“Un establecimiento que casi nunca ha sido opositor al gobierno de turno es una amenaza para la democracia, porque casi su único interés político es preservar privilegios y consolidar el status quo”
Cumplido el primer año de gobierno de Iván Duque, cierta revista otrora prestigiosa, publicó un titular no solo complaciente sino muy diciente “Año de aprendizaje”. Los sectores del establecimiento en Colombia siempre están aprendiendo, solo que cuentan con la ventaja de haber acumulado mucha experiencia, sin importar que ese “aprendizaje” se convierta en buenas ejecutorias para el conjunto de la sociedad.
En efecto, el establecimiento colombiano, mismo que Álvaro Gómez comenzó a llamar hacia el final de su vida “el régimen”, es un engendro hecho de sectores terratenientes, especuladores financieros y el gran empresariado, por nombrar solo sus más importantes componentes. A pesar de que en su conjunto ese abstracto sujeto cargado de poder produce miedo o asco, no es adecuado y además es inútil asimilarlo a un ente malévolo o perverso, como lo hizo por ejemplo, el padre del citado Álvaro Gómez al decir que “el liberalismo era el basilisco, el monstruo horrendo de pérfido corazón masónico, garras homicidas y pequeña cabeza comunista hambrienta de revolución”, pues esa personificación induce a una corporización del fenómeno que induce a error e impide un mayor acercamiento al fenómeno que se quiere representar.
En efecto, el establecimiento tiene intereses bien definidos y hace todo lo que está a su alcance para garantizar que mandatarios cercanos a esos intereses sean los que regenten la política del país desde la presidencia. Cuando eso no sucede y llega a esa instancia un líder de catadura popular y orientado a representar los intereses de una mayoría marginada y desfavorecida desde siempre, el lenguaje y los gestos de quienes representan ese régimen cambian; lo que llamaban “año de aprendizaje” se convierte a los pocos meses de un gobierno alternativo en “fracaso”, “desgobierno” o “errores fatales”, cuando no se hace sonar el bombo del golpe blando y se esparce el veneno del miedo.
Un establecimiento que casi nunca ha sido opositor al gobierno de turno es una amenaza para la democracia, porque casi su único interés político es preservar privilegios y consolidar el status quo. Con los vientos de cambio en Colombia veremos si ese vetusto sector comienza a ser permeado y transformado.
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