El infierno de nuestros días

Coches bomba en Bagdad, detonaciones, muertes masivas en Siria. Cuerpos amputados en Gaza. Son imágenes y más imágenes que se añaden hoy a otras también sobrecogedoras, fotografías que vamos recibiendo, que nos van degradando, como le sucedía a Risso en ‘El infierno tan temido’, aquel cuento de Juan Carlos Onetti.

Son instantáneas que hacen de los terroristas y de los torturadores unos retratistas bestiales, unos guionistas improvisados de ‘snuff movies’. Hace años nos conmovían. Ahora, cada vez menos.

«Los terroristas han entendido enseguida que la cámara tiene el poder de captar un acto atroz y convertirlo en una imagen que provoque escalofríos a todo el planeta. Con ello, han descubierto un arma nueva y fundamental”, decía tiempo atrás Michael Ignatieff.

No sé qué pensar. Fue así en otro tiempo. Ahora, sin embargo, vivimos en una indiferencia creciente. Es tal la saturación que provoca el horror retransmitido y sabido, que parece que nos inmunizamos. En un bello y perturbador libro, ‘Ante el dolor de los demás’ (2003), Susan Sontag nos hacía reflexionar sobre la imagen del espanto, el espanto real y nuestras reacciones.

Recuerden el conflicto de Irak. A los muertos vistos en una guerra que se quiso corta, terminante, relámpago, debimos sumar a sus vecinos: los torturados a los que obscenamente no sólo se les infligía daño o suplicio, sino también la ignominia de su imagen avasallada con representaciones y dramatizaciones del dolor y de la humillación.

Hubo actores que ejecutaban su infame papel (¡incluso mujeres!) ante lo que suponíamos que era un vasto público fuera de campo pero al que adivinábamos numeroso, entregado, riendo a mandíbula batiente, con esa furia ruidosa le que da a uno la irresponsabilidad colectiva.

Parafraseando y analizando unas palabras de Virginia Woolf (1938) decía Susan Sontag en ‘Ante el dolor de los demás’: «Los hombres emprenden la guerra. A los hombres (la mayoría) les gusta la guerra, pues para ellos hay «en la lucha alguna gloria, una necesidad, una satisfacción» que las mujeres (la mayoría) no siente ni disfruta.

¿Qué sabe una mujer instruida, leáse privilegiada, acomodada, de la guerra? ¿Gloria, necesidad, satisfacción por las que sentir o disfrutar? Vistas hoy las imágenes de mujeres torturadoras que años atrás se empeñaron en representar bien su papel ante la cámara, transcurrido mucho tiempo desde Virginia Woolf, ¿cuál es la pregunta y cuál es la respuesta?

No sé. Son muchas las perturbaciones que estas imágenes me provocan. Y me siento impotente para darles respuesta. Las decapitaciones continúan. O al menos su representación terrorífica para provocarnos el Infierno tan temido. Los fanáticos sí que creen en el Infierno. Quienes carecemos de creencias religiosas creemos en el infierno cotidiano.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfp1/v/t1.0-9/10550894_10203841429256698_1387318045522281632_n.jpg?oh=c1137d8125c61be8b608a534b927f6d0&oe=543BFB41&__gda__=1414741796_26cba58e17340f026f46db90056c4a2a[/author_image] [author_info]Justo Serna es catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Valencia (España). Es especialista en historia cultural, tiene varios libros publicados y colabora regularmente en prensa. Ha sido columnista de El País (España) y de otros periódicos políticos y culturales.[/author_info] [/author]

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