El maestro que nos enseñó a tocar el alma

El maestro que nos enseñó a tocar el alma: Una historia sobre cuerdas, aprendizajes y el legado sonoro de un hombre que hizo de la enseñanza un  acto de amor


 

“Hay algo más que formó el maestro José Arroyo: una familia”.

Danzón Nº 2 – Gustavo Dudamel

Tengo en mi memoria los que fueron los momentos más felices de mi vida. Los sábados, era bien sabido, desde las ocho de la mañana, la orquesta filarmónica infantil y juvenil de la localidad de Santa Fe en Bogotá, una de las más violentas y marginadas de la ciudad, se reunía para el ensayo de orquesta en el viejo teatro del coliseo de Lourdes, cerca de las montañas orientales de la capital. Hasta las ocho y quince minutos sonaban en desorden instrumentos de cuerda, viento, percusión y las voces del coro. A las ocho y quince todo empezaba a tener orden.

Años atrás recuerdo estar lleno de nervios la primera vez que tuve una partitura frente a mis ojos y un violín en el hombro. El miedo se mezclaba con la felicidad y la ilusión de ser un gran músico profesional cuando grande. Ese miedo se mantuvo por meses, años, cuando en uno de aquellos ensayos escuché una frase que se quedó grabada en mi memoria y ahora aplico para todo: “Si se van a equivocar, equivóquense pero con toda la seguridad del mundo”. Era una de las frases que más decía el maestro José Arroyo, el maestro que desafinó la tristeza y el abandono de muchos niños, jóvenes que cambiaban armas por instrumentos. El maestro que convirtió el silencio en música. El maestro de las partituras invisibles. El maestro que afinó corazones. El maestro que sembró sinfonías en los barrios olvidados y violentados de la ciudad.

El Danzón Nº 2 es una de las piezas más fuertes, majestuosas y melancólicas de Gustavo Dudamel. Interpretada por un sinfín de orquestas profesionales en el mundo. Al maestro José Arroyo alguna vez se convenció de que aquella orquesta de niños y jóvenes era capaz de interpretar esta magistral pieza y no descansó hasta hacerlo realidad. Alguna vez en alguno de aquellos ensayos de orquesta me disocié pensando en lo visionario que era el maestro José Arroyo para invertir su tiempo y sus fuerzas en la formación de cientos, miles de niños y jóvenes, con la ilusión de que Colombia tuviera más músicos en vez de delincuentes. Quizás suene un poco dramática la comparación, pero cuántos de esos niños y jóvenes fueron arrebatados a la violencia para dedicar su vida a la música y el arte.

Ese fue el maestro José Arroyo, el maestro que dedicó su vida a la música, a la educación y al amor.            

Pescadito de plata – Los niños cantores de Prado

Quiero tener escamas y quiero tener cola. Y quiero ser amigo del caracol y la caracola”

Recuerdo al maestro José Arroyo como un hombre sonriente, casi siempre alegre. Su sonrisa de oreja a oreja y sus chanzas que lo ponían en confianza con todo el mundo demostraban lo feliz que era haciendo lo que más le gustaba: música. Sus clases no se limitaban a lo musical, pues estaba convencido de que la música y el arte eran amor, humanidad. El maestro no sólo nos enseñó música a sus alumnos, nos enseñó a amar, nos enseñó a soñar, nos enseñó a disfrutar cada momento incluso cuando llegaba la dificultad. Nos enseñó el valor del amor como motor fundamental de la humanidad.

Su lucha por la defensa de los derechos de los músicos marcó parte de su carrera y su vida. Se acercó desde muy joven a la música como violinista. Estuvo vinculado a la Orquesta Filarmónica de Bogotá (OFB) desde los inicios de su carrera profesional. Y con apoyo de esta coordino proyectos en las localidades de San Cristóbal y Santa Fe formando musicalmente a niños y jóvenes fundando así la orquesta infanto-juvenil de la localidad con sedes comunitarias, enfocadas en jóvenes y niños vulnerables. Estos proyectos permitieron que miles de niños y jóvenes de estas localidades accedieran a formación musical gratuita, recibieran instrumentos e integraran prácticas orquestales y grupales.

De los recuerdos más gratos y significativos que conservo son los numerosos conciertos que presentamos con la orquesta. Nos presentamos infinidad de veces en el Teatro México, en el Teatro de Bogotá, en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, en la Iglesia de Las Nieves, incluso aluna vez en el consejo de Bogotá y en otra cantidad de escenarios y lugares de Bogotá donde el arte y la música eran recibidos con agrado por el público bogotano que nos aplaudía largamente al final de cada función.

En la semana de ensayos previa a cada concierto el maestro José Arroyo solía repetir que los músicos profesionales no eran profesionales por sus numerosos estudios y títulos universitarios, sino que lo que los hacía profesionales era su puntualidad y compromiso. Nos decía que nosotros debíamos ser ese tipo de profesionales, independientemente de si decidíamos pasar por una universidad o no.

Su amor por los pobres y desfavorecidos se reflejaba en su constante preocupación por el bienestar de estas comunidades abandonadas en el olvido por el estado. Entre sus aportaciones y proyección social estuvo la promoción del derecho cultural y educativo en contextos vulnerables, facilitó acceso a instrumentos y formación musical instrumental y contribuyó a la formación de músicos juveniles que hoy participan en espacios orquestales profesionales o comunitarios.

Su humanidad, su carisma, su sencillez siempre fueron de admirar. Su liderazgo no se basó en ordenar y simplemente dirigir. Su liderazgo se basó en humanizar y amar al prójimo.

Chamambo – Manuel Artes

Si hay una canción que me recuerde al maestro José Arroyo es Chamambo. Por su alegría, por su ritmo, por su festividad. Esa era la esencia de su programa: la alegría, la felicidad, la emoción de sentir la música en las venas.

Su propuesta musical y artística hizo eco en los barrios de Bogotá por su modelo pedagógico: el amor a la música como forma de vida. Su teoría integral era que un músico debía formarse y crecer diariamente, por eso el programa brindaba a cada integrante un cronograma que le permitiera tener la mente ocupada en la música y el arte en vez de la delincuencia o cualquier otro oficio que no edificara, ya saben a qué me refiero.

Cada alumno recibía una o dos clases individuales por semana con profesores de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Cada sábado, como lo mencioné arriba, todos los alumnos nos reuníamos en el ensayo general de la orquesta y también había un coro. Durante meses preparábamos distintas piezas musicales, para después brindar a la comunidad conciertos filarmónicos.

El proyecto también permitía el préstamo de instrumentos a los alumnos que no tuvieran el suyo propio, como sucedía en la mayoría de los casos, y de esta forma cada alumno podía ensayar en su casa lo aprendido en las clases individuales y los ensayos grupales.

Las clases estaban compuestas por aprendizajes musicales teóricos y prácticos y además cada alumno recibía un refrigerio en cada asistencia presencial, ya sea clase de instrumento, ensayo general con la orquesta o concierto. Incluso, se le entregaba a cada alumno uniformes para las presentaciones. Sin duda una gran ayuda para quienes más pasaban dificultades económicas en sus hogares.

La música trajo mucha alegría a niños y jóvenes que formamos parte de este proyecto durante años, pero sobre todo, la música fue el camino de transformación de miles de niños y jóvenes que encontraron el camino hacia la felicidad, hacia sus proyectos de vida y sus sueños.

La misma alegría que dejó este proyecto durante años, es la misma alegría que caracterizó al maestro José Arroyo durante su vida y su carrera profesional como músico, sindicalista y defensor de los derechos humanos.

Pueblito viejo – Jose A. Morales

“Quiero pueblito viejo, morirme acá en tu suelo, bajo la luz del cielo que un día me vio nacer”. 

Hoy estoy triste. Hoy me siento solo. Como quien pierde  a un gran amigo, a un gran maestro. Como quien lamenta no haberse despedido.

El maestro José Arroyo se fue el pasado 19 de junio, ya hace más de un mes. Las redes se inundaron de mensajes de despedida. Antiguos compañeros de orquesta, de clase, de canto han expresado su profundo dolor por la partida del maestro. Su familia, por supuesto, su esposa, sus hijos, quienes viven esta pérdida más de cerca.

Hay algo más que formó el maestro José Arroyo: una familia. Sí, porque así nos sentíamos en los ensayos, en la orquesta, en las clases. Él era como el papá musical de todos, un papá bondadoso, carismático, paciente para enseñar.

Hoy somos como huérfanos musicales. Hoy la cultura y la música en Colombia tienen un gran vacío por la partida del maestro. Sin embargo me cuesta escribir aquí la palabra “fallecimiento”, pues su legado, sus enseñanzas y su amor jamás podrán morir. Siguen vivos en su obra, en su trabajo de años, en cada joven que decidió seguir el camino profesional de la música gracias a él.

Todos quienes compartimos con él, nos llevamos un poco de él en nuestros corazones, en los recuerdos nostálgicos, en sus enseñanzas, consejos, chistes, en su forma de ser y buen humor, en su amor por la música y por la vida.

Hoy me siento triste, pero al recordar al maestro José Arroyo agradezco haberlo conocido, haber compartido con él, haber aprendido de su experiencia y genialidad.

Hasta siempre maestro José Arroyo.

Escribo y publico este texto con el respeto que merece la familia del maestro José arroyo y, por supuesto, honrando su memoria y su legado.

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

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