El caso Mauricio Lizcano. ¿desmemoria política o cálculo electoral?

En Colombia, la política suele ser escenario de contradicciones, silencios oportunos y memorias selectivas. Pero hay momentos en que estas tensiones se vuelven tan evidentes que resulta imposible no levantar la voz. Es el caso del exministro de Tecnologías Mauricio Lizcano, hoy aspirante a la Presidencia de la República, quien ha declarado con firmeza que “nunca ha sido petrista”, pese a haber hecho parte del actual gobierno como uno de sus ministros más visibles.

¿Qué pensar entonces los ciudadanos? ¿Estamos ante un hombre que simplemente aceptó servir al país desde una posición técnica, como él afirma? ¿O frente a un político que intenta borrar convenientemente un capítulo reciente de su trayectoria para acomodarse en la próxima contienda electoral?

Lizcano tiene razón en algo: los colombianos estamos agotados de la guerra entre izquierdas y derechas. El país necesita resultados concretos en seguridad, salud, empleo, justicia y equidad. Pero el problema no radica solo en el discurso ideológico, sino en la falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Y ahí es donde su narrativa comienza a tambalear.

No se puede negar su experiencia, ni tampoco desconocer que su paso por el Ministerio TIC dejó avances notables en conectividad y ejecución presupuestal. Pero lo que genera incomodidad no es su gestión, sino su actual postura pública de desconexión total con el petrismo, como si su vinculación hubiera sido un malentendido, un simple accidente de agenda.

Los cargos públicos no son ajenos a la política. Ser ministro de un gobierno, más aún en un contexto polarizado como el que vive Colombia, es una elección que tiene consecuencias políticas y éticas. Querer luego presentarse como alguien ajeno a esa administración suena más a estrategia de campaña que a honestidad frente al electorado.

La política requiere memoria. La ciudadanía tiene derecho a saber dónde estuvo, qué hizo y por qué lo hizo cada candidato. No basta con decir que se aceptó el cargo por razones técnicas, cuando todo el país sabe que el gabinete de Petro se ha construido bajo una lógica ideológica clara, y no precisamente como un cónclave de tecnócratas neutrales.

Lizcano busca posicionarse como una figura que trasciende los extremos, que no responde ni al uribismo ni al petrismo, sino al “colombianismo”. La idea suena atractiva, sobre todo en un país hastiado de radicalismos. Pero para que esa narrativa tenga fuerza, necesita estar respaldada por una trayectoria coherente y transparente, no por excusas tibias ni olvidos convenientes.

En tiempos donde la confianza en la clase política está profundamente deteriorada, la verdad y la coherencia son más valiosas que cualquier eslogan de campaña. Mauricio Lizcano tiene todo el derecho a aspirar a la Presidencia, pero también tiene el deber de responder con claridad por las decisiones que ha tomado. No se trata de cargarle un “INRI”, como él mismo dijo, sino de pedirle que sea honesto con el país que hoy pretende liderar.

Luis Carlos Gaviria Echavarría

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