El haiku: sentimiento oceánico y eternidad

“(El haiku)… es un reencuentro con el sentimiento oceánico que nos trajo del amor a la existencia. Es una caricia de discreta humildad y de sencillez. Un baño de inocencia frente a la eternidad”.


El haiku (o haikú) es un estilo de poesía de origen japonés. Solemos saberlo. También solemos saber que en una lengua como la española el haiku responde a una estructura difícil de acceder. Tenemos un lenguaje rico -eso es una ventaja- pero de palabras muy articuladas y muchas veces largas… eso es una desventaja, ya que, como solemos saber, el haiku debe construirse con tres versos, el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero otra vez de cinco, composición de estilo muy antiguo llamado hokku. Y esta es sólo una de las condiciones que exige el haiku, ya que las reglas en el haiku son muchas, y como suele suceder en estos casos hay poetas que se resisten a obedecerlas del todo… Matsuo Bashȏ (de nacimiento, Matsuo Kinsaku), creador del haiku y de su propia escuela Shomon, solía decir, medio en broma y medio en serio, que las reglas del haiku había que aprenderlas muy bien, porque, de lo contrario, ¿cómo haríamos para olvidarlas?

Como sucede en todo elemento que vive en el tenue espesor del pensar, surgen puristas y herejes. Y también, cuando las cosas son intelectualmente muy refinadas, suelen aparecer paladines y detractores… Nosotros nos pondremos del lado de los haikus, por supuesto… de su sutileza y de la ligereza de su paso por nuestra mente; de su abandono a las luengas sombras de la montaña y a las brevedades del rayo…

Sentimiento oceánico y eternidad: el misterio poético.

A poco de viajar por la eternidad descubrimos que estamos a las puertas del lugar donde habíamos comenzado. Así pasa con el semimítico “sentimiento oceánico”. Por la fuerza misma de la metáfora, lo oceánico está siempre en sí mismo y por eso nos inmoviliza. Para poder salir de él debemos bajar del barco: mágicamente estaremos en otro puerto, pero eso ya nos habrá alejado del mar y entraremos en la dimensión de lo cotidiano y eventual. De hecho, el mar es, quizás, lo único verdaderamente infinito que conozcamos y que no se queda en la tiza de una pizarra en la clase de matemáticas o en un texto religioso, sino que baña nuestros pies y hasta podemos frecuentarlo con nuestro sentidos: el océano se cierra sobre sí mismo en las tres dimensiones del espacio y está en todas las costas del mundo a la vez. Ese sentimiento fue descrito como “oceánico” por el propio Freud que lo reconocía agazapado y desplegado en el Inconsciente. En ese océano eterno y, por lo mismo, atemporal, la Muerte no tiene registro alguno y la vida sólo existe: ni comienza ni termina. Lo oceánico es la nostalgia de un narcisismo infantil siempre actual, fuera del tiempo: en el sentimiento oceánico buscamos recuperar la desvalida omnipotencia del niño frente al paso impiadoso del reloj. En rigor, pareciera que el tiempo es el principal enemigo del haiku en tanto que es el principal enemigo de la vida: el tiempo mata, de modo que hay que escribir poco, lo justo y necesario. Sé que esa muerte va a venir y por eso me hace falta… y porque la muerte me hace falta es que hablo, ya que así es como me hago aire, vibración y distancia. Me hago poesía. Y así como pasamos nuestra vida entre las preguntas que nos hacemos y aquellas cosas que nunca podremos llegar a saber, es que se desarrolla en nuestra alma nuestra particular cuota de silencio personal, íntimo… secreto hasta para nosotros. De ese silencio de lo ya dicho abreva el pincel que dibujará las letras del haiku sobre el tenue papel de arroz. Pero antes, nos meteremos en el silencio y no podremos explicarlo, porque estaremos hechos de tiempo y luz. Y el silencio y la oscuridad de la palabra se vivirán como la contracara del tiempo: la verdad que no aflora, que no brota… La verdad es el misterio: es la semilla dentro del fruto que todavía es flor… Pero el misterio en poesía no es un secreto que se mezquine. No es una verdad que se esconda. El misterio poético es, por el contrario, una realidad que ha perdido los estribos, que se ha desbocado: que ha perdido contacto con la boca, tal como alguna vez el Verbo dejó la tumba. El misterio poético ha olvidado la capacidad de comunicarse porque galopa sin control. Es una verdad que brilla en exceso y que desborda los límites del escenario humano.

Sin embargo, no es mezquindad: es prodigalidad.

No es defecto: es exceso.

El haiku no es pequeño ni mezquino: es un gigante magnánimo. Es gigante porque se rodea de todo el silencio de la mente (una catedral en comunidad con lo cósmico). Es abismal por su altura y generoso porque necesita de poco, porque todo le sobra: algunas pocas sílabas aquí y allá y esas reglas que debemos aprender para poder olvidar.

Aunque parezca lo contrario, el haiku no es la realidad domesticada de frases hechas y lugares comunes. De hecho, toda la poesía en sí es una herejía lingüística que ya no puede decir el idioma conocido por todos. La poesía hablará el misterio o no dirá nada.

El misterio, en poesía, es el silencio de aquel que inaugura el sonido: el haijin, el creador de haiku.

El haiku

En la tradición poética del Shichigochou, de versos de 5 y 7 moras (en parte, equivalentes a nuestras sílabas y que se corresponden con la métrica más frecuente en japonés)se inscriben los tres versos del haiku bajo la métrica 5-7-5 (a pesar del movimiento Shinkeikoo, más reciente, que busca abolir este rigor y demás elementos estructurales del poema). Con sólo esos tres versos, el haiku debe exponer una visión espontánea, sin mayores antecedentes psicológicos por parte del autor y que no busca provocar moralinas, reflexiones o relaciones causales. El haiku sólo debe expresar un instante de la eternidad que el lector deberá concluir en su propio universo personal. Debe transportar al lector a la suspensión del tiempo; debe dejarnos a las puertas de donde comenzamos; debe enseñarnos a entender que, como el océano, estamos en todas las costas de nuestra alma a la vez… y todo sin habernos movido (no tiene sentido moverse en la eternidad). El haiku se asocia, así, a la composición del Enso, el dibujo en tinta del círculo, propio del budismo zen: el círculo comienza y termina en un sí mismo, como el mar, y ante el sitio en el que iniciamos nuestra marcha, alquimizando eternidad con sentimiento oceánico. Del mar nacemos y a él regresamos. Descubrir este estado se asocia al aware, como un requisito fundamental del haiku: un estado de breve, aunque profunda, conmoción espiritual que se debe provocar en el que lo lee.

El estilo occidental de lectura ha buscado lo mismo, aunque lo hace por la vía positiva de la percepción. La vía occidental es por donde circulan las figuras, las rimas y metáforas de la poesía, vagabundeando despreocupadas por los jardines luminosos de la mente y atentas todas al estridente aplauso … Así se escriba acerca de un paisaje nocturno, tétrico y velado: las veladuras revelarán otras cosas, quizás oscuras, pero siempre manifiestas como ocurre con las veladuras en un Rembrandt o como sucede con la luz interior que emerge de una perla en su oriente. Y no está mal, por supuesto: la vía positiva de lo poético es nuestro estilo de escribir y ha legado poesías magníficas y está, de más decirlo, estrechamente ligada a la evolución de nuestros propios campos cognitivos. Pero la poética oriental va doblándose sobre el entendimiento, acercando a la conciencia el lado negativo de la percepción, alcanzando, por fin, la oscuridad profunda del haiku. No una hondura intelectual sino, por el contrario, una hondura de despojamiento… casi como la teología negativa de un San Agustín: conocer a Dios por lo que no es.

Y así, cuando decimos que el Enso clausura un espacio dentro del espacio de la vida diaria, podemos pensar al haiku como un pequeño poema que encierra -que encubre, que vela, que protege- un espacio de la realidad, al cual sacraliza. Si la vía positiva fuera un huevo del cual eclosiona hacia la luz del intelecto un ave o un reptil, la vía negativa hará que todas nuestras águilas y serpientes occidentales busquen replegarse hacia sus cascarones y queden de nuevo dentro del huevo restaurado y el nido circular de lo eterno.

Pero aquí podemos instalarnos, brevemente, en cuestiones culturales. Más acá de los breves y misteriosos contactos antiguos entre Oriente y Occidente -en especial en el s. V a.C., cuando confluyen la “guerra” de Heráclito con la propuesta china del Tao y sus complementarios-, hay dos cosas que son ciertas: el mundo se ha occidentalizado y ha cercado lo que ahora son apenas islas de tradición oriental. No obstante, aun en la ultramoderna isla de Japón, el haiku ha subsistido y mientras tanto, en Occidente, el hartazgo por un estilo de vida que asume como indispensables la tensión y la adrenalina, ha llevado a muchas personas a interesarse por disfrutar del aware inscrito en ese momento de silencio, quietud y alegre o melancólica sorpresa que es el haiku.

Así como nadie se hace chino estudiando taoísmo, nadie se recibirá de japonés estudiando o componiendo haiku… pero sí es cierto que podremos disfrutar un poco más de nosotros mismos a través de estos poemas breves. Porque el haiku es una reconciliación con la interioridad, con nuestras pulsiones, con la realidad que producimos desde nuestra muchas veces olvidada fragilidad. Es un reencuentro con el sentimiento oceánico que nos trajo del amor a la existencia. Es una caricia de discreta humildad y de sencillez. Un baño de inocencia frente a la eternidad. Es darnos cuenta de que no existe lo fueki, que es en lo que solemos creer, esto es: lo invariable, sino que todo es lo mudable, lo ryuko (oposición desarrollada por Bashȏ). Es descubrir que en el mundo del haiku -y parafraseando a Jorge L. Borges- se guarece un destino… y hasta es probable que podamos en él encontrar el nuestro.

Para terminar, tres ejemplos: de un japonés en Inglaterra, de un argentino y de un colombiano:

Thinking of my love,

with whom I’ll meet tomorrow,
I’m washing my hair.
(“Pensando en mi amor
 con quien me encontraré mañana,
 estoy lavando mi cabello”)
Noboru Ueki.
Oscuramente,
libros, láminas, llaves
siguen mi suerte.
Jorge Luis Borges.
En el pantano
son espigas del agua
las espadañas.
Juan Mares.

Horacio Ramírez

Poeta, artista plástico, ensayista, crítico de cine, dedicado al estudio de la Simbología Universal, mitología y religiones comparadas. Formado en el ámbito científico de la Ecología fue derivando hacia el arte, la investigación en teoría poética, literatura japonesa, filosofías religiosas occidentales y orientales.

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