Sin duda alguna, Colombia vive hoy un momento histórico en el que la ciudadanía en cabeza de los jóvenes se está pronunciando con contundencia en las calles, recogiendo el descontento social de distintos sectores hastiados de tantos gobiernos, que de turno en turno en lugar de atender a los reclamos sociales han profundizado la desigualdad social, el conflicto y la corrupción; han privilegiado a los más ricos, engatusado con migajas y mentiras a los más pobres y pasado la cuenta de cobro de sus malos manejos a la clase media trabajadora.
Aunque el filósofo político, Ernesto Laclau afirma que la conquista hegemónica es contingente, en Colombia , históricamente el poder lo han tenido las élites de los partidos tradicionales, los grandes empresarios, terratenientes y capitalistas; puesto que el antagonismo de la oposición política o las clases populares no ha podido gestar un discurso con suficiente fuerza argumentativa capaz de construir unidad alrededor de un proyecto de nación claro y más bien se ha concentrado en peleas absurdas y discursos sin pragmática entre los miembros de esas colectividades.
Pese a lo anterior, analizar las movilizaciones que se desarrollan actualmente en nuestro país, permite enfatizar la oportunidad que tenemos para lograr verdaderos cambios sociales a partir de la lucha organizada, pacífica, continua y masificada. La protesta actual, representa la esperanza, en una sociedad que ha carecido principalmente de consciencia, participación y responsabilidad política en todo su desarrollo histórico pero que cuenta con nuevos ciudadanos. Los jóvenes de hoy ven el mundo de una manera distinta, consideran su rol en este planeta desde un mayor liderazgo y compromiso. Las nuevas generaciones cargan con la angustia de que el mundo se les va a acabar en el transcurso de sus vidas, son conscientes del planeta enfermo que han heredado gracias a los estragos capitalistas. Las generaciones de hoy ya no solamente ven la vida desde lo monetario, no están dispuestos a que el mundo se desmorone ante sus ojos sin haber hecho nada para impedirlo, están cansados de escuchar a sus antecesores de quejarse permanentemente de un sistema que distribuye pobreza y desigualdad pero que a la larga no hacen nada para cambiarlo, están cansados de que los traten como estúpidos y que solo los tengan en cuenta para ornar las campañas políticas. Los analistas se preguntan por qué tanta rabia si en los últimos años se ha logrado reducir cifras de pobreza, Colombia es uno de los pocos países en la región con una economía estable, hay más acceso a la educación y a mejores servicios básicos y mayores oportunidades de corte social y económico. Y quizá son precisamente esos avances la explicación a tanta indignación: jóvenes más críticos y una clase media empoderada, con conciencia política, que no quiere perder lo que ha logrado con tanto esfuerzo, está cansada con las élites y se conecta al instante por las redes sociales.
La gente ya no come de cuento, los medios de comunicación tienen un papel preponderante en esta coyuntura. El ciudadano tiene la oportunidad de rastrear la información y contrastarla desde diferentes fuentes, al político le queda más difícil engañarlo. No obstante, los medios de comunicación no son neutrales, obedecen a intereses políticos y económicos y en esa medida comunican lo que se les indica. Por otra parte, a pesar de disponer de tantos medios para acceder a la información, un gran número de ciudadanos no se interesa por constatar la verdad de lo que escuchan en las noticias, el periódico, la radio o los comentarios callejeros. Por esta razón la desinformación es uno de los aspectos más evidentes entre la ciudadanía del común y la condición que los hace más manipulables.
La coyuntura política que vive el país ha puesto a hablar a todos los ciudadanos y sectores nacionales e internacionales, el problema es que una vez más sale a relucir la falta de unidad nacional. Esta situación es aprovechada ventajosamente por parte del gobierno para disolver la protesta y dejar en veremos los cambios estructurales que la sociedad reclama. No tenemos pueblo, no creemos en el poder de la ciudadanía, no hay confianza en un discurso de cambio social, nos alimentamos de un discurso hegemónico que sigue perpetuándose en el poder, el discurso neoliberal.
Retomando los planteamientos de Ernesto Laclau, cuando los sectores sociales son capaces de encontrar en medio de sus diferencias un punto que articule sus demandas sociales, encuentran el sentido para unirse como pueblo por el logro de una causa común. Sin embargo, en nuestro país se pierde esta valiosa oportunidad porque nos desgastamos en criticar, hablar sin saber, mirar al otro como enemigo y no como compañero de lucha social, además de las practicas clientelistas que no permiten actuar políticamente de manera crítica y consciente. En ese sentido, revertir esas prácticas políticas se logra indudablemente desde la educación y para esta tarea, el análisis del discurso proporciona herramientas poderosas para develar los juegos del lenguaje, las intencionalidades que se esconden en él, darnos cuenta cuáles son esas creencias y prácticas que se insertan desde el discurso y cómo se desarrollan las relaciones de poder en las que somos jugadores con autoridad y capacidad de cambiar el juego o simples fichas de un tablero en el que nos mueven al antojo de quienes tienen el poder. Siguiendo a Mouffe “siempre es posible cambiar las cosas políticamente e intervenir las relaciones de poder para transformarlas”. En esta misma perspectiva el gran Wittgenstein llama enfáticamente nuestra atención frente al poder transformador del lenguaje y nos muestra que habitamos un mundo el que a partir de las palabras se tejen marañas para dominarnos pero no obstante, el lenguaje nos da así mismo la posibilidad de comprensión y liberación.
Hacemos parte de una sociedad con grandes carencias y reclamos de justicia, con todos los recursos necesarios para acceder a una vida digna donde se garanticen nuestros derechos fundamentales. El movimiento social que se está emprendiendo en nuestro país, quizás no tendrá la fuerza para llevar a cabo los cambios requeridos en un corto plazo, pero lo que sí es cierto es que está reflejando un cambio en la mentalidad de una ciudadanía que no está dispuesta a continuar igual. La sociedad colombiana comienza a despertar de un letargo programado por la clase hegemónica que desde siempre nos ha sometido ‘pacíficamente’ a través del miedo y la alienación. El discurso está tendido sobre la mesa, las herramientas para analizarlo también. Hay esperanza de cambio, pero para que se consolide habrá que despertar a la sociedad entera para que entienda de una vez por todas que si quiere lograr una vida digna eso se consigue con ardua lucha y unidad popular.
Referencias
Elkin Andrés Heredia Ríos, “La Teoría del discurso de Laclau y su aplicación al significante ‘la paz’”, Analecta política, UPB, Vol. 6, Núm. 11 (2016).