Hay una nostalgia extraña en un estadio vacío. El fútbol es lo que es gracias a quienes nos apasionamos con una gambeta, un penal que no fue, un tiro de esquina en el último minuto donde el arquero también sube a cabecear y todos esos pequeños detalles que nos mueven a quienes desde la tribuna alentamos a nuestro equipo.
A causa de la pandemia los partidos regresaron bajo la “nueva normalidad” y los estadios siguen sin alma, a veces se escucha el grito del técnico desesperado por los movimientos del equipo o el jugador que la pide y la pide y nunca se la dan. De resto, todo es silencio.
Eso demuestra que, en gran medida, el barrismo es lo que ha hecho que la palabra gol tenga un significado difícil de escribir.
Sin embargo, el barrismo va más allá de los 90 minutos que dura un partido de fútbol. En Medellín se ha convertido en un movimiento social que lidera procesos de transformación de las comunas, que aporta a la convivencia ayudando a reformar el presente y a construir el futuro de mujeres y hombres que se abrazan en una misma pasión.
La incidencia de los hinchas en las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales se ve en cada esquina que tiene un televisor prendido con un partido de fútbol, los murales dedicados a los ídolos de Nacional o Medellín, la entrega de regalos a las niñas y niños que quieren una Navidad feliz, el diálogo permanente para la resolución de conflictos, el evitar que muchos jóvenes caigan en la drogadicción… y otro sinnúmero de cosas que se viven y se sienten desde que nos despertamos hasta que nos acostamos con la ilusión de soñar que nuestro equipo sale campeón.
En Medellín el barrismo social ha sido ejemplo para otras ciudades de Latinoamérica mucho más futboleras que esta; desde hace años nos dimos cuenta de que si trabajamos unidos podemos aprovechar mucho más nuestra incidencia para aportarle a la sociedad.
Ya pasamos la página de agredirnos por el color de una camiseta y ahora estamos escribiendo otra historia que resignifica la palabra hincha y nos hace decir con orgullo que amamos un equipo y amamos nuestra ciudad.
Esto se ha logrado porque la barra poco a poco se ha ido afianzando en otros escenarios y apoyándose en medios de comunicación y plataformas como Facebook, WhatsApp o Instagram, ha cuestionado decisiones, reflexionado y movilizado casusas animalistas, ambientalistas y otras, y en educar a quienes desconocen lo que significa el barrismo social.
La pasión del fútbol trasciende el deporte. Impregna y propicia el cambio social; mueve el entusiasmo por una realidad mejor. De los gritos de alegría por un gol se pasa al clamor por los derechos y el pueblo.
La fraternidad entre la barra transita hacia el activismo y la labor social en las calles encendiendo los corazones de aquellos que luchan por el bien común.
Uno en la barra se encuentra personas de todo tipo y eso hace que se afiancen lazos irrompibles, muchas veces, los hinchas terminan haciendo el papel de hermanos, papás, tíos… y se convierten en la familia de las personas que llegan por primera vez a una tribuna.
La naturaleza popular del barrismo así lo permite. De igual manera, admite que en un mismo grito de aliento a un equipo o abucheo a un árbitro, se encuentren estudiantes, obreros, comerciantes, extranjeros, exconvictos… porque nada alegra o duele tanto, como el equipo que uno ama.
En las barras se crean amistades y se afianzan propósitos de vida que a la par de la pasión por una camiseta, empiezan a permear otros ámbitos como el familiar.
Desde ahí inicia la vinculación a causas sociales que con el tiempo van creciendo y contribuyendo a tener una mejor ciudad.
A fin de cuentas, lo que importa es que seamos seres humanos íntegros y que nuestro equipo gane el siguiente clásico.
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