A diferencia de los animales, el idiota busca al más idiota de la manada para que marque la pauta.
El idiota es excesivamente amigable; asume la estupidez como una competencia de convivencia que lo hace hablar a destiempo, como una nota desafinada.
Estos tiempos, los de las redes sociales, las personas actúan igual a los micos de feria. Quieren, con urgencia, que los vean. Y se exhiben haciendo muecas, almorzando en un parque o en brazos de la persona amada. Viven su vida como si se tratara de un reality show para retardados mentales.
Entonces en las redes sociales la estupidez es como un enjambre de langostas que acaba con los pequeños campos fértiles de la inteligencia. Queda, después de esta plaga tan adictiva, campos desiertos de una estupidez que lo rodea todo. Una estupidez que es infinita, ahí, en la diminuta pantalla del computador o el celular, donde convergen los idiotas de las redes sociales que se han entregado ciegos, mansos y serenos a la boca del lobo.
Los idiotas que piensan en sus errores cuando van a dormir porque así, sólo así, pueden descansar profundamente y hacerle el quite al remordimiento. Al remordimiento que se vende como dietas para adelgazar en las redes sociales. Redes sociales donde los tontos son los amos del mundo. Y ante este mundo de tontos, es inevitable, que abunden mujeres y hombres hermosos, pero cuya hermosura es equivalente al espacio vacío que tienen en sus cerebros. Tanto mujeres como hombres, cuyos físicos son apenas una muestra de generosidad de la naturaleza para que vayan ciegos, a toda prisa, velocísimos, a ser más estúpidos ante el dios de cobre que es Facebook, un dios de tontos que permite que los tontos sean ejemplos a seguir y los inteligentes sean mentecatos que hay que escupir a carcajadas.
Un dios que se divierte sustituyendo por corchos los cerebros de sus adeptos, para que así, gracias a Dios, los tontos pronuncien sus estupideces con un énfasis trascendental. Dios, si en verdad existes, enmonta esta compota repleta de idiotas, de tontos, tan tontos, que izan la estupidez, con tal seguridad, que la vaguedad suena importante y un descubrimiento digno de replicar. ¡Ah, cuánta estupidez! ¡Cuánta materia gris la de las redes sociales! Toneladas de materia gris de los millones de tontos que, de manera masiva, aportan más materia gris para que sean un ejército incontable, el más grande de todos los tiempos. Un ejército que obedece con devoción y ama dócil el látigo que lo embrutece. Ese látigo que hace de la estupidez una caída inminente al escalón más bajo de la naturaleza, menos que la animalidad. Porque, a diferencia de los animales, el idiota busca al más idiota de la manada para que marque la pauta, se imponga como un referente importante que, para ser honesto, hace que sea más fácil respirar la idiotez que el aire. Porque el idiota está en todas partes y es más abundante que el desastre, el desempleo y la pobreza.
El idiota es excesivamente amigable; asume la estupidez como una competencia de convivencia que lo hace hablar a destiempo, como una nota desafinada. Además, el idiota se entretiene, con entusiasmo, en causar daño a los que más lo aman, los únicos que lo soportan, sin obtener nada a cambio, excepto, un daño irreversible así mismo. Finalmente, gracias a la estupidez masiva, los idiotas se quedan solos y se lanzan, precipitadamente, a buscar amigos, cuando no hay nadie más solo que el dice tener muchos amigos. Entonces, Facebook los acoge como un almacén de idiotas. Los hay de todas las formas, tamaños, edades. Pero prefiero a los jóvenes.
Me gusta, entre la gran oferta: el idiota simio, la idiota prehistórica y el idiota seudosecretario de sabio. El primero, por imitación del simio masculino, que es el más idiota de todos los idiotas, sube videos con una imagen suya, haciendo gestos primigenios: arrugando la frente, rascándose cabeza, señalando con el dedo otro video de alguna conferencia de un médico neurocerebral; sólo para reafirmar lo evidente, lo que puede hacer un retardado, y así, celebra su idiotez cómo si apenas se descubriera la teoría de la relatividad de Einstein.
La segunda, a pesar del avance tecnológico y el progreso en todos los campos de la humanidad ―excepto en la política―, sigue repitiendo el mismo guion de la primera mujer que se miró en un charco de agua. Y nunca más dejó de mirarse. Y para disfrute de los tontos, ella descubrió el hombro, la espalda, las piernas… y así hasta los días de hoy donde ella, gracias a las virtudes de la estupidez, cuida más su imagen en las redes sociales que su salud mental. Y el tercero hace de la vida un meme. Él o ella, usualmente, lleva gafas y aparece con un libro que, de seguro, utiliza para hacer un guardacuchillos en la cocina. Y pone imágenes de mascotas humanizadas, de niños con poses extrañas o videos de personas cayéndose.
El idiota seudosecretario de sabio hace sus publicaciones con la misma trascendencia que requiere la lectura de un heterónimo de Pessoa, una oda de Rilke o un canto Walt Whitman. Ejemplo, describe, como si se tratara de un descubrimiento espiritual, la tragedia de comprar una hamburguesa con demasiada salsa y, pública la foto de la hamburguesa como si fuera un Picasso.
¡Ah, cuánta idiotez! Y entre los idiotas se atontan y expanden la tontera como un virus. Un virus que afecta, no a quien lo padece, sino a los que lo rodean. Un virus que sobrepone, sobre todas las virtudes, el gen de la idiotez y el de la degeneración más acelerada de la humanidad. Un gen que activa la ofensa para ofenderse por todo con el mismo ímpetu de querer ser admirado. Un virus que va a los tópicos, a las palabras comunes, las más gastadas: “la felicidad existe”, “piensa positivo”, “eres el dueño de tus decisiones”. Un gen que hace que estas frases sean usadas por millones de personas hasta vaciar lo bello de lo bello y dejar anémico cualquier intento de criterio. Un gen que hace de los millones de tontos sean las mascotas de los dispositivos electrónicos. Y van los idiotas amarrados a los celulares. Les dan vídeos de tik Tok, de Facebook, de YouTube… para que sigan pegados a la pantalla. Los amontonan y los alimentan con los “me gusta” que los entristece, los encorva, los hace perder la noción de los árboles y del cielo. Los idiotas que son la masa gris de las redes sociales.
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