“La ineficiencia es un gasto fantasma: no aparece en la hoja de cálculo, pero está drenando tiempo, dinero y energía.”
En cualquier negocio, los números oficiales muestran lo que todos quieren ver: ventas, utilidades, proyecciones. Lo que casi nunca se ve con la misma claridad es lo que se pierde en el día a día por culpa de procesos lentos, repetitivos o mal organizados. Y no me refiero solo a errores grandes, sino a esas pequeñas fricciones que, sumadas, terminan siendo un gasto silencioso.
Pasa en todos lados. Un estudio de McKinsey encontró que entre un 20 % y un 30 % de las utilidades de una empresa pueden irse por procesos ineficientes. IDC, hablando de ingresos, dice algo parecido: entre el 20 % y el 30 % se pierde en tareas improductivas. Es decir, por cada diez pesos que entran, tres pueden irse por la ventana sin que nadie lo note a simple vista.
Un ejemplo fácil: The Scale Group calcula que un empleado promedio pierde tres horas al día en tareas que no aportan valor. Tres horas. Son más de quince horas a la semana. Multiplicado por un equipo de cien personas, hablamos de 1.500 horas semanales que la empresa paga pero que no se traducen en resultados.
Y eso es solo la punta del iceberg.
- Beamible encontró que el 41 % del tiempo de los trabajadores se dedica a tareas de bajo valor.
- Forbes, en el sector manufacturero, estimó que una planta puede perder hasta 800 horas al año en ineficiencias, lo que equivale a unos 260.000 dólares en productividad.
- En el Reino Unido, un reporte calculó que las prácticas ineficientes le cuestan a las empresas más de 24.000 millones de euros al año.
No hace falta ser un experto para ver que el problema está en todas partes. La aprobación que se demora porque “el jefe no ha firmado”, la reunión que pudo resolverse en un correo, el inventario que se revisa dos veces porque no hay un sistema que centralice la información… cada pequeño fallo parece insignificante, pero juntos forman un agujero que drena tiempo, dinero y energía.
La solución no siempre es gastar millones en tecnología. A veces basta con mapear procesos, identificar cuellos de botella, automatizar lo repetitivo y fomentar una cultura en la que la gente pueda cuestionar “por qué hacemos esto así” sin miedo a que se lo tomen a mal.
En el fondo, la ineficiencia es un gasto fantasma. No lo ves en la hoja de cálculo, pero se cuela en cada decisión lenta, en cada tarea duplicada, en cada minuto desperdiciado. El reto es simple: o lo mides y lo controlas, o seguirá creciendo hasta que ya no puedes ignorarlo.
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