Me refiero en esta oportunidad a uno de los bastiones más sobresalientes en la lucha dirigida a la explicación y difusión de los valores de la sociedad abierta (para recurrir a una expresión popperiana). Ha sido estrella en el firmamento intelectual durante décadas. Ha recibido innumerables distinciones, premios y reconocimientos de entidades internacionales y se han escrito volúmenes con ensayos de colegas en su honor. Sus entrevistas televisivas, conferencias, clases, libros y artículos son proverbiales, involucrado en temas estrechamente vinculados con lo que viene ocurriendo en su país: los Estados Unidos. Como señaló mi amigo Ed. Feulner en el Washington Times, en 2017 Thomas Sowell dejó de publicar, tiene ahora 94 años. Se graduó en economía en Harvard, completó su maestría en Columbia y se doctoró en Chicago. Era miembro destacado de Hoover Institution y dictó clases regulares en Cornell y en UCLA, y efectuó presentaciones sobre muy variados asuntos en las más prestigiosas tribunas.
Lo conocí en 1980 en la Universidad de Stanford, a partir de lo cual hemos mantenido contacto por vía epistolar y también intercambiamos de modo presencial en algunas reuniones de la Mont Pelerin Society, en la que he sido dos veces miembro del Consejo Directivo. Ahora con mi hijo Bertie estamos escribiendo un libro en coautoría en forma de diálogo titulado Presente y futuro del liberalismo, donde incluimos un tributo a este académico que tanto ha descollado en el mundo de las ideas.
En su juventud, Sowell fue un marxista activo y formó parte de los Black Panthers hasta que se desilusionó de esa postura disolvente para abrazar de lleno las ideas de la libertad, peripecias que relata en detalle en su autobiografía A Personal Odyssey (Free Press, 2000), donde muestra cómo muchas cátedras están decididamente influidas por ideas estatistas a veces disimuladas con presentaciones matemáticas que considera irrelevantes para el conocimiento de la economía (tal vez el autor más claro y contundente respecto al herramental matemático sea Ludwig von Mises en su célebre tratado de economía). En aquella autobiografía –aunque Sowell advierte en su prefacio que son más bien memorias selectivas– escribe que con el tiempo comenzó a modificar su pensamiento influido por escritos de Benjamin Rogge, Friedrich Hayek y George Stigler, pero el golpe de gracia fue cuando lo contrataron en el Departamento de Asuntos Laborales en Washington D. C.; allí, se percató de fraudes colosales como la implementación del salario mínimo, que genera desempleo disfrazado a través del engaño de la emisión monetaria que contrae salarios en términos reales con adornos nominales.
A efectos de calibrar la fenomenal obra de este personaje, a continuación, apunto telegráficamente algunas de lo que he podido captar de sus múltiples lecciones y solo menciono media docena adicional de sus libros: 1) Knowledge and Decisions (Basic Books, 1980), 2) Marxism: Philosophy and Economics (William Morrow & Co., 1985), 3) Inside American Education: The Decline, The Deception, The Dogmas (Free Press, 1993), 4) Race And Culture: A World View (Basic Books, 1994), 5) The Quest for Cosmic Justice (Free Press, 1999) y 6) Wealth, Poverty and Politics (Basic Books, 2016), aunque dada su colosal producción indefectiblemente mi racconto resultará incompleto en una nota para periódico, pero estimo dará una idea aproximada de la profundidad de su pensamiento y la sofisticación de sus análisis.
¡Manos a la obra!
Sowell se refiere en sus obras, especialmente, a la arrogancia de los planificadores estatales, que inexorablemente operan en dirección distinta de la que hubieran decidido las personas libremente, y sostiene que no se trata de almacenar datos en potentes computadoras con la idea de contar con suficientes elementos de juicio, pues lo relevante son las apreciaciones subjetivas de la gente que no es posible conocerlas antes de haber llevado a cabo el correspondiente acto. Concluye que solamente en libertad pueden maximizarse los resultados.
Mantiene que, en sistemas abiertos sin interferencia de burócratas, la cooperación social es la más adecuada a los intereses de los gobernados y que el conocimiento es fruto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones en un contexto evolutivo que no tiene término en la búsqueda de nuevos paradigmas, todo lo cual se degrada cuando los gobernantes se entrometen en las decisiones de particulares que no lesionan los derechos de terceros.
Enfatiza que los temas monetarios, laborales, y en general de comercio interno y externo, deben ser el resultado de convenios libres entre partes y que los alegatos en dirección contraria se decretan con hipocresía citando que son para proteger a los más débiles y necesitados cuando, ineludiblemente, una y otra vez se los condena a la pobreza y a la marginación.
Se detiene a refutar a los agoreros que insisten en que el problema medular reside en la sobrepoblación, en línea con el paradigma maltusiano luego recitado por voceros del “Club de Roma”. En este sentido, el autor indica que toda la población del planeta ubicada en el Estado de Texas, dividida por cuatro para obtener la familia tipo, da como resultado que cada uno contaría con 640 metros cuadrados, que es lo que se estima razonable para cada una de esas familias en países considerados como desarrollados, y que Calcuta y Manhattan cuentan con la misma densidad poblacional para concluir que el tema es de marcos institucionales civilizados y no un asunto numérico de habitantes. Del mismo modo, se refiere a la intrascendencia de los recursos naturales: el continente africano contiene los mayores recursos naturales del planeta y, sin embargo, en la mayoría de sus países sus pobladores revelan una pobreza estremecedora, mientras que Japón es un cascote habitable solo en un 20%.
Se pronuncia sobre la irrelevancia de la desigualdad de rentas y patrimonios en una sociedad libre, ya que es el resultado de las decisiones de la gente con sus compras y abstenciones de comprar. Escribe que el igualitarismo destruye incentivos para atender las demandas y necesidades del prójimo, y prostituye el sistema de precios como señal fundamental en el mercado para saber dónde invertir y dónde no hacerlo.
Marca el anti-concepto de la llamada “igualdad de oportunidades” que contradice la igualdad ante la ley, puesto que cada uno tiene distintas oportunidades en diferentes emprendimientos debido a desiguales talentos, fuerza física y vocaciones. Lo importante es que todos tengan mayores –no iguales– oportunidades, y esto se logra con libertad y no con estatismos de diversos colores que incluyen ideas atrabiliarias y contraproducentes como la denominada “justicia social”, la cual, en verdad, se traduce en la mayor de las injusticias al arrancar el fruto del trabajo ajeno.
“Una de las señales más tristes de nuestro tiempo es que hemos demonizado al que produce, se subsidia al que se rehúsa a producir y se glorifica al que se queja”.
– Thomas Sowell.
Muestra que, en definitiva, la idea de “raza” es una sandez al estilo de lo que explica el genetista de Oxford y Princeton Spencer Wells: en cuanto a que todas las personas provenimos de África y las diferencias físicas son consecuencia de la instalación en diversos lugares con distintos climas. De allí que los asesinos nazis debieron tatuar y rapar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios. En los seres humanos solo hay cuatro grupos sanguíneos distribuidos en la población mundial.
Acude a largas disquisiciones para apuntar que el islam es una religión de paz y concordia, y coincide con autores como Gary Becker y Guy Sorman que señalan que el Corán es un libro para los hombres de negocios por su respeto a la propiedad y a los contratos. Ese libro reza que el que asesina a un hombre ha asesinado a la humanidad. En esta línea recuerda que los musulmanes estuvieron ocho siglos en España donde el progreso fue notable en agricultura, arquitectura, gastronomía, música, derecho, filosofía, economía y, ante todo, fueron plenamente tolerantes con cristianos y judíos. Así lo ha destacado José Levy con el inaudito bautismo de “terrorismo islámico”, pues este oculta un grupo de criminales que nada tienen que ven con este credo; y es como se ha dicho que por las mismas razones es inaceptable que a los miembros de ETA en España o de IRA en Irlanda se les conozca como “terroristas cristianos”.
Se ocupa y preocupa por el aparato estatal metido en educación con su consiguiente politización y adoctrinamiento, en cuyo contexto ofrece ejemplos aterradores de lo que viene ocurriendo en los Estados Unidos bajo la égida de la “Secretaría de Educación” (nunca hubo ministerio de ese ramo; la secretaría fue implantada por Carter, tanto, que Reagan intentó abrogar sin éxito). Subraya la trascendencia de la competencia en materia educativa, ya que se encuentra inmersa en un proceso evolutivo de prueba y error para lo cual la referida apertura en estructuras curriculares constituye garantía del mayor grado de excelencia académica posible. Por otro lado, sostiene que “la salud pública está muy enferma” y hay que abrir paso a la medicina privada junto a los formidables emprendimientos filantrópicos que surgen una y otra vez cuando se respira libertad (un contrafáctico es Cuba y esquemas similares donde no hay espacio para lo privado, donde faltan medicamentos elementales en un contexto de crecientes muertes por padecimientos varios sin curar, y donde solo hay atención para ciertos burócratas e invitados especiales del régimen con estructuras importadas al efecto).
Advierte de los peligros del nacionalismo con su mal denominado proteccionismo, que en realidad desprotege a todos, excepto a pseudo-empresarios aliados al poder de turno en un contexto del antiguo y dañino mercantilismo y su siempre presente xenofobia que hace todo más caro y de peor calidad; lo anterior, como consecuencia del bloqueo de arreglos contractuales entre personas alojadas en diversas partes del mundo. En esta línea argumental no se toman las fronteras simplemente para descentralizar el poder, sino como vallas infranqueables que producen tensiones bélicas y confrontaciones del todo improcedentes.
En lo que atañe al marxismo, Sowell desmenuza en detalle las falacias de esta tradición, pero en esta oportunidad encontramos espacio para referirnos a dos aspectos cruciales. En primer lugar, el determinismo explícito en los trabajos de Karl Marx desde su tesis doctoral. Como hemos escrito antes sobre este tópico, la condición humana se concreta en el cerebro material y en la interacción con los estados de conciencia, mente o psique. Si fuéramos solo kilos de protoplasma, nuestros dichos y hechos serían consecuencia de los nexos causales inherentes a la carne y el hueso, por lo que desaparecería tal cosa como el libre albedrío y, por tanto, la libertad se convertiría en mera ficción. Merced a los estados de conciencia, mente o psique, tenemos ideas autogeneradas: podemos revisar nuestros propios juicios, hay proposiciones verdaderas y falsas, tiene sentido la responsabilidad individual, la moral y, como se ha consignado en otros contenidos, la libertad misma (atributo exclusivo de la especie humana entre todas las conocidas hasta el momento). Este tema lo han desarrollado también muchos otros autores, pero se destacan el antes aludido filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Carew Eccles, tanto en trabajos separados como en coautoría.
El segundo punto del marxismo es referente a la propiedad privada que, como es sabido en el Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels declaran que todas sus propuestas pueden resumirse en su abolición. Sowell, siguiendo las enseñanzas de Ludwig von Mises, explica que sin propiedad no hay precios, puesto que estos significan transacciones de derechos de propiedad y, consecuentemente, sin esos indicadores no es posible la contabilidad, la evaluación de proyectos y en general el cálculo económico. Debe considerarse que, sin llegar a la abolición de esta institución que permite asignar los siempre limitados recursos a tareas prioritarias según el criterio de la gente, su debilitamiento conlleva un mayor derroche de factores productivos, lo que a su vez afecta negativamente los ingresos (los deteriora).
Lo escrito es un muy apretado resumen de algunas de las contribuciones de este titán del ámbito académico, quien, al igual que colegas suyas con ideas afines, impulsa el debate en defensa de la libertad. La libertad, desde luego, se entiende como el respeto mutuo, donde cada persona actúa según su propio juicio, siempre y cuando no interfiera con los derechos de los demás. En este último caso, es cuando se justifica el uso de la fuerza, la cual, siempre debe ser defensiva. Además, es importante evitar el término “sociedad” vinculado con la acción colectiva, como si se tratara de un solo ente que pudiera tomar decisiones, tal como critican pensadores de la talla del mismo Thomas Sowell, el antes mencionado Friedrich Hayek y José Ortega y Gasset. Estos autores advierten que dicha postura evade al individuo para luego zambullirse en un grosero antropomorfismo sugiriendo erróneamente que un colectivo podría actuar: esto es, preferir y optar entre diversos medios alternativos para la consecución de fines específicos.
La versión original de esta nota periodística apareció por primera vez en Visión Liberal (Argentina), y la que le siguió en nuestro medio aliado El Bastión.
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