“No se puede hablar de civilización mientras se deja morir de hambre a un pueblo sitiado”
Hay cadáveres que no llegan a las noticias. Hay gritos que el mundo decide no escuchar. Pero hoy, Gaza grita con cien gargantas apagadas en un solo día, mientras el mundo asiente con su silencio. ¿Cuánto dolor necesita una tierra para volverse invisible? ¿Cuántos niños con pan en la mano y metralla en el pecho deben morir para que la historia diga “basta”?
No fue un terremoto. No fue una peste. Fue una decisión.
En las últimas 24 horas, al menos 100 palestinos fueron asesinados en Gaza por el ejército israelí. Una ofensiva que hace del hambre un arma de guerra, y que convierte en blanco a quienes se acercan a recibir ayuda humanitaria. El informe lo confirma: muchas de las muertes se produjeron mientras personas esperaban comida en las filas. Lo que debería ser asistencia termina en masacre.
La Fundación Humanitaria de Gaza, respaldada nada menos que por Estados Unidos e Israel, suspendió sus actividades por razones de seguridad, después de que dos de sus empleados fueran asesinados a tiros en uno de los centros de distribución de alimentos. No por error. No por fuego cruzado. A tiros. A conciencia.
Además, en esas mismas horas, más de 70 personas murieron en bombardeos sobre Ciudad de Gaza y Jan Yunis. Y ya no hay palabras que puedan esconder esto detrás del eufemismo de “respuesta militar”. No hay blanco estratégico en un cuerpo hambriento.
Los hospitales están colapsados, sin sangre, sin medicamentos, sin electricidad. El hospital Al Shifa –el más grande de Gaza– no puede operar con normalidad. El de los Mártires de Al Aqsa ya no tiene banco de sangre. Los médicos comenzaron a donar su propia sangre para sostener a los heridos. Literalmente, se están desangrando por salvar vidas. Mientras tanto, quienes deberían garantizar corredores humanitarios, los dinamitan.
Los muertos en Gaza no son números. No son estadísticas. Tienen nombre, lengua, historia, madre. Tienen miedo. Tenían vida.
Pero la maquinaria del exterminio no se detiene. Y a cada bomba, una justificación. Y a cada justificación, una complicidad. ¿Dónde están las organizaciones internacionales que dicen proteger los derechos humanos? ¿Dónde están los gobiernos que alzan la voz solo cuando conviene?
La ONU vuelve a “instar” a un alto al fuego humanitario. Como si las instancias vacías detuvieran las balas. Como si la palabra “humanitario” no se hubiera convertido ya en una ironía cruel. Mientras tanto, los camiones con comida no llegan, los cuerpos se acumulan, y los niños aprenden que el cielo no trae lluvia: trae muerte.
No se puede hablar de civilización mientras se deja morir de hambre a un pueblo sitiado. No se puede hablar de democracia mientras se ampara un genocidio. No se puede hablar de paz mientras se asesina a quienes corren por comida.
Gaza no necesita más minutos de silencio. Necesita voces que griten, gobiernos que se planten, sanciones reales, y una comunidad internacional que no sea rehén de su hipocresía.
Porque si después de esto no hacemos nada, no somos neutrales.
Somos cómplices.
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