“El swap con EE.UU. ofrece un alivio financiero inmediato, pero oculta riesgos profundos: dependencia geopolítica, postergación de reformas estructurales y una peligrosa hipoteca sobre la soberanía decisional argentina. Un espejismo costoso”
El anuncio formal de un swap de USD 20.000 millones entre la Argentina y Estados Unidos, junto con la promesa de compra de bonos locales por parte del Tesoro norteamericano, ha sido presentado por el gobierno del presidente Javier Milei como la consagración de su modelo. Sin embargo, detrás del alivio financiero inmediato y la euforia marketinera se esconden costos estratégicos que podrían convertir este salvataje en un espejismo de graves consecuencias para la economía nacional.
La primera ilusión reside en la naturaleza misma del acuerdo. Un swap de divisas no es una donación ni una inversión productiva; es un préstamo de liquidez que fortalece las reservas del BCRA de manera artificial. Si bien mitiga el riesgo de corrida cambiaria en el corto plazo, seguramente por la coyuntura preelectoral, no aborda las causas estructurales de la falta de dólares: un sector real en recesión, una crisis social que limita cualquier posibilidad de consumo interno y una sequía que ya muestra su impacto en las exportaciones. El gobierno confunde la estabilización de un indicador (las reservas netas) con la solvencia de la economía en su conjunto. Es como inyectarle adrenalina a un paciente que necesita una cirugía mayor: el pico momentáneo oculta la gravedad de la enfermedad.
El segundo espejismo es la celebración de la “independencia” del FMI. La administración Milei ha canjeado la condicionalidad técnico-burocrática de un organismo multilateral por la condicionalidad política, directa y mucho más opaca del Departamento del Tesoro de Donald Trump. El FMI, con todos sus defectos, opera bajo reglas públicas y somete sus programas a cierto escrutinio. La “colaboración inmediata” ofrecida por Scott Bessent, en cambio, se negociará en pasillos donde primarán los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Argentina no gana autonomía; cambia de supervisor. Y este nuevo supervisor tiene una agenda que excede, y por mucho, el bienestar económico de los argentinos.
Esto nos lleva al costo oculto más peligroso: la hipoteca de la soberanía en la política exterior. Es ingenuo pensar que la administración Trump desembolsa USD 20.000 millones sin esperar contrapartidas claras. Es probable que el precio sea un alineamiento automático en foros internacionales, un apoyo acrítico a políticas comerciales proteccionistas o concesiones en áreas sensibles como la energía o la defensa. El gobierno, en su desesperación por obtener dólares, puede estar vendiendo su capacidad de decisión soberana a un precio de liquidación. El “éxito” del swap se medirá por cuánto está dispuesta a ceder Argentina en materia de política internacional.
Finalmente, el acuerdo actúa como un narcótico que adormece la urgencia de las reformas estructurales genuinas. El oxígeno financiero permite al gobierno postergar el debate de fondo sobre la competitividad, la reforma del Estado (más allá del ajuste fiscal) y la necesidad de un pacto social que incluya a los millones de argentinos excluidos por el shock recesivo. El relato oficial dirá que el plan funciona porque los mercados reaccionan bien. La realidad mostrará que la pobreza ronda el 45%, la industria se achica y la única variable que se sostiene es el tipo de cambio, gracias a una deuda estratégica que las próximas generaciones deberán pagar.
En suma, un swap con Estados Unidos no es la solución a la crisis argentina; es un paliativo de alto riesgo que enmascara la insostenibilidad del modelo. Le proporciona al gobierno un triunfo mediático y un respiro contable, pero a cambio de una dependencia geopolítica sin precedentes y la postergación de los debates económicos esenciales. La verdadera prueba no será sobrevivir hasta las elecciones de 2027 con este respaldo, sino si el país logra construir un proyecto de desarrollo que no dependa de sucesivos salvatajes externos. La historia económica argentina está plagada de espejismos que, al desvanecerse, dejaron una estela de deuda y desilusión. Todo indica que estamos ante otro capítulo de esa triste tradición.
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