, discursos, educaciones y modos de ser muy distintos. Pero ella es capaz de liderar esta diversidad y lograr mantener la unidad; bien podría tratarse de una gobernante que lidera un país diverso y que sobre ella recae la unidad nacional.

Todos los personajes carecen de nombre, por lo que son identificados a través de sus características y, en muchos casos, se va formando una identidad basada en sus actitudes, acciones y comportamientos. Es como si Saramago destacara que lo realmente importante no es el nombre, sino lo que uno es y hace: su esencia y sus acciones.

De vuelta a la prehistoria

“No somos unos cuantos millares de hombres y mujeres en una naturaleza inmensa e intacta, y sí millares de millones en un mundo descarnado y consumido” (P. 204)

Cuando todo el país quedó ciego, un incendio en las instalaciones del manicomio obligó a los ciegos a salir, pues ya no eran custodiados por los soldados. En la ciudad no hay nadie que les brinde alimento, todos son ciegos y su única fuente de comida es la caza y recolección. Es un regreso a los orígenes primitivos, los ciegos salen en búsqueda de comida guiados por el olor que sale de tiendas y supermercados, o en el mejor de los casos recuerdan dónde se ubicaban los almacenes de alimentos.

La desesperación y el hambre llegan a tal punto, que consumir carne cruda se hace común, como atestiguó el grupo con una señora de edad: “unas veces cojo unas coles, otras veces mato un conejo o una gallina, (…). Al principio encendía una hoguera, después me he acostumbrado a la carne cruda, y los tronchos de las coles son dulces (p. 197).

Ceguera

“La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza”. (P. 169)

En el mito griego de Pandora lo único que se conservó dentro de la caja fue la esperanza, porque pese a ser azotados por pestes y males, el ser humano sigue aferrándose a ella, la misma que la mujer del médico relacionaba con la ceguera.

Esta mujer fue la única que no quedó ciega; era una persona amorosa y solidaria. Saramago bien pudo haber dejado impreso en ella un consejo al acelerado mundo posmoderno, que cuenta con todas las facilidades, comodidades y tecnologías, pero que no ha hecho frente al virus de la soledad, el vacío interior y la alienación con el sistema.

La blancura de la ceguera no es en vano, pues el blanco se relaciona con la luz, con el conocimiento. Quizá algo que caracteriza al mundo contemporáneo es el exceso de información, una infodemia. Ahora, no solo se enfrenta la pandemia por el COVID-19, sino que también se libra otra guerra contra la desinformación y el exceso de la misma. La ceguera es blanca porque se tiene mucha información, pero se está ciego debido a que se es incapaz de discernir entre lo falso y lo verdadero. En palabras de Saramago podría decirse que “No nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.

 Bibliografía

Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera (Trad. Losada, B.). S. c.: Epublibre.

Felipe Osorio Vergara

Periodista en formación de la Universidad de Antioquia enamorado de la historia y empeñado en conocer sobre el imperio del derecho.
Disfruto la investigación tanto como la lectura, aunque es la escritura la que me permite transmitir parte de mi esencia, pues soy un convencido de que cada texto refleja la identidad de su autor.

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