El Dios Estado

El Capitolio Nacional (sede de Congreso de la República de Colombia)

La inusual creencia del estado sobre sus facultades, fines, valores, virtudes y atributos, han hecho eco en el conocimiento popular de Colombia, me arriesgaría incluso a manifestar que hablo de una situación muy similar en toda américa latina. Y aunque en el ordenamiento jurídico se contempla una participación ciudadana en el poder, también ciertos lineamientos de cómo se debe manifestar ese poder, límites concretos establecidos por la constitución.

Vivimos en un clima de ideas donde el mito ganó un gran terreno en la opinión pública. Ahora bien, seré más concreto y descriptivo sobre este fenómeno. Muchas personas suelen creer que solo existe una alternativa al futuro ideal en el cual mágicamente todos seremos eternamente felices, con políticas públicas justas, políticos honestos, leyes perfectas y sobre todo, que estos factores nos lleven a la gloria civilizatoria, lamento disentir de esa fantasía burócrata. El primer factor a relacionar es la fe y culto al estado, algo solo comparable con el culto que se le tiene a Dios en el ámbito religioso, y es que, este factor ha sido de gran relevancia a la hora de las decisiones que nos conciernen a todos, las discusiones públicas giran en torno a los poderes mágicos que se le atribuyen al estado, el fatal error de la comparación de gobiernos y economía, lo cual a mi juicio está totalmente desprendido, si en un periodo de tiempo político la economía creció de manera sorprendente o la pobreza bajó, no fue gracias al estado o su gobierno integrado, fue a pesar de ellos.

De acuerdo con este orden de ideas, la omisión pública es más beneficiosa que la acción pública, me recuerda una frase, la cual desconozco su autor que dice: “el mundo prospera mientras los políticos duermen”, y es que hago esta crítica es a la irracionalidad sobre la realidad de los dotes del estado, la necesidad de que exista o no un estado podemos discutirlo más adelante, sin embargo, atribuirle las características de un Dios es sencillamente lo más ridículo que se puede plantear, se preguntarán: ¿a cuales características me refiero?, pues hablo de la virtud de todo poderoso, la omnipotencia del estado, donde se cree que puede hacerlo todo, que lo abarca todo, que lo es todo, lo sabe todo y está en todas partes.

Todo lo anterior no corresponde con un mero error inocente, por el contrario, tengo la convicción de que las personas tienden a desprenderse de su responsabilidad individual, por evitar salir de su zona de confort, y delegar las responsabilidades en otro (estado), cosa que a la larga terminará en un fracaso como nación; nuestros éxitos o fracasos los construimos todos, desde la sociedad civil, bajo consensos sobre las instituciones que nos rigen, pero concibiendo primeramente una verdad ligada a los hechos, bajando tres pisos del abstracto sentimental, concebir que a través de leyes se arreglan problemas, solo es ignorar (los problemas) mientras se empeoran cada vez más.

Por otro lado, la confianza en políticos que se glorifican a sí mismos y se hacen llamar buenos y correctos a sí mismos no son más que las puertas al autoritarismo, la implementación de su moral por medio de ley, sin ningún tipo de consenso democrático, ellos llegaron a quedarse e imponerse, desde el cómodo sillón, dicen ser jóvenes, probos, buenos, superiores y diferentes, nada más falso.

Así pues, encontrándonos  en una de las tertulias del Centro de pensamiento para la Libertad y la Prosperidad “CPLP”, hacíamos referencia a un chiste oriundo de EEUU contado por Axel Káiser que decía: “¿Cuál es la diferencia entre una prostituta y un político?, y es que hay cosas que las prostitutas no están dispuestas a hacer” precisamente estos políticos que se atribuyen valores y logros que no tienen, son los más peligrosos, viven del show como cualquier artista, pueden llegar a cualquier extremo con tal de mantener feliz a su audiencia, una audiencia fija que aplaude como foca cualquier ocurrencia legislativa, pero ¿a quien están las focas glorificando realmente?, ellas ungen de poder al aparato represivo, y es que el estado que es eventualmente integrado en su parte más visible por los políticos, les es obligatorio mantener el mito del abstracto, que nadie sepa quién es el estado, que todo se haga en nombre de él, que todo se le pida a él, que se compren votos y conciencias a cambio de bendiciones producto de las plegarias al estado.

Por otro lado, abandonamos nuestra responsabilidad individual que obviamente va ligada a todos los que nos rodean (tenemos individualmente una responsabilidad social) a cambio de un supuesto bienestar general, que al mismo tiempo es nuestra supuesta salvación, aunque paradójicamente es el culpable de todos los males, es decir, si somos pobres es el estado, que gobierna solo para unos, si no están consagrados mis placeres, no es por mi trabajo, es porque el estado no me concedió lo que inocentemente sueño.

Se nos hace creer que debemos arrodillarnos y darle las llaves de nuestro destino y de nuestras vidas, mientras al mismo tiempo decimos frases como “todo político roba”, alimentamos y justificamos el actuar arbitrario de la plataforma estatal, lo llegamos a legitimar de manera ciega ya acrítica, donde se nos dice que incluso le debemos nuestra vida, como si nosotros dependiésemos de ese estado, cuando es el estado quien como vampiro absorbe parte del dinero que producimos en toda nuestra vida, aún no lo recreo como una cooperación, tampoco espero cambiar esa noción a futuro, sin embargo finalizando con la el tema en discusión, nuestra civilización tiene una gran característica tribal y es hasta jocoso pensar que hoy en el siglo XXI, no estamos bailando alrededor de una fogata pidiendo lluvia, pero si alrededor de una urna pidiendo milagros económicos y legislativos.