El fútbol, ese deporte de masas, de pasiones diversas y encontradas, el alma de muchos pueblos, especialmente latinoamericanos; infortunadamente el fútbol es también un infalible placebo social que permite que bajo su sesgo el mundo se altere mientras las mentes, más que soñar, duermen. Muchas cosas pasaron en el mundo durante el certamen de Rusia 2018, noticias que pasaron de agache gracias al poder sedante del balón y a las compañías mediáticas encargadas de proveernos del engaño sistemático.
El balompié o fútbol es tan solo una muestra de lo convenientes que pueden ser las políticas en las naciones europeas en materia de derechos humanos y civiles. Un negro futbolista de alto rendimiento es fácilmente bienvenido para integrar la selección, pero un negro inmigrante difícilmente podrá llegar a buen destino en el viejo continente. Algo similar ocurrió durante las guerras mundiales y demás conflictos internacionales a ambos lados del atlántico, quienes sirvan a la nación de turno obtendrán la nacionalidad y demás beneficios. (si logran sobrevivir) esto aplica tanto para la tierra del tío Sam como para la de Macron: Si mueres luchando por tu “patria” serás un muerto de primera clase.
En julio de 1994 el mundo se entera de la existencia de Ruanda, una antigua colonia belga (obtenida de los alemanes tras firmar el tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial) y que sufriría una cruenta guerra civil en la que los hutus, grupo étnico que se toma el poder y tras una cruenta guerra civil (1990-1993) apoyada por Francia, eliminaría al 75% de los Tutsis en una indescriptible orgía de sangre. Los historiadores más optimistas calculan medio millón de muertos, en su mayoría despedazados, con palos y machetes, cercenados y lapidados como si se tratase de una guerra en el neolítico.
Pero ¿a quién le importa esto? Si no sucede en la blanca Europa o en el primer mundo no es noticia, no es gracia, no genera empatía. Nadie dice salió por las calles a decir “yo soy Ruanda” o “yo soy Tutsi” porque los miedos de comunicación no le dieron la trascendencia necesaria; porque se jugaba el mundial de fútbol en Estados Unidos que coronó campeón a Brasil y esa noticia sí era realmente importante.
En el segundo párrafo del primer capítulo de la insoportable levedad del ser, Milán Kundera afirma que: “No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo XIV que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran en medio de indecibles padecimientos trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable. (p.11)
La cosa no ha cambiado mucho, quizá solo muta de escenario, como si se tratase de un eterno retorno; el pasado 13 de julio se produjo un cruento atentado en un mitin en Pakistán en medio de la coyuntura electoral de ese país, donde murieron al menos 128 personas y 122 más resultaron heridas. Israel bombardea la franja de Gaza, 10 muertos en Nicaragua en medio de protestas y enfrentamientos contra el gobierno de Ortega, pero ¿Quién quiere amargarse la fiesta del fútbol? Para que recordar que en Colombia van más de 400 líderes asesinados cuando tenemos un bonito disuasor de la realidad. Una perfecta columna de humo: 22 hombres tras un balón.
Afortunadamente nada pasó en Rusia y tampoco nada relevante en Europa que opacara el desempeño de la copa mundo, pero con toda seguridad, un solo atentado, un solo muerto a manos del terrorismo hubiera provocado la indignación mundial, como ocurre cada vez que en la pacífica Europa algún suceso tildado de tragedia acapara los titulares de prensa. La prensa de aquí y de allá es selectiva y servil, saben muy bien cuales son los muertos buenos y los malos; los de primera y segunda categoría. Los grandes medios saben priorizar por estrato, sexo, etnicidad y religión.
En nuestro país, no pueden ocupar un titular de prensa, radio o televisión el asesinato de un líder campesino o una maestra, si justo en ese momento el expresidente-presidente se cae del caballo y se fractura sus huesitos. Es de mal gusto mencionar problemas sociales cuando el país entero se encuentra sumido en la tristeza por la eliminación de la tricolor. Es de mamertos exigir respeto por la vida, transparencia institucional y equidad.
El futbol, un hermoso deporte lleno de mañas y trucos; promovido por una camarilla de viejos corruptos encaja perfectamente con el ideal de los medios de comunicación y los medios de producción reinantes. Cumple con su papel de distractor y de cómplice. “somos una nueva raza” que lamenta más un gol que un homicidio; que se deja imponer impuestos con total sumisión, que permite que los corruptos regresen al poder y que las elites espurias continúen desangrando el erario. Somos una nueva raza de güevones.