El derecho a estar triste

Recuerdo estar en los primeros semestres de la universidad, cuando por primera vez sentí estar triste sin ninguna razón que me pareciera lógica. Acompañado de eso, comencé a sentir una fatiga corporal y unas ganas de dormir como no las había tenido antes, ni siquiera después de hacer mucho ejercicio. Dado esto que sentía me fue imposible ir a la universidad por par de días. Cuando decidí volver a la universidad, me encontré con varios de mis compañeros afuera del salón antes de entrar a clase. Al haber notado mi clara ausencia durante esos días, me preguntaron qué me había pasado y por qué no había vuelto, a lo que respondí: “me sentía triste y con sueño”. Inmediatamente comenzaron a reírse.

En estos días se han presentado varios hechos que me han llamado la atención, sobre todo en cuanto a la indiferencia, la frialdad y la mofa con que algunas personas se han tomado varias expresiones de depresión ocurridas.

Mientras aparecía una canción de René Pérez Joglar, mejor conocido como Residente, la cual es un recuento íntimo y honesto de hechos personales que de alguna manera logran generar gran afinidad con aquellos que vivimos la depresión diariamente, ocurría unas horas después un hecho lamentable en Medellín cuando una persona se lanzaba a los rieles del Metro acabando con su vida. Lo que me causó impresión, más que el hecho de la indescifrable maraña de emociones, sentimientos y padecimientos que debió tener esta persona para haber tomado esta valiente pero desgarradora decisión, fueron los comentarios de varias personas llenos de indiferencia frente a este hecho: “qué pereza, otro bobo se tiró a los rieles”; “¿por qué no se mata en otro lado?”; “deberían tirarse en otro lado y pensar en los que tenemos que ir a trabajar”; “eh, pero a buena hora y día le da por matarse pues”; “qué vicio que cogieron de jodernos el día”; “tienen la vida arruinada y buscan arruinarla a los demás”. Estos comentarios me ponen a pesar ¿En realidad es más importante llegar a tiempo al trabajo que la vida de alguien? ¿En qué momento se pierde el valor de la existencia de las otras personas? ¿Podríamos seguir llamándonos a nosotros mismos civilizados después de eso?

Lastimosamente estas afirmaciones se presentan en una ciudad donde la conducta suicida viene incrementándose de forma sostenida durante los últimos años. Según cálculos de la Secretaría de Salud, entre 2014 y 2019 la tasa de mortalidad por suicidio pasó de 4,7 a 6,4 por cada 100.000 habitantes. Con corte al 31 de octubre del 2019, el sistema de vigilancia epidemiológica reportó 1.907 intentos de suicidio que equivale a un promedio de 6 intentos cada día[1].

Pero no se trata de una problemática solamente local. Según Medicina Legal, cada día seis colombianos deciden quitarse la vida, la mayoría hombres de entre 20 y 24 años, siendo Antioquia la región donde más suicidios se presentan, seguida por Bogotá, Valle del Cauca y Cundinamarca.

Por otro lado, en cifras mundiales, La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya considera a esta patología como un problema de salud pública, puesto que todavía muere una persona cada 40 segundos por suicidio, al punto de que 800.000 fallecieron por esta vía en el 2016, 81.000 de ellas en la región de las Américas, y la mitad de este grupo en Estados Unidos y Canadá[2].

Pienso que a pesar de ser un problema de salud pública que afecta las regiones en todos los niveles, quizá una de las razones por las que se pueden presentar comentarios tan indiferentes como los ya mencionados es porque infortunadamente aún hay personas que piensan que la depresión no existe, que juzgan y creen que es imposible que una persona no quiera levantarse y buscar motivos para vivir. Todavía hay gente que piensa que las personas que sentimos depresión somos débiles, que en realidad ese sentimiento de desgano es por flojera o por holgazanería, e incluso hay personas a quienes les producimos rabia al vernos representados en una diaria actitud de “autocompasión”.

Aún hay personas que no saben que existimos personas que nos levantamos para ir a estudiar, trabajar e intentar cumplir con las cosas que cumplen el resto de personas, pero que a diferencia del resto nos cuesta tres veces más quedarnos dormidos en las noches, porque el insomnio y los pensamientos repetitivos y ansiosos nos consumen hasta la madrugada, y que por lo tanto nos cuesta mucho más levantarnos cada mañana y aguantar el día, porque vivimos extenuados por el cansancio y que por lo mismo nos cuesta más trabajo concentrarnos. Que perdemos el interés en las cosas diarias y que fácilmente podemos comer o se dejar de comer en proporciones preocupantes, y que sentimos de la nada una tristeza que nos acongoja y que nos hace irritables.

Considero, finalmente, que la falta de reconocimiento de esta enfermedad por parte de la población que no la padece, es una problemática vigente sobre todo en aquellas personas que aún no logran reconocer a la depresión como una patología real, quizá solamente por el hecho de que sus manifestaciones no son tan evidentes como en el cáncer, la hepatitis o la diabetes. Basta, para reconocerla, citar por ejemplo la literalidad con que se hace presente esta patología en un fragmento de una triste carta, dirigida por el escritor vallecaucano Andrés Caicedo a su madre, antes de suicidarse en 1977:

Un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera, tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor, trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste, y estoy seguro de que cada día que pase, cada una de estas sensaciones o sentimientos me irán matando lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez…”

[1]https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/:~:text=12%20de%20enero%202020%20,%2011,4%20por%20cada%20100.000%20habitantes.

[2] https://www.eltiempo.com/salud/dia-mundial-de-la-prevencion-del-suicidio-y-situacion-en-el-mundo-y-colombia-410584

Daniel Porras Lemus

Estudiante de Derecho de la Universidad de Medellín. Apasionado por la Política, el Derecho y la Historia. Investigador en temas históricos y constitucionales. Sangileño. Santandereano.