El Maestro

Jesus Ramirez

“Más ahora por tu bien pienso y discierno
Que ser debo tu guía y quien te lleve
desde este sitio humilde hasta otro eterno”.
                                                    (Dante)


Para mí, un maestro es aquella persona que te ayuda a salir de la ignorancia y te imprime un carácter vitalicio. Cuando evoco a un maestro veo a Virgilio guiando a Dante por el infierno, el purgatorio y el paraíso del conocimiento. Muchos de mis profesores merecen el título de maestros o maestras, pero hoy quiero evocar a uno en especial, al sencillo y sin ínfula alguna, al afectuoso profesor y amigo Darío González Vásquez. (QEPD).

La nuestra fue una universidad que entonces albergó estudiantes de todas las clases sociales y de casi todas las regiones del país, sobre todo costeños y santandereanos. En las sillas de la Facultad de Derecho nos sentábamos en pie de igualdad, en una convivencia excepcional rota solo por los tropeles en la calle Barranquilla. Estudiábamos gentes de los barrios populares y algunos blanquitos de la aristocracia paisa, todos muy aplicados y compitiendo por las notas. También eran nuestros compañeros algunos funcionarios de juzgados y uno que otro profesor o profesora de escuela, que acudían a clases y salían corriendo a sus trabajos. En la Facultad de Derecho anidaban y tenían vida todas las expresiones políticas, desde los partidos tradicionales hasta lo más granado y sectario de la izquierda. Quizá por ello, mis amigos de ingeniería no se perdían una Asamblea de la Facultad.

Nuestro sitio de encuentro siempre fue la Cafetería de Hugo, un lugar donde profesores y alumnos nos sentábamos a conversar, tomar tinto y fumar como lavanderas muecas. La cafetería de Hugo era un sueño por el cual pasaban las estudiantes de comunicación social y la gente de Humanidades que no tenían cafetería. La Cafetería de Hugo (QEPD) era, por decirlo con un lugar común, un hervidero de ideas y seducción.

Especial recuerdo tengo del primer semestre en la Facultad, en los cuales mis Virgilios fueron Carlos Gaviria y Mario Restrepo, profesores de Introducción al Derecho y Teoría de Estado.  Del profesor Mario tengo un recuerdo vago, nublado y plagado por las sombras de la distancia y del conocimiento erigido como látigo. Se murió pronto y no alcanzamos a quererlo lo suficiente. Luego vinieron otros y otras, todos aplicados académicos de profesión.  Diría yo ahora, que eran especie de monjes que tenían culto crítico a los Códigos y los incisos, los cuales dominaban y nos daban a conocer como pares afectuosos. Darío descollaba entre todos por su tranquila sabiduría, su paciencia y su vocación de transmitir el conocimiento. En las materias electivas también tuvimos verdaderas lumbreras y un buen ejemplo de ello fue el Seminario de justicia Penal Militar impartido por el adusto y bien puesto Jesús María Valle Jaramillo, quien nos preparaba para las defensas que muchos esperábamos enfrentar ante la injusticia turbayista.

Pruebas o derecho Probatorio, era una clase del pensum de Derecho que llamábamos obligatoria, pues todos debíamos pasar por ella.  Esta clase era oficiada por un profesor seriote, muy callado y de un imperceptible tartamudeo, distante y medio tímido, llamado Darío González Vásquez. El mismo de notas implacables como cobro a su lucidez y pedagogía paciente.

Una noche de parranda con algunos amigos de curso, resolvimos ir, y visitar a Darío que, en ese entonces vivía con la Mona en el centro, terminando el barrio Prado. Desde esa noche, las charlas académicas que habíamos tenido en torno a mi tesis de grado, se tornaron en una fina amistad que hoy está huérfana e inconsolable.

Parece ser que la naturaleza no fue consecuente con nuestro querido Darío. Primero fue un temprano ataque al corazón, -donde más?- del que salió bien. Luego de un accidente cerebrovascular que lo dejó medio impedido para caminar, lo cual hacía apoyado de un bastón.  Así lo encontré cuando muchos años después fui a visitarlo a su apartamento del barrio Laureles, un lugar impecablemente aseado y habitado solo por su afable presencia y la de su biblioteca de literatura. Darío ya se encontraba pensionado luego de pasar por la cátedra universitaria, la Decanatura de Derecho y la Procuraduría. En esas esporádicas visitas hablábamos de literatura y de las últimas lecturas que realizábamos. Me acuerdo que la última vez que lo visité, alcancé a hablarle, no sé si con préstamo de libro, de Vasili Grossman, un gran escritor ucraniano proscrito por el estalinismo.

Alejados del ruido cotidiano, hablábamos de la coyuntura que tenía al Alcalde Salazar en la mira de la infame procuraduría de Ordoñez, pues Darío me había aceptado ser parte del “Dream Team” jurídico que yo esperaba defendiera a mi amigo alcalde. NO fue así, pero Darío siempre estuvo dispuesto. Charlábamos de todo un buen rato y luego me retiraba como quién se aleja de un templo. Los amigos que fuimos a visitarlo a Prado seguimos reuniéndonos cada año y al calor de la amistad y de los tragos, pudimos algún día tener a Darío quién nos acompañó con su silencio sabio y esa mirada pícara enmarcada en esas cejas pobladas de árabe macondiano.

En homenaje a Darío, con algunos amigos estamos promoviendo la idea de adquirir algunos libros de literatura, esto es, novelas, ensayos, teatro y poesía para armar en asocio con el Consejo Estudiantil de Derecho, una especie de pequeña sala de lectura, pues es mucho lo que a los abogados nos sirve leer.  Esta sala de lectura, se llamará Darío González Vásquez, In memoriam.

*Abogado de la Universidad de Antioquia. Consultor independiente.

Jesus Ramirez

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  • Muy interesante el tema, durante nuestra vida hemos tenido maestros y maestras que siempre llevamos en el corazón. Felicitaciones.