El Brexit es el asunto más crítico para el futuro de Gran Bretaña y de la Unión Europea, con gran distancia frente a cuestiones primerísimas, como la crisis migratoria que vive toda Europa, o la amenaza que supone el terrorismo yihadista, por ejemplo. A grandes naciones, grandes cuestiones. Es el peso y la responsabilidad de ser una superpotencia, que no cualquier país estaría en capacidad de soportar, pues el liderazgo global solo se obtiene con el devenir histórico.
Después de la votación del 15 de Enero en el Parlamento, la primera ministra británica, Theresa May, se encuentra ante un escenario más complejo, como también después de la moción de censura (o “no-confidence vote”) del día 16, impulsada por el líder de la oposición a su gobierno, Jeremy Corbyn. Primero, el acuerdo alcanzado con la Unión Europea (el Soft Brexit), sometido por May a votación, fue rechazado por 230 parlamentarios, incluyendo 118 de su partido, el Conservador. Ésta representa la mayor derrota para un gobierno en la historia del Reino Unido. Sin embargo, May sobrevivió a la moción de censura, con 325 votos frente a 306 en su contra, lo que la ratifica en su cargo, a pesar de la grave situación. En clave estratégica, esto significa que, aún en el peor de los casos, la mayoría del Parlamento entregó su confianza a May para continuar liderando el gobierno, como también el Brexit, pues un voto mayoritariamente negativo implicaría convocar elecciones anticipadas, en las que los laboristas encabezados por Corbyn buscarían la victoria, pero seguiría siendo incierto el futuro del país ante la coyuntura que vive.
No obstante, hay todavía cinco opciones, unas más viables o probables que las otras, y en cualquier caso no sería el fin de Europa, como la eurocracia de Bruselas insiste. La primera de ellas consiste en que May solicite a la Unión Europea una extensión del plazo para abandonar la organización, de dos meses. En este tiempo buscaría reformar o flexibilizar el acuerdo. La segunda es la llamada “opción nuclear”, prevista por la Corte Europea de Justicia, según la cual el gobierno de May podría suspender el Brexit de manera unilateral. De acudir a ella, hasta los más pro-Brexit dentro de los conservadores, y que rechazaron el acuerdo en el primer momento, lo aceptarían, con tal de mantener el proceso, o darían paso a la tercera posibilidad, que es la celebración de un segundo referendo, es decir, preguntar nuevamente a los ciudadanos su opinión. En cuarto lugar, simplemente esperar que se cumpla el plazo del 29 de Marzo, y este es el resultado más inminente, aunque no deseado por la línea dura pro-Brexit (que no apoya el acuerdo con la UE) ni por el sector moderado de los laboristas (no-Brexit), así que se podría llegar a una quinta posibilidad: buscar una nueva votación en el Parlamento, en donde May logre el respaldo de ambos sectores, que considerarían una calamidad la salida de la Unión Europea sin condiciones favorables.
Visto así el panorama, el Reino Unido deberá estar a la altura de las circunstancias y de los tiempos que corren, para probar que no ha obtenido gratuitamente su posición como faro de Occidente y Europa. Con Brexit o sin él, su grandeza es incuestionable, y lo que realmente se pone a prueba es la vigencia y capacidad de las instituciones para resolver los conflictos en democracia.
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