Hoy el conocimiento abierto es un aspecto clave en la constitución y ejercicio de la ciudadanía. Comprender su proyección exige primero entender su historia.
Un aspecto que caracterizó el mundo de los primitivos es que su organización social a través de clanes no desarrolló la forma de Estado o de Soberanía. Como lo mostró Pierre Clastres, esto no fue casual, sino que el Estado es incompatible con las técnicas de producción la recolección y la caza.
Posteriormente en el milenio XI a.C. en la Eurasia Central, se generó un desequilibrio entre el crecimiento demográfico y la disponibilidad de recursos que desembocó en una crisis de seguridad alimentaria cuya solución implicó el inicio de una nueva realidad por estamentos que generó una nueva organización técnica del trabajo[1]*. Esta nueva realidad se denomina el Estado Despótico, la cual permitió que formas hasta entonces marginales de producción, como la agricultura y la ganadería, se constituyeran en las formas generales de abastecimiento y acumulación de alimentos. Tener reservas liberó los técnicos, hombres que se podían dedicar exclusivamente a producir herramientas, no solo de piedra sino también desarrollar la metalurgia.
La invención del Estado Despótico permite la aparición de otras formas de organización social cuyas relaciones y convivencia estuvieron marcadas por el conflicto y por la no-existencia de la figura del Rey-Dios. Entre otras, aparecen los mineros-metalúrgicos (herreros) que apropian y habitan el espacio agujereando el subsuelo para extraer el metal que aporta herramientas o armas; los pastores nómadas que se desplazan por desiertos y grandes estepas limitando y chocando el espacio de los Imperios (como el caso de los hebreos cuya organización se describe bien en el libro de los Números); los horticultores y leñadores serpenteando a través de los bosques según los ciclos de inundación y de playas de la Selva; y por último, las Ciudades sin Estado de los comerciantes que también trashuman de acuerdo a los circuitos que establece la red de urbes en recorridos de caravanas o por navegación de acuerdo con la dialéctica de la compra y venta de mercancías. Estas nuevas formas de organización social permitieron los cambios en la gestión del conocimiento y la construcción de la Verdad bajo ámbitos más comunitarios (y abiertos).
Es decir que existe unidad y coherencia entre la organización social y las técnicas de producción. La organización social está determinada por la cohesión entre las técnicas de producción, la forma de actuar y moverse sobre el espacio, y los modos de gobierno.
Nuestra actual organización ha integrado todas estas formas de organización social y por eso nos cuesta mucho diferenciarlos bajo lo que Emmanuel Wallerstein a denominado la Economía Mundo que se caracteriza por (1) una estructura con base en el Estado Nación, (2) una enorme red urbana regulada por una gran ciudad central (New York) y el reducido número de grandes ciudades que le compiten su hegemonía como Londres, París, Tokio y Beijing, y (3) el intercambio desigual entre los territorios centrales y periféricos por medio del monopolio de la ciencia y la tecnología que será tema de otro post.
El conocimiento para su divulgación debe ser administrado. Es así como en cada fase de la historia existe la necesidad de innovar los formatos que soportan los contenidos culturales bajo los tres momentos de la gestión de la memoria que son: la recolección o captura de los datos, el transporte y conservación y finalmente su uso o explotación. Ahora bien, ¿cuáles son los elementos esenciales que permitieron la aparición de la verdad y el conocimiento abierto que hoy conocemos?
El conocimiento se mantenía encerrado por la dinámica propia de las prácticas esotéricas ya que éstas niegan toda publicidad y sólo se pueden trasmitir de maestro a discípulo en un ámbito simbólico y mágico inmerso además en una lógica excluyente. Son las Ciudades las que posibilitan por primera vez abrir el conocimiento, especialmente las griegas del siglo VIII a.C., que son inmunes a la Soberanía (Micenica) convirtiéndose en ciudades sin Estado.
Luego el Cristianismo durante la denominada Edad Media contribuyó al hostigar los saberes del mago gestionados y soportados primordialmente sobre los cuerpos, y donde el aprendizaje se transmitía mediante técnicas corporales ya desaparecidas. El Cristianismo los persiguió con intolerancia y una estrategia de dominación basada en la exclusión. La cultura antigua fue rotulada como pagana y toda referencia al politeísmo fue silenciada mediante un gran esfuerzo de globalización ecuménica (evangelización). Así, esta política global del Cristianismo se constituyó en la condición de posibilidad de irrupción de la denominada ciencia moderna o Newtoniana, pues el nuevo saber se efectúa con grafías lineales y especialmente con la representación gráfica. Así, el cuerpo[2]* se redujo a lo graficado con las manos, lo digital.
También ayudaron las corrientes de universalización del lenguaje. Es el caso de Atenas que apropió y condenso las diversas innovaciones sociales que en su conjunto desplegaron las colonias. Atenas constituyó el griego como la primera lengua cosmopolita, una lengua local que es usada de manera global para interactuar con múltiples culturas. Allí también se muestra lo local como motor de la innovación. Es el caso de la cultura Jónica que desplegó la lengua universal de la Geometría, que como lo expone Michel Serres, por su racionalidad y rigor no puede ser fijada, particularizada o anclada a un territorio específico pues ella lo desborda para dejar de lado las distintas métricas aplicadas a las tierras cultivables y construibles de la organización Soberana. La Geometría se constituyó entonces en otra lengua cosmopolita particularmente abierta para cualquier grupo o cultura que la quisiera apropiar.
Por último, para darle más economía y flexibilidad a los formatos culturales de gestión del conocimiento, se pasó de la tradición oral heredada de la ecúmene primitiva y las escrituras ideográficas propias de la Soberanía Despótica, a la escritura alfabética de los grafemas inventados por los fenicios, y apropiada por los hebreos y los griegos, que con muy pocos recursos permite representar toda la lengua.
En resumen, tal como lo describe Marcel Detienne, se pasó de la palabra-mágica del Rey-Dios a la palabra-Dialogo de los Ciudadanos. Esta historia se ejecuta en ámbitos concretos de la sociedad:
La Verdad estaba en manos de los poetas y adivinos agrupados en sectas filosóficas y religiosas. Esta Verdad se erigía a través del ritual dirigido a fortalecer el religare del grupo, puesto que el Rey era el mismo Dios. Esta función la cumple el Profeta en los nómadas, el Shaman Alquimista entre los metalúrgicos, el Shaman Brujo con los horticultores-forestales y el sacerdote-adivino en la Polis.
La necesidad de acudir a fuerza de trabajo esclava basada en extranjeros para realizar actividades “indignas”, como las artesanales y las eruditas, permitieron dos dinámicas asociadas a la democratización: la liberación del campesinado de la esclavitud y los grupos sociales medios en la organización militar de la polis que adquirieron predominancia. Así, se pasa a una organización basada en relaciones contractuales o entre iguales. Disminuye entonces la importancia de los vínculos de sangre o parentela expulsando los dos pilares de la soberanía: la aristocracia por linaje y el funcionariado.
Por ejemplo, los guerreros como grupo predominante tenían un conjunto de prácticas que acudían a un círculo centrado: en el centro se coloca el botín, los premios y también allí se ubica el que se dirige a los demás, pues lo colocado en el centro es lo que se publicita y se pone en común. En el centro la palabra se seculariza escapando a la clausura simbólico-religiosa pues se hace pública y opera por consenso.
Aparece la tensión entre el interés particular y el general e irrumpe la razón o logos con una doble faz: por una cara la dimensión política y por la otra la del conocimiento. En la primera se instala (hasta la actualidad) el sofista y su correlato el demagogo que usa la Retórica para la persuasión (apathe: engaño). En la dimensión del conocimiento se instala el filósofo que seles opondrá con el dialogo configurando la dimensión crítica.
Los cambios en la organización social, determinados por la relación cambiante entre técnicas de producción y modos de gobierno constituyen el soporte que posibilita la transformación de los contenidos y de la Verdad[3]**
En lo religioso se pasa del ritual mítico al espectáculo trágico, en lo jurídico se transita de un derecho de guerra o del más fuerte vinculado a la ordalía a un derecho que indaga y busca la causas del conflicto, y lo pedagógico deja de apoyarse en la tradición para pasar a la capacidad de convencer (la oratoria) y de criticar (la filosofía).
De esta manera la Verdad se ha hecho publicidad y se construye en comunidad.
Esta columna fue realizada por uno de los miembros del IBSER.