Desde siempre se nos ha hecho pensar que, “los monopolios son malos y una consecuencia del corrupto capitalismo, pero, gracias a la existencia e intervención del Estado, este nos puede salvar de la constante falla que genera el mercado”.
¿Realmente es cierto eso? Murray Rothbard en su libro Hombre, economía y Estado (1962, Capítulo 10), define monopolio como:
“Una merced de privilegio especial que otorga el Estado, por la que se reserva en favor de un individuo o grupo particular cierto campo de la producción. Queda prohibido a los demás el ingreso a ese campo, y esa prohibición se hace respetar por los gendarmes del Estado”.
En una sociedad con libre mercado existe el libre intercambio de bienes o servicios voluntario entre individuos: la renuncia a una posesión para obtener otra cuyo valor subjetivo sea equitativo y beneficioso entre ambas partes. Dentro de esta libre interacción existe la competencia, la cual permite al agente tener una carpeta abierta de preferencias de elección antes de renunciar a su posición inicial. Luego, el precio que se le otorga a un bien o servicio es subjetivo con respecto al nivel de satisfacción que le brinda su utilidad; es por ello que los consumidores reaccionan de una manera significativa al momento que una empresa hace un cambio de precios cuando éste se encuentre por encima del mercado (tal reacción tiene por nombre elasticidad de la demanda).
En una empresa monopólica, los consumidores no encuentran otro bien o servicio que puedan sustituir, y acceden a renunciar a una posesión cuyo valor subjetivo no es acorde con algo llamado utilidad marginal (el beneficio que se obtiene tras consumir una unidad adicional de un bien o servicio). Por otro lado, es imposible que una empresa así pueda satisfacer a toda una demanda, pues un monopolio es un planificador central que calcula cuánta oferta dar sin conocer cuánta demanda posee, ni mucho menos el precio que la demanda estará dispuesto a pagar, pues tampoco tiene un punto de comparación.
La forma en que un agente económico pueda llegar a ser un monopolio o cuasi-monopolio (competencia limitada por privilegios del Estado) se da gracias a las concesiones otorgadas por el Estado: licencias, aranceles, leyes sobre el trabajo o salario mínimo y, la más importante de todas, las patentes respaldadas por la propiedad intelectual.
También es el Estado el agente económico principal en actuar como monopolio. Al momento de proporcionar bienes o servicios públicos, estos los tienen que proporcionar a toda la población, lo que significa que tiene toda una demanda que satisfacer. La diferencia es que no siempre se hace sacrificio de posesiones para disfrutar el bien o servicio, pues esta inversión es obtenida por medio de los impuestos, los cuales, claramente, sabemos que son una usurpación de la propiedad privada.
Los individuos le exigen al Estado ciertos “derechos” que en un libre mercado pueden ser satisfechos sin ningún problema. Elementos “gratuitos” con los que no todos están de acuerdo (como comida o vivienda), también rubros que difícilmente se logra convencer a la población de que no son labores del Estado (como la salud o la educación), hasta los servicios que hacen la justificación mínima de su existencia para que puedan ser otorgados (como la seguridad y la justicia). Todos hacen que el Estado sea un monopolio perfecto, y todos estos bienes y servicios pueden ser satisfechos en un libre mercado sin la necesidad de la existencia de una institución coercitiva y usurpadora incapaz de satisfacer a la demanda al hacer una planificación central.
¿Necesitamos al Estado para evitar monopolios o necesitamos al libre mercado para evitar al Estado?
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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