Todavía recuerdo con claridad la primera vez que vi en acción a Javier Milei. Fue a través de una cuenta –todavía existente– en YouTube llamada El Peluca Milei. Para ese entonces, me encontraba en una coyuntura política personal muy grande. Venía saliendo de una pesarosa decepción de la socialdemocracia –aplicada por Juan Manuel Santos– y de una espesa sensación de deriva, frente a lo que en economía respecta.
El video en cuestión, aunque ya no está publicado, era un fragmento de una de sus clásicas explosiones en un programa de televisión nacional de su natal Argentina, donde destruyó –argumentativamente– a un clásico sindicalista bolchevique. De esos que, a pesar de no verlos, basta con escuchar su exposición para imaginarse a un señor barrigón, canoso, barbudo, con una boina y que va dejando un olor a cigarrillo y café por donde camine.
Milei, a pesar de sus formas siempre cuestionables desde la moral, logró sostener la tesis de cómo el peso impositivo del Estado ralentizaba la generación de empleo, dejando a aquel sindicalista –tal vez por esas mismas formas o la contundencia de la retahíla de cifras que dio a posteriori– en un silencio sepulcral que gritó el ganador de la contienda por unanimidad. Mientras tanto yo, impactado por tal espectáculo, logré salir de la catarsis inicial reteniendo una fuerte curiosidad sobre ese “libertarismo” que él tanto profesaba con vehemencia, y si era verdad todo lo que había mencionado.
Un fenómeno de masas
Cualquiera que tenga una mínima experiencia en asesoramiento político, debería tener claro el potencial –hoy ya indiscutible– que Milei posee para la democracia. Su estilo directo y tosco son patente de corso para ofender, directa o indirectamente, a sus contrincantes con la gracia de no perder, por aquello de la rigurosidad, los debates al sustentar cada afirmación con un compendio fuerte de cifras, estudios y ejemplos reales en sus áreas de especialidad.
Tal “talento”, si me permiten la expresión, proviene de una vida académica muy activa, separada totalmente del “erudito” cliché de “come libros”, propio de incapaces que no juntan dos palabras sin tartamudear o con nula capacidad de socialización. Su perfil es economista de base, con maestría en Crecimiento y Desarrollo, con diez (10) años de experiencia como profesor catedrático en educación superior y varios libros de ensayos en economía política publicados, siendo el más famoso Libertad, libertad, libertad: Para romper las cadenas que no nos dejan crecer (Galerna, 2019), en coautoría con su excompañero de lucha Diego Giacomini.
Ambas cosas, son un cóctel fuerte para el éxito político. Pero no llegaría a nada sin la oportunidad en los medios de comunicación. Hecho no menor, porque no se puede entender a este fenómeno de masas, sin entender el rol que los medios de comunicación jugaron. Estos, siempre afanados por el titular sensacionalista, le dieron espacio a un “loquito”, como muchos en su momento expresaron, que ofrecía una solución diferente al proceso de descomposición que estaba, y está sufriendo aún, Argentina.
Con lo que no contaron, es que las cómicas y agresivas formas, acompañadas de una seguridad contundente sobre sus propuestas, calarían profundamente en una juventud que se veía, y todavía se ve, absolutamente perdida con el predecible pero no menos trágico fracaso del progresismo latinoamericano gestado por el kirchnerismo.
El progresismo empobrecedor
En política como en democracia, al ser un juego de suma cero, alguien gana si otro pierde. Ello es un hecho irreductible que siempre nos debe obligar a buscar a ese perdedor. Tras el ascenso y la contundente victoria de Milei en las PASO, y como ya había mencionado, ideológicamente hablando son el progresismo latinoamericano y, electoralmente, el kirchnerismo-peronismo, los grandes perdedores.
Sobre el progresismo latinoamericano debo decir que es una ideología política que acude más a la rimbombancia que a los hechos, que procura más a la narrativa que a la gestión real de problemas y que no es capaz de aceptar la importancia de la propiedad privada y del libre comercio para el progreso –cosa irónica por su nombre– de un país. Su aplicación, tras 12 años del kirchnerismo, dejó como resultado a un país inmerso en una inflación descontrolada, con una deuda pública casi impagable y una economía estancada y zombificada que tiene a la mayoría de la población sumida en la pobreza.
Es con este balance con el cual las propuestas del extrovertido profesor de economía encontraron cabida en las mentes y corazones de varios individuos hartos de los puestos corbatas, las políticas identitarias, el Estado abusivo, el nepotismo y los colectivos de presión que solo garantizan una sentencia de miseria permanente. Empero, no es un camino fácil el que le espera a Milei a pesar de su gran aceptación. No. De ganar la Presidencia, tiene que aplicar políticas duras y con alto costo a corto plazo para mejorar a mediano, y es allí donde puede explotar todo.
Como libertario, en parte gracias a él, espero que primero logre llegar a la Casa Rosada, y una vez allí, gestione una Presidencia efectiva y contundente con las problemáticas del país que permita avanzar una refrescante ola liberal-libertaria para toda la región.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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