“Por eso, cuando te digan que no polarices, desconfía. Probablemente lo que realmente quieren es que no pienses, que no cuestiones, que no propongas. Es mucho más cómodo mantener un país dividido por la indiferencia que polarizado por las ideas. Tal vez no polarizar es justo lo que necesitan quienes han gobernado desde el privilegio para que nada cambie. Colombia no necesita conciliar con la injusticia ni con la desigualdad. Necesita que sus ideas choquen, que se enfrenten, que ardan.”.
Cuando escuchamos la palabra “polarización” en el contexto político, casi siempre la asociamos con peleas, insultos y la imposibilidad de llegar a acuerdos. Es como si fuera un monstruo que amenaza la estabilidad, el progreso y la paz social. Pero, ¿y si nos detenemos un momento a repensarla? ¿Y si la polarización, en lugar de ser un obstáculo, pudiera ser una herramienta para construir un país más democrático y tolerante?.
En Colombia, un país donde las desigualdades y las visiones de sociedad son tan diversas como su geografía, la polarización no es el problema. El verdadero problema es la incapacidad de entenderla como una oportunidad para confrontar ideas, debatir visiones de país, encontrar puntos de coincidencia sin renunciar a los principios, e inclusive evidenciar sin tibiezas las diferencias porque en política no todos defendemos los mismos intereses.
Pensar diferente no debería ser visto como una amenaza, necesariamente, incluyendo la posibilidad de resaltar las ideas que sí son una amenaza, las cuales a veces también se disfrazan o se pretenden esconder bajo la idea de no polarizar. La polarización no implica intolerancia ni maltrato. De hecho, la intolerancia surge cuando las diferencias se silencian o se evita el debate. Nos han vendido la idea de que “superar la polarización” significa eliminar el debate y homogenizar el pensamiento. Pero eso no es unidad, es sometimiento al status quo, muy conveniente para quienes durante décadas han impuesto el pensamiento hegemónico.
Desde pequeños nos inculcan una idea que parece inofensiva pero que tiene profundas implicaciones: “En la mesa no se habla de fútbol, política y religión”. Se nos enseña a evitar los temas que generan pasiones y confrontación, como si la solución fuera el silencio. Pero ¿no es justamente en la mesa, con la familia y los amigos, donde deberíamos aprender a ser tolerantes, a debatir, a conversar sin que ello nos lleve a pelear, disgustarnos o generar confrontación más allá de las ideas? Es en esos espacios donde debería iniciarse el ejercicio de escuchar y ser escuchados, de entender que la diferencia no nos separa (claramente teniendo límites, pues la tolerancia a todas las ideas nos puede llevar a la consolidación de modelos de pensamiento intolerantes, asunto que la paradoja de la tolerancia de Karl Popper explica muy bien).
Lo que necesita Colombia no es menos polarización, sino mejor polarización. Una polarización que fomente el pensamiento crítico, que permita discutir sin descalificar, y que transforme las redes sociales, la calle y plaza, los cafés en verdaderos escenarios de deliberación y aprendizaje mutuo. La solución no está en ignorar las diferencias, sino en aprender a convivir con ellas.
Por eso, cuando te digan que no polarices, desconfía. Probablemente lo que realmente quieren es que no pienses, que no cuestiones, que no propongas. Es mucho más cómodo mantener un país dividido por la indiferencia que polarizado por las ideas. Tal vez no polarizar es justo lo que necesitan quienes han gobernado desde el privilegio para que nada cambie. Colombia no necesita conciliar con la injusticia ni con la desigualdad. Necesita que sus ideas choquen, que se enfrenten, que ardan.
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