El Día de Muertos en México: una celebración que definió a un país

El Día de Muertos en México, tal como lo conocemos hoy, no siempre ha existido; es una celebración que se ha ido enriqueciendo desde su origen. Es muestra de la aculturación iniciada a raíz de la llegada de los hispanos al continente americano, potenciada en el periodo novohispano, pero que fue evolucionando a través de los siglos, hasta llegar a ser lo que hoy en día conocemos.

El antecedente directo de esta celebración se remonta al México Antiguo, el periodo anterior a la llegada de los españoles a América. Las civilizaciones mesoamericanas rendían culto a una variedad de elementos propios de la naturaleza: se adoraba al sol, al monte sagrado, a los puntos cardinales y a la vida. En su cosmovisión, la realidad estaba compuesta por dos opuestos que a su vez se complementan para traer equilibrio: así como el sol tiene a su opuesto en la luna, la vida tiene su opuesto en la muerte.

En el pensamiento indígena mesoamericano no hay cielo e infierno, como en el caso cristiano, sino que existía el Mictlán, “el lugar de los muertos”, y tenía nueve niveles a dónde iban los muertos. Para transitar por los niveles del Mictlán, las almas debían cruzar un río en compañía de un perro. El camino al Mictlán era atravesado por las flechas de obsidiana perdidas en batalla. La cultura mexica era sumamente militarista, por ello, vemos el elemento bélico hasta en sus mitos sobre la muerte. Los mexicas recordaban a sus muertos durante dos meses: Miccailhuitontli (Agosto) y Hueymicailhuitl (Septiembre), con fiestas, flores y sacrificios.

El recorrido en el Mictlán terminaba cuando el alma se reunía en el último nivel con Mictlantehcutli, el dios de la muerte y Mictecacíhuatl, la diosa de la muerte. En el pensamiento mexica, el Mictlán es el cuerpo mismo de Mictlantehcutli, así que, al final, todos los humanos se integraban al cuerpo del dios de la muerte.

Con la llegada de los españoles y la eventual caída del imperio mexica en el siglo XVI, estas tradiciones indígenas se entrelazaron con el cristianismo, dando origen a una celebración única. La festividad se adaptó a la influencia católica en el periodo de la Nueva España, haciendo que los indígenas resumieran sus meses de celebración a los muertos en los dos días del calendario católico dedicado a los difuntos: el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, que se celebran el 1 y 2 de noviembre, respectivamente. En esta nueva etapa, las ofrendas tomaron la forma de altares decorados con imágenes religiosas, flores, alimentos y calaveras de azúcar, reflejando la fusión de las tradiciones indígenas y las creencias cristianas.

Con el fin de la Nueva España a través de la Independencia iniciada por el cura Hidalgo, que terminó en 1821, surge la nación mexicana, que buscando arraigar al mexicano a su país y crear la identidad nacional, retoma esta celebración poco difundida en el periodo novohispano y la potencializa. Sin embargo, hasta el fin del Porfiriato y durante el ciclo de revoluciones de principios del siglo XX, el Día de Muerto resurgió como símbolo de identidad y resistencia cultural en contra de la influencia francesa que dicho periodo dictatorial difundía. A medida que el país buscaba redefinir su identidad nacional, las festividades se promovieron como una celebración de la vida y una forma de recordar a los caídos en la lucha por la justicia y la libertad. Artistas como José Guadalupe Posada popularizaron la figura de la calavera, convirtiéndola en un ícono que representaba tanto la muerte como el sentido del humor mexicano frente a ella.

Posada y sus calaveras: el padre de la Catrina

Hoy en día, el Día de Muertos es una celebración que ha alcanzado un reconocimiento mundial, siendo declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2008. En todo el país hay mexicanos que continúan honrando a sus seres queridos con altares llenos de fotografías, alimentos y objetos significativos que representan a los que han fallecido. La festividad ha evolucionado, incorporando elementos modernos, pero siempre manteniendo su esencia: celebrar la vida y recordar a quienes ya no están, creando un espacio de conexión entre el pasado y el presente.

 

Marco Antonio Gutiérrez Martínez

Mexicano. Licenciado en Historia (UAMex, Mención Honorífica). Ponente en eventos nacionales e internacionales. Autor del cuento "Breve diario de mi oscuridad" (Luz y Sombra. Antología de cuento breve) y del libro AMLO, la mafia del poder y la Historia.

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