El derecho a la tristeza.


A veces me gusta levantarme estirando la jeta; a veces me gusta ir de un lado para otro arrastrando las chancletas: maldiciendo, injuriando, hijueputiando. Mis familiares, vecinos, conocidos y medio conocidos empiezan su contrataque contra mi furibunda tristeza: «Que la vida es hermosa y no se puede renegar de ella»; «Que hasta la miseria que nos tocó y nos tocará es un bonito regalo que hay que agradecer a cada minuto, a cada segundo, a cada microsegundo». Parranda de atolondrados. Si supieran lo gratificante que es mirar a diestra y siniestra refunfuñando hasta el hartazgo. Hay, dígase lo que se diga, un arte intrínseco en ser un lobo cascarrabias en el desierto de la existencia.

Y es que los cascarrabias al cuadrado estamos hoy por hoy en vía de extinción. El triston iracundo es menospreciado, ignorado, vilipendiado y escondido en el cuarto de los chécheres de la sociedad (si es que a esta ratonera hiperconsumista y robotizada aún  se le puede llamar ‘sociedad’). Sin embargo, y a pesar de todo, yo sigo con mi cumbamba estirada: como si me hubiera indigestado con treinta limones sazonado con pisquitas de gasolina. Yo, un pobre proletario de a pie, sin más aspiración que colgar los tenis en una casita de tres pesos, defiendo el ‘DERECHO A LA TRISTEZA. Si. A la tristeza rabiosa (no esa tristeza de perro enlagrimado).

Pero como dije arriba, los tristes chocamos,  aburrimos,  hartamos. Hace poco yo iba estirando jeta por la calle, cuando una señora con aires de budista ultra iluminada se me acercó y me dijo —Joven, estoy vendiendo CDs con prácticas de meditación y concejos para ser feliz en cada segundo de la vida. ¿Qué creen que hice? Nada. Levanté más mi cumbamba de pastor alemán y le contesté: —Señora, a mí no me interesa estar feliz los  trescientos sesenta y cinco días del año. La iluminadísima cincuentona abrió sus ojos espantada. Al parecer no podía creer lo que escuchaba ‘Un tipo que no quería estar contento’. Indignada, huyó despavorida, como si hubiera visto uno de esos monstruos patichuecos que salen en los videojuegos de Resident evil.

La verdad hay que decirla, aunque más de uno se haga el de la vista gorda. Hay más motivos para renegar llorando que para mostrarle a nuestros coetáneos una sonrisa de Barbie apelotardada. ¿O no? ¿Quién es capaz de buscar la felicidad en hora pico en el Metro de Medellín a las seis de la mañana? ¿Quién es capaz de saltar en una pata metido en una oficina ocho horas por día, mientras el tedio, la somnolencia y la vejez le van carcomiendo las venas?

Siendo sensatos, los únicos que medio tienen derecho a considerar la vida grata y satisfactoria, son aquellos que tienen las mejores sillas en el carrusel de la vida: los políticos y grandes burgueses de nuestra era. El resto, los que ni sillas tenemos, nos toca apegarnos a la regla bíblica de que este carcamal es un valle de lágrimas (y decir ‘valle’ ya es de por sí demasiado optimista).

¿Qué es entonces lo bueno de este ‘Pantano de lágrimas’? Púes que si un buen día nos da por colgarnos de un palo de aguacates, lo podremos hacer (a menos que nos de alzhéimer y se nos olviden estas bellas sutilezas). La mortalidad, único regalo real que poseemos, nos permite arrancar de este lodazal cuando nuestro cuerpo y nuestro espíritu se sientan demasiado descachalambrados.

Pero en fin, antes de irme a seguir estirando la jeta por ahí, diré una última cosita para defender el loable derecho a la tristeza. Oigan, pues. Para mí dios, sea lo que sea esa vaina teológica e imaginativa, debe ser una entelequia repleta de envidia hacia nuestra naturaleza: pues un dios eterno no podría tener la capacidad y el placer de atragantarse de cianuro un lunes o un domingo por la mañana. No diré más.

Lo que si aré, para no seguir cacareando como solterona desocupada, es dejarles de ñapa unos cuantos aforismos que escribí por allá en mis años mozos. Estas sentencias, son muy en el fondo, una apología a esa tristeza furibunda de la que he venido hablando en esta columnita. Ahí les dejo pues para que llenen y renieguen.

I.Una niña de siete años, es una rosa sin espinas. Una dama de treinta, es un espinal en forma de rosa.

II.La vida es un cuchillo gigantesco en constante movimiento.

III. Quítenle todos los instintos al hombre, y la mujer caerá de inmediato, desde el dorado pedestal de la insípida vanidad.

IV. Cuan sagradas son las venas, sobre todo porque pueden cortarse.

V. Tan insípidas y frías se han vuelto las relaciones humanas gracias a las redes sociales, que un día (no muy lejano), dar la mano será considerado como un acto sexual.

VI.La malevolencia es el secreto colectivo que la humanidad comparte.

VII.La locura es la eyaculación del espíritu.

VIII.Un recién nacido es lo más parecido a una espada en proceso de forjamiento, pues ambos serán lascivamente letales en un futuro cercano.

La risa es el cementerio secreto en que duermen nuestras lágrimas.

X.La globalización es el burdel a cielo abierto en donde vendemos nuestras lágrimas.

XI. La mejor forma de desaparecer, es, sencillamente, la de ser un buen ciudadano.

XII. Quien ama imagina en su amante el paraíso perdido por sus viejos ancestros, o por el mismo. ¿Qué hay después del Edén? ¿Qué hay después de la cruda expulsión del vientre materno? Utopías, nostalgias… paupérrimas quimeras.

XIII. Quien no posee una buena indumentaria en el teatro de la vida, generalmente está condenado a volver dos veces al mismo rio.

XIV.El mundo es el ano de algún dios hastiado de su inmortalidad.

XV. La mejor demostración de nuestra miseria, es que nuestras vivencias, buenas y malas, desaparecen con nuestra muerte ¿Por qué la existencia querría conservar, en un museo universal, la multitud de nuestras caídas y la mentira de nuestras dichas?

XVI. La forma más plausible de rebeldía, es la de no ir hacia ninguna parte.

XVII. La mayor tarea del hombre actual, es la de procurar olvidar todo aquello que su sociedad le ha enseñado.

XVIII. Ella camina de la cuna a la tumba rodeada de flores y llamas encendidas. Ella deslumbra al pantano y desangra el paraíso entre la miel de su regazo. Ella recoge en sus mares los delirios de mi pasado y los dolores de mis días futuros. Ella es el dualismo encarnado de la madre naturaleza.

XIX. Y las máscaras de piedra, hicieron al hombre, a su imagen y semejanza.

XX. Un salvador es un hombre sediento de poder con delirios de altruista.

XXI. La mayor locura de nuestro tiempo, es la de convertirnos en nuestras propias creaciones ¿Incluso no hay algo de Armagedón en cada uno de nosotros?

 

Edison David Ramírez Serna

Nació en El Santuario Antioquia, Colombia, en 1991. Es historiador egresado de la Universidad Nacional de Colombia. Tiene diversas colaboraciones literarias, académicas y de divulgación en los temas de las ciencias humanas. Actualmente es docente en el Instituto Formarte en las áreas de sociales, filosofía y competencia lectora. Básicamente sus temas de interés han sido, y seguirán siendo, la filosofía, la literatura, el cine, la antropología y la historia.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.