El cambio es un objetivo o indicador muy fácil, con la mínima modificación se logra pese a lo beneficioso o tormentoso que pueda ser el resultado final.
Usted se va a una peluquería con la necesidad de cambiar el largo o el estilo de su pelo y con un corte cualquiera el objetivo se cumplió, pero queda de pañuelo y ojos brotados porque el resultado no es de su gusto. Usted se cambia de casa buscando otros aires y con una buena oferta que le hicieron lo logró, pero da con un vecino ruidoso que le hace añorar su viejo espacio.
Como el indicador era el cambio, en ambos casos, el objetivo se cumplió a cabalidad. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados para las personas que, buscando satisfacer una necesidad o un deseo, emprendieron las acciones.
Por eso, hay que saber elegir los objetivos al iniciar un proyecto o tomar una decisión. Hay que alinear las expectativas con los indicadores. Y eso, queridos amigos y amigas, no es nada fácil.
¿Cómo aprender a hacerlo? Ahí, digo yo, podrían ayudar más las habilidades relacionadas a las ciencias, desde el método científico o la formulación de proyectos, que cualquier libro de autoayuda que siga hablando del cambio por el cambio: “cambia tu relación con el dinero”, “cambia la forma como ves a los otros”, “cambia tu manera de ver el mundo”.
Lo que valen las conferencias y los libros, le puede salir hasta gratis con cursos o seminarios sobre formulación de proyectos o pensamiento crítico y científico. Cuando nos ponemos unos lentes más precisos y analíticos para ver el entorno vamos a ser más concretos con los objetivos e indicadores que nos planteamos.
Tal vez entonces no sea “cambiar el look”, sino “definir un referente claro para decirle al peluquero cómo quiero quedar”; tal vez no sea entonces “cambiar de casa en busca de nuevos aires” sino “buscar un sector donde me sienta más cómodo, tranquilo o seguro”.
Tal vez no sea entonces “defender el Gobierno del cambio” porque está haciendo las reformas y “cambiando” los sistemas, sino entrar a revisar qué tan efectivas son esas propuestas, qué tan transformadoras son, qué tan plurales y abiertas están siendo construidas, qué tan factibles son.
El cambio es inherente a una democracia y a la naturaleza misma. “Cambia, todo cambia”, dice la canción de Julio Numhauser que conocimos en la voz de Mercedes Sosa. El cambio, cuando es visto como dejar o convertir una cosa en otra, es un objetivo muy fácil que no debería ser el indicador o la bandera de ningún político o gobierno serio.
Esto lo digo hoy, porque como nos cantaron nuestros amigos de Chile y Argentina: “Y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.
PD: Yo soy Teo Robledo y agradezco a Al Poniente este nuevo espacio pa’ motivar la conversación. En mis redes (@teorobledoy) la podemos seguir. ¡Hasta las próximas! (que trataré de ser juicioso en la escritura para que sean cada martes).
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