El hombre de la sombras

El hombre

De repente el aire bajó de temperatura y la oscuridad se adueñó del cuarto. Daniel temblaba mientras apretaba con fuerza las mandíbulas y empuñaba sus manos hasta el punto del dolor; quiso gritar, pero su boca estaba entumida por el miedo, entonces lo sintió, ahí estaba el hombre, parado al lado de la puerta con sus ojos clavados en él.

Un dolor recorrió la espina dorsal de Daniel mientras se expandía por todo el torso hasta llegar al pecho; sintió que su ritmo cardiaco se aceleraba hasta el punto en que pensó que en cualquier momento podría morir. Intentó gritar nuevamente, pedir auxilio, pero sencillamente su boca no podía emitir sonido alguno.

Intentó levantarse, pero sus brazos y piernas estaba agarrotados; la tensión de sus músculos empezó a causarle fatiga en sus miembros hasta que sencillamente dejaron de responderle.

Sintió los pasos del hombre, y aunque eran inaudibles, Daniel sabía que se estaba acercando, podía sentir su presencia cada vez más y más cerca. De nuevo intentó gritar, emitir cualquier sonido, pero sintió un dolor agudo en el centro de su pecho, el hombre estaba detrás de él. Entonces despertó.

Abrió los ojos, aunque sus párpados le pesaban. Sintió el dolor en cada articulación de su cuerpo; las manos y la boca aún le dolían. Tuvo náuseas; al tratar de levantarse su mundo empezó a dar vueltas y no pudo reprimir el vómito.

Intentó levantarse de la cama nuevamente, pero sus piernas le fallaron, entonces vinieron a su mente escenas de aquel sueño que desde hacia varias semanas lo atormentaba, siempre era el mismo. Un hombre de las sombras al lado de la puerta que se acerca lentamente hasta donde él dormía, y aunque en el sueño Daniel le daba la espalda, sabía perfectamente que aquel ser que se acercaba.

Se tomó unos minutos en la cama hasta que el mareo cesó, entonces se pudo levantar, sintiendo aún un poco de debilidad ¿Por qué llevaba tantas semanas con el mismo sueño? Aquella pesadilla se le estaba convirtiendo en una obsesión, no podía dejar de pensar en esa sensación tan horrible que lo invadía, y a pesar de que en el sueño sabía que estaba soñando, no podía evitar el miedo ni esa horrible punzada en el pecho.

Ingresó a Internet a averiguar sobre aquel suelo, y lo que leyó lo dejó aún más confundido e inquieto.

Aquella experiencia que estaba viviendo, también la habían experimentado miles de personas alrededor del mundo, y si bien algunos psicólogos lo relacionaban con trastornos del sueño, no habían sido capaces de explicar por qué tantas personas habían tenido el mismo tipo de pesadilla: Un hombre de las sombras que se acerca lentamente para aterrorizarlos en medio del sueño.

A medida que leía, el temor se apoderaba de él; ¿Qué era aquel hombre? ¿Una visión? ¿Una manifestación de sus miedos? ¿Un alma atormentada? ¿Un demonio? Por lo que podía leer, muchas de las conclusiones eran conjeturas, pero no había nada certero.

Dirigió la vista hacia la puerta, ahí donde solía aparecer el hombre de las sombras que se acercaba a él ¿Con qué objetivo? ¿Alimentarse del miedo? Daniel empezó a tener más preguntas que respuestas, y sencillamente toda esa información era mucho para él, entonces sintió un corrientazo que le produjo escozor.

Volvió a recordar ese maldito sueño que se había repetido durante las últimas semanas, esa pesadilla que le robaba las energías y le tenía ad portas del colapso mental. Esos pasos lentos, la horrible sensación de estar siendo observado por un ente maligno, la impotencia de la fragilidad, la espantosa certeza de estar apunto de sucumbir hacia el terror absoluto. Sus manos, su cuello y su boca se volvieron a tensar.

Se paró por un momento y se acercó a la ventana. Prendió un cigarrillo y le dirigió la vista a la nada perpetua de la calle, solamente perdido en sus pensamientos, en sus miedos. Miró a la gente que pasaba, los carros, las aves… y lentamente dejó de observar, estaba completamente absorto en una maraña de sensaciones.

Movió la cabeza con cansancio, entonces, detrás de un poste de luz al otro lado de la calle, creyó ver algo, no solamente algo, sino alguien, una sombra. De pronto se atragantó con el humo del cigarrillo y empezó a toser con violencia, y cuando por fin se calmó, volvió a dirigir la mirada hacia el poste de luz, solo para darse cuenta de que allí no había nada.

• Es ilógico -pensó- esos seres de la sombra solo aparecen en los sueños, debo estar imaginando cosas.

Botó el cigarrillo por la ventana y antes de regresar para seguir leyendo acerca de la gente de las sombras, volvió a observar el poste. Nada, no había nada.

Los relatos de la gente que contaba sus experiencias por Internet eran todas muy similares, y también muy parecidas a las del propio Daniel. Un ser de las sombras que acecha a sus víctimas mientras dormían, y aunque las personas tenían la noción de que aquello era una pesadilla, no podían superar el miedo, entonces aquel ser se acercaba lentamente a ellos, hasta que el terror los hacía despertar.

Algunos esotéricos hablaban de entidades de otra dimensión que nunca fueron humanos, y que se alimentan del terror de las personas, y los relacionaban con los súcubos, y que estos a su vez habían sido tergiversados por la religión, puesto que no eran mujeres que se alimentaban de la esencia de los hombres, sino demonios que atacaban a las personas sin discriminar su genero.

Otros asimilaban que aquellos seres de las sombras en alguna ocasión fueron personas que estaban atrapados en una dimensión que no les correspondía y que su manera de manifestarse era a través de los sueños, a través de las visiones que generaban mientras los sujetos que podían sentirlos dormían, transmitiéndoles la angustia y el dolor que esos seres sentían.

Toda esa lectura e información lo agotó, así que Daniel se tumbó en su cama. Cerró los ojos y trató de poner su mente en blanco, pero no pudo. Intentó levantarse pero su cuerpo estaba demasiado agotado.

• No me puedo dormir -pensó- tengo que relajar mi mente.

Se alistó, salió a la calle a caminar, y antes de terminar la cuadra, volvió la vista solo para asegurarse que no había nada detrás del poste.

• Tan solo fue mi imaginación -dijo en un murmullo-

No obstante, no dejó de mirar aquel poste sino hasta que dio la vuelta a la cuadra.

Caminó por horas, prendiendo un cigarrillo tras otro, sin rumbo fijo, sin destino, simplemente dando pasos en la selva de concreto. Le daba vueltas al sueño, a las sensaciones que tenía mientras dormía, al pánico absoluto, la angustia, la falta de aire ¿Qué podía significar? Alzó la vista, y se dio cuenta que ya empezaba a anochecer, así que decidió volver a casa.

Al llegar, prendió la radio y se puso a escuchar música para distraer la mente. Se recostó en la cama mientras tarareaba una canción y cerró los ojos mientras se perdía en las melodías y los círculos armónicos de la tonada. Entonces sintió que la temperatura del cuarto bajó precipitadamente, y de un brinco se levantó de la cama.

Su piel se erizó, sus manos estaba congeladas y escuchó un ruido.

• ¿Quién está ahí? -gritó- ¿Quién está ahí?

Nada.

• ¿Qué quieres de mi? ¡Déjame en paz, te lo ordeno! – volvió a gritar- ¡Te ordeno que te vayas de mi casa, te ordeno que me dejes en paz!

Nada.

Se dirigió hacia la pequeña sala teniendo aún esa horrible sensación que se esparcía por todo su cuerpo. Volvió a gritar exigiéndole a aquel ser de las sombras que se fuera de su hogar. El miedo se empezó a transformar en ira. Volvió a escuchar un ruido, y se dio cuenta de que el ventanal del balcón estaba abierto; era el viento el que producía el ruido. Se sintió tonto y molesto consigo mismo.

• ¡Le dediqué todo mi día a un estúpido sueño! -se recriminó- un día totalmente perdido.

Por un momento pensó que todo esto era algo absurdo, que en realidad se trataba de un fenómeno de parálisis del sueño y no nada tenía de sobrenatural aquella sombra que se aparecía en sus sueños, que por el contrario, toda esa obsesión iba a hacer que todo fuera peor.

Cerró el ventanal del balcón, se dirigió hacia su cuarto y se volvió a recostar mientras la radio sonaba. De alguna manera se sentía más tranquilo… empezó a tararear una nueva canción, cerró sus ojos y lentamente se fue quedando dormido. Empezó a soñar.

Se encontraba en una catedral abandonada con un hermoso jardín en el medio, ahí estaban su madre y su hermano. Corrió a abrazarlos y de repente ya no estaban. Se quedó parado en medio del jardín, cuando de un momento a otro empezó a nevar dentro de aquella estructura.

Miró las paredes que rodeaban el jardín, y detalló que estaba completamente corroídas por el pasar de los años, la pintura se resquebrajaba y había humedad por todas partes. Lo que parecía una hermosa catedral resultaba ser más un edificio en ruinas y a punto de caerse. Volvió la vista hacia el jardín, y donde segundos atrás habían rosas y crisantemos, solo quedaban ramas secas y flores muertas. Sintió tristeza.

Escuchó un ruido, en los pisos superiores de la catedral, y pensó que eran su madre y su hermano, así que subió por unas escaleras que cada vez se hacían más y más angostas, llegando así a un corredor vacío. Solo había polvo y suciedad; se dio la vuelta pero ya no habían escaleras, entonces escuchó nuevamente ese ruido.

Volvió la vista, y en el rincón del final del corredor había una sombra, pero no tenía forma alguna, parecía más una nube de humo que no tenía hacia donde escapar. Caminó hacia la sombra con paso firme, y antes de llegar al final del corredor, la sombra empezó a cambiar de forma.

Los movimientos de la sombra eran grotescos y no había ningún tipo de uniformidad. Daniel quiso huir, pero sus pies se congelaron, quiso voltear la cabeza, pero su cuello estaba dolorosamente tensado. Su palpitación se aceleró y sintió ganas de vomitar. Aquella sombra empezó a tener el aspecto de un hombre, entonces lo supo, era el hombre de sus sueños.

Estaba ahí, parado frente aquella entidad; su sola presencia le produjo dolor. El hombre se empezó a acercar a él, hasta que estuvo solo a pocos centímetros. Su apariencia era la de un hombre flaco, desgarbado hasta los huesos, con una mirada penetrante, sin embargo no tenía rostro. Empezó a alzar su brazo para alcanzar la cabeza de Daniel, entonces un grito se liberó de la garganta de aquella entidad. Era un sonido gutural que no podía provenir de ningún lugar sino del mismísimo infierno.

Ese grito le transmitió odio, dolor, sufrimiento, quiso rendirse ante la vida, quiso caer ahí presa del hombre de las sombras, sin embargo, Daniel se aferró a todas las fuerzas que aún le quedaban y gritó con toda la energía posible.

• ¡Vete de aquí! -gritó Daniel-

Entonces Daniel se dio cuenta que había despertado y se encontraba de pie de frente a la puerta.

• ¡Vete de aquí! -volvió a gritar consciente de que ahora estaba despierto- ¡No te alimentarás de mí maldito monstruo de los infiernos. Te ordeno que te vayas, entidad maligna.

Silencio.

El pulso de Daniel se empezó a recomponer y extrañamente se sintió tranquilo, como si el hombre se hubiera alejado para siempre de su vida. No pudo evitar una sonrisa, y aunque se sentía estúpido gritándole a una sombra que ya no estaba, se encontraba más relajado.

Prendió un cigarrillo y se acercó a la ventana, aun era de noche, miró su reloj que marcaba las tres de la mañana. Sacó la cabeza y sintió el aire helado que le adormeció el rostro casi inmediatamente. No pudo ocultar su felicidad y le sonreía a la calle vacía.

Entonces fijó su vista en el poste. Dejó caer el cigarrillo de sus manos y empezó a temblar violentamente. Intentó tragar saliva pero su boca estaba entumida por el miedo. Ahí estaba el hombre de las sombras, viéndolo directamente a los ojos.

• Tengo que estar soñando -se dijo para sí- ¡Esto tiene que ser una puta pesadilla!

Pero la verdad era que no, no estaba soñando, y ahí estaba esa entidad mirándolo fijamente a los ojos desde la calle.

• ¡Vete a la mierda! ¡Vete al mismísimo infierno! -gritó-

Entonces el hombre de las sombras empezó a reír con el mismo sonido gutural de ultratumba que Daniel había escuchado en sus sueños.

Escuchó un ruido detrás de él, y se volteó con violencia, entonces se le paralizó el cuerpo y la vos. Ahí estaba el hombre bajo el marco de la puerta.

La temperatura del cuarto bajó de un momento a otro, pero el frío no provenía de la ventana abierta, era un frío que helaba hasta los huesos.

El hombre empezó a caminar lentamente hacia él, y con cada paso, Daniel sentía que su mundo se hacía más pequeño, más sofocante, más tenebroso. Sintió un dolor agudo en el estómago, y aunque quiso consolarse, no pudo mover un solo músculo.

Los pasos retumbaban por toda la habitación, el eco se hizo insoportable y Daniel sintió que sus oídos estallaban. La visión era espantosa, aquel ser de las sombras acercándose a él paso a paso.

El aire le faltó y no pudo reprimir las lágrimas. Intentó murmurar algo pero su garganta estaba paralizada.

Los segundos se hicieron eternos y el padecimiento era totalmente insufrible. Alzó la vista y ahí estaba, lo tenía en frente y estaba alzando su mano hacia su rostro.

• Padre nuestro, que estás en los cielos -empezó a musitar con dificultad-
• Dios no está aquí -respondió la entidad-

Dios no está aquí

Estaba preparando el primer café de la mañana, prendió un cigarrillo y se sentó. Aun estaba adormilado y sorbía de a pocos la amarga bebida. Se quedó unos segundos divagando y le volvió a dar una calada más a su cigarrillo.

Ya lo había conseguido todo, pero dudaba si debía hacerlo, sentía temor y duda, pero la ira le decía nuevamente que actuara sin pensarlo dos veces. Tenía la cocaína, la heroína, los somníferos y las agujas preparadas. Se preguntó una vez más sí debía hacerlo, pero entonces recordaba la conversación que habían tenido su mamá y Javier, y la cabeza le hervía nuevamente.

• Tengo que hacerlo -musitó para sí-

Daniel se levantó, le dio el último sorbo al café, la última calada al cigarrillo y se duchó rápidamente mientras su mamá y su hermano aún dormían.

Unos meses atrás, llegó a la casa más temprano de lo usual y entró en silencio porque desde afuera había visto a Javier y a su mamá hablando en la cocina, y ellos solo hablaban ahí cuando se trataba de algún tema serio, entonces quiso saber de qué se trataba.

Abrió la puerta con mucho sigilo y se escondió detrás de la pared que cubría la cocina, entonces los escuchó discutiendo, y por los que pudo entender, su mamá había logrado vender algunas propiedades que la familia tenía, pero todo el dinero iba a ser para Javier, ya que no confiaban en el ‘buen juicio’ de Daniel, pues anteriormente había derrochado dinero absurdamente, incluso quedado en la banca rota en más de una ocasión por culpa de sus excesos con el alcohol y la droga.

Javier además le recordó a su mamá que Daniel había perdido varios objetos valiosos para venderlos y conseguir droga, y que esa situación ya estaba afectando a todos.

• Lo lamento mucho, pero no puede recibir ningún dinero -dijo la madre- ya ha defraudado mi confianza en más de una ocasión y no pienso dejar que siga por ese sendero.
• Es cierto mamá -respondió Javier- puede hacerse daño sí mismo. Tiene un historial de uso y abuso de drogas que no puede controlar.
• ¡Ay Daniel! ¿A qué hora te desviaste del camino?

Siguieron así por un largo rato, hasta que Daniel se cansó de escucharlos y entró en cólera.

• ¿Así que piensan que soy la oveja negra? ¡No tienen ni idea! -musitó entre dientes-

Se fue a su cama, intentó dormir, pero la ira que sentía en ese momento no lo había dejado conciliar el sueño, y durante toda la noche pensó en qué hacer para vengarse de Javier y su mamá. Daba vueltas sin cesar y su mente solo se podía ocupar de los detalles de aquella conversación que hacían que Daniel nuevamente se envenenara de la ira.

• Veneno -pensó- veneno… podría ser una solución.

Se levantó de la cama y empezó a consultar en Internet qué veneno podría utilizar para matar a alguien y no dejar el menor rastro de que había sido un asesinato, sin embargo en todas las páginas que veía, se anunciaba que las diferentes sustancias para matar a otros seres humanos tenían un detallado proceso de toxicología.

Abrió la ventana, prendió un cigarrillo, y trató de aspirar dulcemente el humo del cigarrillo ¿De verdad quería hacerlo? Sintió que las manos le temblaban y el pulso se aceleraba de solo pensar hacer lo que estaba planeando.

• ¡Cielo santo! Son mi familia -dijo en un murmullo casi inaudible- … y me han defraudado totalmente.

La duda se disipó y nuevamente la ira se apoderó de él. Lo consideraban un incapaz, un inútil, una carga… se vio a sí mismo despreciado y humillado por su hermano y su madre, y no soportó la escena que él mismo había creado.

Al día siguiente, tanto su hermano como su madre lo saludaron como siempre, como si la noche anterior no estuviesen desprestigiando todo lo que él era. Pensó que eran unos cínicos y aunque tenía el reproche en la garganta, decidió guardar la compostura, el silencio y su cabeza siguió maquinando una y otra vez.

Desayunaron todos juntos, como solían hacerlo, como una familia feliz, sin percatarse que el odio se había inoculado en el alma y el corazón de Daniel. No mencionaron nada acerca de las propiedades vendidas, ni del dinero, todo lo querían ocultar para que no se diera cuenta.

• ¿Qué piensan que soy? ¿Un imbécil? -pensó mientras comía unas tostadas con mermelada y queso crema- ¡Ya verán!

Después del desayuno se dirigió a su cuarto, y empezó a investigar en Internet nuevamente, con la esperanza de conseguir algo que llamara su atención, pero nada, absolutamente nada, todos eran venenos detectables post mortem, desde la toxina botulínica, hasta la ricina, pasando por el ántrax, el sarín, la tetrodotoxina, el cianuro, el mercurio, la estricnina, la amatoxina y el monofluoroacetato de sodio ¡Todos!

Abrió uno de los compartimientos que tenía el escritorio buscando una libreta, entonces vio que aún conservaba un poco de cocaína, así que alistó una raya y se preparó para aspirar con un pitillo, pero se quedó quieto, mirando la raya de cocaína, entonces una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

¡Droga! Esa era la respuesta, si bien la droga dejaba rastros en el cuerpo humano que eran detectados con un análisis toxicológico, todo el mundo, incluidos la policía, pensarían que se trataba de un caso normal de sobredosis ¿Pero qué tal que se pudieran dar cuenta que el consumo de drogas fue de un momento a otro? Eso sería un índico para que la policía pensara que se trataba de un homicidio y no de un caso de sobredosis.

• Tengo que hacer que la consuman sin que se den cuenta -se dijo- ¿Pero cómo?

Entonces pensó que en el café de todas las mañanas sería muy fácil verter un poco de cocaína todos los días por un tiempo determinado, y luego el golpe final.

Desde entonces era el primero en levantarse a preparar el café todas las mañanas, y le echaba un poco de cocaína para que el cuerpo de ellos lo fuera asimilando poco a poco, quedando así constancia en los análisis post mortem que se trataba de un caso de drogadicción hijo-madre que resultó fatal.

Al comienzo eran pocos gramos, para que no notaran ningún cambio en la bebida, pero con el paso de los meses, fue incrementando la dosis, y tanto Javier como su madre no notaban la diferencia, aunque sí se les veía mucho más ansiosos y estresados que de costumbre.

Por un periodo de cuatro meses, Daniel agregó todos los días cocaína al café que tomaban su familia, incluso este acto despejaría cualquier tipo de sospecha que pudieran tener tanto Javier como su madre, lo llegarían incluso a considerar nuevamente como parte del rebaño, pero ya la decisión estaba tomada.

Después de haberse duchado, Daniel bajó nuevamente a la cocina y preparó el café de su hermano y su madre, pero en vez de agregar cocaína, les daría unos ansiolíticos que los pondrían a dormir durante horas.

Javier y su mamá bajaron como de costumbre; Daniel ya tenía listo el desayuno y el café con los ansiolíticos. Desayunaron como de costumbre, hablaron un poco y tomaron el café. Entonces se empezaron a sentir muy cansados, se recostaron sobre la mesa, y ahí se quedaron dormidos.

Daniel pensó en amarrarlos a la silla, pero se dio cuenta que aquellas marcas podían quedar en los cuerpos, por lo que optó por dejarlos ahí sin amarrarlos ni sujetarlos a nada. Acto seguido empezó a poner cocaína en sus narices, para que al momento de respirar la droga pasara por sus fosas nasales. Esto lo repitió cada 30 minutos durante cerca de siete horas. Para entonces los cuerpos estarían tan drogados que no podrían ser conscientes de lo que ocurría.

En todo caso, y para asegurarse, cada dos horas les daba más ansiolíticos para evitar que despertaran.

Después de siete horas de drogarlos constantemente con cocaína, empezó a preparar heroína, y siguió el mismo proceso. Durante varias horas los inyectó por lapsos de 30 minutos. Al principio eran pequeñas dosis de la droga, pero con el pasar de las horas iba aumentando la dosis.

Habían pasado cerca de 20 horas de aquel tedioso proceso, él mismo ya se estaba sintiendo cansado y de vez en cuando consumía un poco de cocaína para mantenerse despierto.

Palpó el pulso de su madre y se dio cuenta de que ya había muerto, pero su hermano seguía aún vivo, botando espuma por la boca, lo que indicaba que la sobredosis ya estaba haciendo efecto.

Se sentó en la silla mirando a su hermano mientras botaba espuma y se retorcía, entonces Javier abrió los ojos y trató de hablar.

• Ayuda -dijo Javier en un murmullo apenas audible mientras su mano intentaba tocar el rostro de su hermano, mientras en su cara se dibujaba una mueca de dolor-
• Ya pronto acabará -respondió Daniel mientras acariciaba su cabeza-
• Dios, ayúdame -dijo mientras sus ojos se volvían vidriosos-
• Dios no está aquí hermano -dijo Daniel mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro- dios no está aquí.

Mientras Javier moría, Daniel le explicó metódicamente cómo había planeado asesinarlos y el porqué, incluso llegó a bromear acerca de qué haría con el dinero que iba a heredar.

• ¿Sabes? Nunca me agradó lo que tu y mamá hacían, siempre me subestimaron, siempre menospreciaron quién era yo. Jamás tuvieron el menor interés en mi vida, en mis problemas, y tu hermano, tu con tu vida tan perfecta siempre obtenías el amor de mamá, mientras que a mí me tocaban sobras de cariño. Les he guardado rencor por mucho tiempo, un odio que ha crecido en mí durante años. No los puedo perdonar, no hay espacio en mi corazón para el perdón.

Javier empezó a convulsionar durante varios minutos, mientras Daniel aún hablaba, entonces dejó de moverse.

Daniel palpó su pulso y se dio cuenta de que ya había muerto.

Vio los cuerpos ya sin vida de Javier y su mamá, entonces llamó a emergencias y él mismo se inyectó una gran dosis no letal de heroína, y cayó al suelo.

Despertó en una sala de hospital donde algunos detectives le preguntaron por lo ocurrido, y Daniel les respondió que todos en la familia eran consumidores de drogas, y que la tarde anterior habían consumido en exceso.

Mientras les relataba esta historia a los detectives, Daniel lloraba, incluso llegó a proferir palabras de dolor y angustia. Los detectives lo consolaron, le dieron su sentido pésame y lo dejaron solo en la habitación del hospital.

Tal como lo había planeado, el caso se cerró rápidamente creyendo que se trataba de un evento de abuso de drogas en familia, y Daniel regresó a su casa después de unos días.

La casa estaba vacía, solitaria, oscura. Sintió algo de remordimiento por lo que había hecho, pero al final olvidó rápidamente su pena y se acostó a dormir. Esa noche soñó que un hombre lo observaba desde la puerta de su habitación.

El hombre de las sombras

• Dios no está aquí -respondió el hombre con voz gutural mientras tocaba el rostro de Daniel-

Entonces Daniel sintió un enorme vacío, fue como si su mundo se estirara, se expandiera y se contrajera al mismo tiempo; sintió una enorme tristeza, un dolor que provenía del alma.

Ese rostro, el rostro del hombre de las sombras… él lo conocía, y esas palabras… sus recuerdos se volvieron retazos a blanco y negro, y de repente ya no tuvo miedo, ya no sentía escozor y su cuerpo se relajó sintiendo un cansancio que se expandía por todo su cuerpo.

Cerró los ojos. Recordó aquel día en que se había perdido en un pequeño pueblo mientras nevaba.

Tenía cinco años y llevaba varias horas caminando bajo la nieve, estaba asustado y sus piernas estaban totalmente congeladas; lo único en que podía pensar era en buscar a su madre y a su hermano.

Llegó a una enorme catedral. Estaba sucia y parecía totalmente abandonada. Se acercó temeroso y gritó “hola” con todas sus fuerzas, pero la única respuesta que recibió fue el eco.

En la mitad de la catedral vio un pequeño jardín, se acercó y vio que solo quedaban ramas secas y algunos pétalos de rosas ya marchitos en el suelo. Llamó nuevamente, pero solo escuchaba su propio eco, su propia respiración, sus propios lamentos.

Empezó a llorar amargamente llamando a su mamá y a su hermano, entonces vio unas escaleras, y pensó que desde lo alto era más factible que lo escucharan, pero al acercarse, tuvo miedo. Las escaleras eran oscuras y angostas; sintió una ráfaga de viento helado que casi lo tumba, entonces se armó de valor y empezó a subir paso a paso, mientras su corazón se aceleraba violentamente, hasta que llegó al final y vio un pasillo sin luz.

Intentó dar un paso, pero ese lugar le parecía tenebroso; sintió entonces que su mundo se desvanecía. Cuando abrió los ojos, su mamá lloraba y su hermano lo abrazaba con fuerza, y al lado de ellos había una sombra, un hombre que lo miraba fijamente, sintió terror, quiso gritar, entonces despertó. Vio a su madre que lloraba y a su hermano que lo abrazaba con fuerza. No había nada al lado de ellos.

Esa noche Daniel tuvo fiebre, y caía en lapsos de sueño profundo, perdiendo la noción del tiempo, mientras su madre y Javier pasaron la noche a su lado. Al despertar los vio tendidos en la cama aún durmiendo, y para él, parecían unos entes de carne y sintió una tremenda repulsión por ellos.

Los miró con odio, con rencor, y sintió que la oscuridad lo abrazaba ¿Dónde habían estado cuándo él se había perdido? ¿Por qué no lo habían rescatado antes? Vio nuevamente a Javier y a su mamá, y los imaginó muertos bajo la nieve en aquella catedral donde no había absolutamente nadie, ni dios.

Se dio cuenta entonces que el hombre lo estaba mirando desde la puerta, alimentándose de su miedo, de sus recuerdos, de su odio profundo, entonces Daniel le sonrió y se volvió a dormir. A la mañana siguiente ya no recordaba nada de lo ocurrido, pero algo en su alma había cambiado para siempre.

El hombre soltó el rostro de Daniel.

Daniel se arrodilló en el piso y miró sus manos, dándose cuenta que no tenían forma definida y eran de un color negro casi transparente. Intentó tocarse a sí mismo, pero no podía. Se dio cuenta que su cuerpo estaba hecho de sombras.

Miró al hombre a los ojos, unos ojos siniestros y profundos, entonces le sonrió, y lo entendió todo. Él era el hombre de las sombras, él había alimentado la oscuridad de su alma.

Recordó a su madre y a su hermano muertos en la mesa, y sintió un oscuro placer que recorrió todo su cuerpo; la adrenalina brotó por todo su organismo, y las sombras se hicieron más oscuras, más pronunciadas; el aire helado invadió toda la habitación trastocando su alma.

Se levantó y no vio a nadie.

• Ya no tengo miedo de mí -dijo mientras sus ojos se ennegrecían- Estoy en paz con mi oscuridad.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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