El deber de la palabra

«(…) Las sociedades indígenas no reconocen el derecho del jefe a la palabra porque sea el jefe; le exigen al hombre destinado a ser jefe que demuestre su dominio de las palabras. Hablar es una obligación imperativa para el jefe, la tribu quiere oírlo: un jefe silencioso deja de ser un jefe», reza uno de los apartes del ensayo homónimo a esta columna del antropólogo Pierre Clastres.

Hay jefes que no hablan, pese a que tienen el poder y el deber de hacerlo. En mi caso particular me he topado de frente con uno. Andrés Guerra Hoyos fue el segundo candidato más votado a la Gobernación de Antioquia en las pasadas elecciones, consiguiendo poco más de 613.000 votos, el mío incluido. Y, pese a que los pregona cada cierta ocasión, ha olvidado que cada voto no es una fría papeleta marcada, sino una persona que en él ha depositado su entera confianza.

Y cuando hoy Antioquia atraviesa por problemáticas de gravedad que se denuncian en el recinto de la Asamblea Departamental pero que rara vez escapan de allí, esa tribu que depositó tanta confianza en su jefe, reclama de él hablar en nombre suyo. ¿La respuesta ante ese reclamo?: «Todo tiene sus tiempos, buen día Pablo (sic)».

No puedo dejar de asumir con suspicacia esa respuesta. ¿Es tiempo de hacer giras aún “agradeciendo” votos después dos años de las elecciones, pero no de hablar del descalabro de la contratación de educación de cobertura en Urabá y que dejó a más de 3.000 niños sin colegio durante más de dos meses? ¿Es tiempo de arreglar jardineras y no de hablar del vilo financiero que hoy está padeciendo la alimentación escolar del departamento, ni de los hallazgos fiscales de la Reforestadora Integral de Antioquia -pese a que es uno de sus temas-, o de las cinco Zonas Veredales de Transición que existen en la región y los problemas que se han hallado?

De él no reclamo soluciones. No está en su poder ofrecerlas y sería irresponsable exigirlo. No obstante, en su poder sí está hablar, en su poder sí está poner en la agenda de la opinión pública esos y otros problemas tan graves, y honrar, por demás, la confianza de los más de 600.000 antiqueños que en él creímos.

El interés por los temas de las regiones que se aspira a gobernar no puede surgir del espurio cálculo político. El liderazgo, que en Andrés Guerra muchos antioqueños reconocemos, no solo se ejerce en tiempos de elecciones. Un jefe silencioso deja de ser jefe.

Post scríptum: Misma lógica aplica para todo aquellos que pretender repetir aspiración en las elecciones venideras. Huyan de los políticos de oficio que solo hablan cuando hay que recoger votos.