Despedí el jueves pasado junto a toda mi familia –también colaboradores, colegas y amigos– a nuestro padre, Jorge Cárdenas Gutiérrez. Más que una ocasión triste, fue una oportunidad maravillosa para honrar la memoria de un ser excepcional que marcó nuestras vidas y la historia reciente de Colombia. Su legado ratifica que, aun en tiempos cada vez más tensos y volátiles, marcados por la incertidumbre, podemos ponernos de acuerdo para construir y avanzar. El mensaje más recurrente que he recibido es que el país añora ese tipo de liderazgo, que parece cada día más difícil de encontrar en medio de tanta pugnacidad y polarización.
A pesar de las peleas y divisiones que intentan vendernos como única fórmula, es posible renunciar al rencor, el ego y los insultos, cambiándolos por serenidad, calma y concertación. Mi padre –generoso, trabajador incansable, metódico, conciliador y excelente negociador– nos enseñó que la moderación no es muestra de debilidad, sino la prueba máxima de liderazgo.
Cada vez me convenzo más de que Colombia merece un nuevo tipo de liderazgo, capaz de afrontar tiempos difíciles, promover el verdadero cambio e impulsar reformas sin sembrar la semilla de nuevos conflictos. A mi juicio, esa persona debe reunir las siguientes características.
1 – El verdadero líder es el que incluye, no el que divide. Un liderazgo de verdad no se vale de términos como ricos y pobres, ni anula a sus contradictores y detractores. Por el contrario, incluye al empresario, al campesino, al agricultor y también al político. Un verdadero líder habla menos y escucha más. La mayoría de las veces no tiene la respuesta a todo, y por eso se apoya en las personas que más saben sobre diferentes temas, reconociendo sus propias limitaciones y valorando a los demás.
2 – El líder no está para su propio engrandecimiento, sino para construir. Ahí es clave el trabajo en equipo. No tiene sentido responsabilizar a los demás de los fracasos, cosechando únicamente los aplausos: hay que empoderar y construir nuevos liderazgos. Eso también desarrolla la mística de ser parte de una organización o un gobierno, generando lealtad de los colaboradores y defensa de las instituciones.
3 – Hay que liderar con vocación de futuro. Las buenas instituciones no son estáticas: se transforman y modernizan. Los líderes más exitosos son aquellos capaces de adaptarlas a las necesidades cambiantes, y piensan en las instituciones como algo en lo que hay que invertir para que las sociedades cosechen más adelante.
Mi padre creía firmemente en esto. Logró la transformación de la institucionalidad cafetera de un modelo basado en los acuerdos internacionales que buscaban estabilizar los precios a uno de mercado libre. Fue una transición difícil, de la cual el sector salió fortalecido. Habiendo terminado su gestión con el café, decidió impulsar el desarrollo de los biocombustibles en Colombia. Desde la Federación de Biocombustibles promovió el marco legal e invitó a los empresarios colombianos para que invirtieran en su desarrollo.
4 – El liderazgo debe ser generoso con los demás, pero exigente con uno mismo. Esto se traduce en jornadas largas de trabajo, flexibilidad y disposición para ponerse en los zapatos de todas las personas. Un liderazgo integral reúne agendas que, aunque parezcan opuestas, están conectadas entre sí. Lo que se aprende apoyando la educación y la cultura –dos sectores en los que mi padre se involucró muy activamente– enriquece la gestión gremial y empresarial.
Como escribió mi hija Isabela en su homenaje a mi padre: “Colombia siempre ha necesitado interlocutores genuinos, capaces de recordar los diálogos con líderes internacionales con el mismo interés que las conversaciones con los campesinos. Y lo más importante: un corazón grande y una memoria prodigiosa para no olvidar las enseñanzas de los primeros y resolver los problemas de los segundos”.
5 – Finalmente, el liderazgo debe ser íntegro y transparente. Debe poner por delante los valores y principios; eso genera respeto y credibilidad. Un líder que tenga que repetir frases como “yo no soy corrupto”, “yo actúo con transparencia” o “es culpa de los demás” no es un verdadero líder.
Colombia merece criterio, firmeza y experiencia. Y merece un líder que genere tranquilidad y no violencia. Un líder que se distinga por el buen trato y no por los madrazos. Que genere confianza en vez de incertidumbre.
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