Pocos temas despiertan tanto revuelo como el supuesto control que China tiene sobre el Canal de Panamá. Algunos titulares alarmistas nos hacen imaginar una flota de dragones chinos custodiando el paso de barcos, mientras Pekín tira de los hilos del comercio global desde las esclusas. Pero ¿cuánto hay de verdad en estas afirmaciones? Spoiler: menos de lo que algunos políticos quieren hacernos creer.
Comencemos por el principio. El Canal de Panamá, esa maravilla de la ingeniería que conecta los océanos Atlántico y Pacífico, fue administrado por Estados Unidos hasta 1999. Desde entonces, el gobierno panameño asumió el control total del canal a través de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP). Sin embargo, el temor a la “amenaza china” no tardó en aparecer, especialmente después de que empresas de origen chino, como Hutchison Whampoa, adquirieran contratos para operar puertos cercanos al canal. ¿El resultado? Un cóctel de paranoia geopolítica y teorías conspirativas que siguen dominando el discurso.
Es cierto que China ha aumentado su influencia económica en Panamá en las últimas décadas. Entre 2014 y 2022, el comercio bilateral entre ambos países creció un 30%, y actualmente China es el segundo usuario más importante del canal, solo detrás de Estados Unidos. Además, empresas chinas han invertido en infraestructuras clave, como puertos y zonas logísticas. Pero, ¿controlar el canal? Eso es otra historia. La ACP sigue siendo un ente panameño, y todas las decisiones estratégicas sobre el canal son tomadas por sus directivos, no por Pekín.
¡Pero qué conveniente resulta culpar a China de todo! En Washington, los discursos políticos se llenan de advertencias sobre la “creciente influencia china” en América Latina. Y claro, el Canal de Panamá se convierte en el símbolo perfecto de esa narrativa. ¿Por qué admitir que su hegemonía en la región está en declive cuando es más fácil decir que los chinos están robándose el tablero? Al final del día, no importa si las pruebas son débiles o inexistentes; lo que importa es mantener el miedo vivo.
Por otro lado, no podemos obviar que Panamá también juega su propio juego. En 2017, rompió relaciones diplomáticas con Taiwán y las estableció con China, una movida que encendió las alarmas en Washington. ¿Casualidad? Difícil de creer, especialmente cuando el gigante asiático prometió jugosos acuerdos de infraestructura y comercio. Pero, ¿quién podría culpar a Panamá por querer diversificar sus socios comerciales? Después de todo, no es culpa del gobierno panameño que Estados Unidos haya estado demasiado ocupado mirando hacia otros lados mientras China tejía su red económica.
El verdadero problema aquí no es el control del canal, sino cómo se está librando una guerra fría económica entre las dos mayores potencias del mundo. Según datos del Centro de Estudios Económicos de América Latina, China invirtió más de 140 mil millones de dólares en América Latina entre 2005 y 2020, frente a los 72 mil millones de Estados Unidos en el mismo periodo. No es que China esté “robando” influencia; simplemente está aprovechando los vacíos que deja su competidor.
Y mientras estas dos potencias juegan al ajedrez geopolítico, Panamá debe caminar por la cuerda floja. No puede darse el lujo de alienar a Estados Unidos, su mayor usuario del canal, ni a China, su principal inversionista. ¿El resultado? Una política de equilibrio constante, en la que cualquier movimiento en falso podría traer repercusiones económicas devastadoras.
Entonces, ¿cuánto control tiene realmente China sobre el Canal de Panamá? La respuesta, aunque menos emocionante, es: ninguno. El canal sigue siendo panameño, administrado por panameños y bajo las leyes de Panamá. Pero el miedo a China no se trata de control real, sino de narrativas políticas que buscan mantenernos distraídos de los problemas que realmente importan. ¿Y mientras tanto? Seguimos siendo espectadores de este teatro geopolítico, preguntándonos si algún día dejaremos de caer en las mismas viejas trampas de siempre.
¿Será mucho pedir que dejemos las teorías conspirativas y comencemos a hablar de cooperación en lugar de competencia? ¡Quizás! Pero por ahora, parece que preferimos seguir jugando con fantasmas chinos en lugar de enfrentar la realidad.
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