“La brújula anda bien, lo que se rompió es el mundo”.
– “Tano” Favalli | “El Eternauta”.
Recuerdo haber visto El Eternauta por primera vez, casi al final del pico de hype que suelen acompañar.
Argentina tiene un repertorio considerable de mitos culturales, y entre ellos El Eternauta ocupa un lugar privilegiado. Publicada en 1957 por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López, la historieta fue reinterpretada en 2024 por Netflix en una adaptación presentada como “fiel al espíritu original”. Ese espíritu –el famoso “héroe colectivo”– suele celebrarse como epopeya de solidaridad popular.
Pero basta leer con atención para descubrir otra verdad: lo que brilla no es la masa anónima, sino la voluntad irrepetible de cada individuo. Allí donde Oesterheld y Netflix pretenden ver colectivismo, se revelan virtudes individuales.
El individuo detrás de la máscara colectiva
La trama narra un cataclismo en Buenos Aires: un grupo de vecinos comunes resiste desde una casa en Vicente López. Sin superpoderes ni salvadores providenciales, la enseñanza aparente es clara: la fuerza está en el grupo.
Sin embargo, la paradoja es evidente: el grupo solo funciona porque ciertos individuos deciden actuar como tales.
Juan Salvo emerge como líder, no porque el grupo lo vote, sino porque asume la responsabilidad y toma decisiones. A su vez, Favalli aporta racionalidad científica, algo que nadie más podía ofrecer. Por último, Franco encarna el coraje sensible, clave en los momentos críticos.
Ninguno de ellos es intercambiable. La obra demuestra –sin pretenderlo– una verdad incómoda para mucha gente hoy en día: los colectivos no piensan ni actúan; quienes lo hacen son los individuos.
La trampa del sacrificio obligatorio
Oesterheld defendía que el héroe verdadero se disuelve en el grupo. No obstante, esa exaltación del sacrificio encierra un peligro moral: si no es voluntario, se convierte en servidumbre.
La verdadera solidaridad nace de la libertad de elegir. Ayudar al prójimo solo tiene valor si surge de convicción personal. Esto se observa en la historia: personajes que cooperan porque quieren, no porque deben.
Irónicamente, la narrativa que buscaba exaltar lo colectivo revela que las acciones más significativas son las de individuos que deciden, arriesgan y actúan por sí mismos.
Netflix y la estetización del colectivismo
La adaptación de Netflix, que estuvo entre las más vistas a principios de este año, intensifica la idea del héroe colectivo: militancia en el casting, memoria “popular” como eje narrativo y discurso de resistencia que ensalza al grupo sobre el individuo. Incluso recibió respaldo oficial del Estado argentino, reforzando una narrativa cultural que prioriza la “memoria colectiva” antes que la responsabilidad individual.
Pero detrás de esta romantización aparece la misma paradoja: ningún colectivo se mueve sin individuos que lo impulsen. La resistencia no ocurre si alguien no da el primer paso. La historia lo demuestra, incluso si Netflix intenta ocultarlo: toda lucha nace de un yo.
La virtud libertaria en la trama
Desde una perspectiva distinta, que contradice el discurso oficial sobre la obra, El Eternauta confirma tres principios esenciales:
- La agencia moral pertenece solo al individuo.
- La responsabilidad no se diluye. Cada acción tiene un autor concreto.
- La cooperación genuina surge de la libertad, no de la coacción.
Los personajes memorables son precisamente quienes asumieron riesgos personales y tomaron decisiones singulares. Son héroes porque eligieron serlo, no porque el grupo lo ordenara.
La ironía es evidente: la producción que quiso glorificar el anonimato colectivo acaba siendo recordada por los nombres que se atrevieron a actuar.
Más allá de la “Resistencia”
Muchos leen El Eternauta como alegoría de la resistencia popular. Ahora bien, resistir no siempre equivale a ser libre. Un pueblo que resiste puede seguir esclavo de sus propias cadenas si nunca reivindica la autonomía personal.
La verdadera resistencia no es contra invasores extraterrestres ni fuerzas externas: es contra cualquier poder que anule al individuo en nombre del colectivo. Esa es la lección real de la historia: sin individuos autónomos, todo grupo es una masa amorfa.
Sin individuos no hay nada más
El Eternauta es una obra emblemática de la narrativa gráfica, y su adaptación en Netflix confirma su vigencia estética. Asimismo, confirma otra verdad: el mito del héroe colectivo se desmorona ante un vistazo profundo.
Lo que conmueve y da vida a la historia son las elecciones personales, los riesgos tomados en primera persona, la fuerza de la autonomía.
En tiempos donde el discurso político insiste en diluirnos en “el pueblo”, “la comunidad” o “la memoria colectiva”, El Eternauta nos recuerda –a pesar de sí mismo– que la verdadera grandeza está en el individuo. Porque sin individuo, no hay nada más.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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