El barco de papel

El pequeño niño alzó la vista y sonrió, hace muchos días que no veía un panorama tan hermoso, entonces salió a correr por la pradera con su barquito de papel en la mano dando grandes zancadas.

Protegía con especial cuidado el barquito que le había hecho su madre antes de permitirle salir a jugar, pues quería verlo navegar por un pequeño canal que había sido construido desde tiempos antiquísimos.

Cuando llegó, aún había agua en el canal, producto de la lluvia del día anterior, entonces miró el barquito y sonrió; se imaginó a sí mismo con un parche en el ojo y una pierna de palo, como los piratas de las historias que su madre la contaba en las noches antes de irse a la cama.

Puso el barquito en aquel canal y lentamente éste se empezó a mover, yéndose con lentitud pero paso firme hacia donde la corriente de lo indicara. Al lado del canal se encontraba el niño, caminando a la par, viendo los pececillos y renacuajos, imaginando que eran temibles ballenas, tiburones y monstruos marinos que acechaban a los marineros que navegaban en la barcaza de papel.

De un momento a otro, la corriente se hizo más fuerte y el barquito se empezó a mover con más rapidez, haciendo que el pequeño niño forzara el paso un poco más, pero con el pasar de los segundos, el juguete de papel incrementaba su velocidad.

El niño sintió un vacío en su estómago; de repente la angustia y las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas sonrosadas, y sus ojos azules se tornaron pálidos. Corrió detrás del barco, no obstante, le iba ganando la desesperanza y el miedo.

Cayó al suelo, pero sin importar las heridas y rasguños que recibió, se levantó tratando de correr con más ahínco.

“Las personas dentro de la barcaza morirán, y será mi culpa… qué dirá mi madre, qué dirá la gente de papel”, pensaba el niño en medio de lagrimones y el tamborileo en el corazón.

Cuando sintió que las fuerzas le faltaban, vio un muro considerablemente alto, que atravesaba de oriente a occidente aquel pastizal, y se dio cuenta de que nunca antes se había alejado tanto de su hogar, por lo que su temor se incrementó aún más, sin embargo no se iba a ir a casa si el barco de papel.

Apresuró el paso y notó que el canal se dirigía hacia ese muro, entonces quiso llegar lo antes posible para evitar que el barquito se fuera por la abertura que atravesaba el muro; por más que corría y daba grandes zancadas, no llegaba a alcanzar la velocidad que ahorra llevaba el barco.

Cuando por fin llegó al final del camino, notó que era muy tarde y el barquito ya había cruzado el muro. Trató de meter la mano pero fue inútil, entonces miró hacia arriba, pensó en su madre y comenzó a llorar desconsoladamente.

Se puso en forma fetal mientras caían las últimas lágrimas que era capaz de llorar, y mientras se lamentaba escuchó un ruido, así que se paró rápidamente y miró con asombro como aquel muro se abría, y lo que allí vio, borró todo destello de tristeza, trayendo con sí todo un mundo de fantasías.

Adentro había un mundo de colores y esencias que nunca antes había visto. Caminó temeroso y con cautela, pero al final se decidió a cruzar por donde el muro se había levantado.

Allí observó plantas multicolores con formas de espadas y rubíes, habían pequeños seres blancos y verdes que lo miraban con alegría; las nubes tenían un color violáceo y en el aire se respiraba un olor entremezclado de caramelo, vainilla y dulce de café.

Los pequeños seres se acercaron al niño, que lo tomaban de los pantalones y lo olían; miraban extrañados aquel ser de ojos azules y pelo castaño, obviamente era la primera vez que veían algo así. Emitieron sonidos agudos y graciosos, lo que le produjo la risa al niño, y esos seres extraños rieron con él.

• ¿Quiénes son ustedes?
• Somos Orgas -se apresuró a decir uno- y tu qué eres.
• ¡Soy un niño!
• ¿Un niño? ¡Nunca había visto uno!
• ¿Acaso no hay niños aquí?
• No te sabría decir, sólo sé que nunca había visto uno antes ¿Nunca habías visto un Orga antes?
• Nunca, de donde vengo hay otros niños como yo y hay adultos.
• ¿Y qué es un adulto?
• Es cuando uno crece, le crece mucho pelo y tiene voz ronca.

Los Orgas se miraron entre ellos y no sabían qué pensar de aquella explicación. En verdad nunca habían visto un ser como aquel, pero no notaban amenaza en sus ojos, por el contrario, podían ver que estaban sombrados.

• ¿Qué es eso? -preguntó el niño-
• Es una flor ¿No habías visto antes una?
• Sí, pero diferentes. Tienen formas muy raras y colores extraños. Pero me gusta.

Los Orgas al oír esto brincaban de alegría y mostraban sus blancos dientes al niño que también se unió al jolgorio.

Los Orgas no medían más de un metro, y su piel era verde como el pasto, pero el pasto de ese lugar era de color morado. Tenían voces agudas y solo poseían pelo en las cejas, de resto eran totalmente lampiños. Olían a almendras con dulce de frutilla y sus barrigas eran prominentes haciendo que su paso fuera oscilante.

• Tienes que conocer a Ark, él lo sabe todo aquí.
• ¿Ark?
• Sí, es el más viejo de aquí. Cuando nosotros llegamos él ya estaba y nos enseñó todo lo que sabemos.
• ¿Y dónde vive Ark?
• En aquella colina de allí -dijo el Orga mientras señalaba una colina llena de flores y aves de apariencia extraña-

En el camino a la casa de Ark, el niño vio un riachuelo con el agua color rosa, donde habían unas masas que se movían despacio y sin afán; los animales eran todos muy diferentes a los que conocía, y las casas de los Orgas eran de un material blando y gelatinoso que no eran mas grandes que los propios seres que las habitaban.

El suelo cambiaba de color constantemente, pasaba del amarillo al naranja, y del naranja al morado, y luego a otros colores que el niño no sabría explicar o describir.

Los insectos, los aromas, las cosas más normales que el niño conocía, no eran como él las recordaba, y en el trayecto pensó que tal vez el mundo era mucho más grande que el valle donde vivía con su madre.

Al llegar a la casa de Ark, los Orgas invocaron un canto, entonces se hizo una pequeña nube roja. Esa casa era mucho más grande que las anteriores y tenía una construcción diferente.

Sonaron unas trompetas y salió Ark.

Ark era mucho más alto que los Orgas, su piel era azul y tenía una barba gris frondosa que le llegaba hasta el suelo. Tenía una voz grave y reconfortante, al igual que unas manos grandes y unos dedos curiosamente alargados. Sus ojos eran pálidos, casi blancos, y al ver al niño mostró una cara de asombro.

• Este es un niño – dijo uno de los Orgas- llegó aquí y es un poco tonto, no sabe nada de este lugar.
• No soy tonto, es solo que es muy diferente.
• ¿Diferente a qué? -preguntó Ark-
• A mi casa, a mi hogar.
• ¿Y cómo es tu hogar?
• Queda en un valle, hay un pastizal muy alto y hay una casa de dos pisos que es donde vivo con mi mamá. Tengo un perro y hay un árbol donde crecen manzanas.
• Veo -dijo Ark mientras inspeccionaba al niño- obviamente no eres de este mundo.
• Pues solo hay un mundo -respondió el niño- tal vez estábamos muy lejos y no nos habíamos visto.
• Oh te equivocas dulce criatura, hay muchos mundos. Tantos como estrellas puedes ver en los cielos, y éste obviamente no es tu mundo.
• ¡Pero las estrellas son infinitas!
• Exactamente.

Ark se acercó al niño y con sus grandes manos y sus dedos alargados tocó sus carnes, su cabello y hasta lo olió.

• Eres un humano.
• Sí, soy un niño.
• Un niño humano

Ark sonrió y tomó del brazo al niño. Lo condujo hacia su casa y le preparó una bebida caliente.

– Hay muchos mundos -comenzó a decir Ark- los humanos creen que el suyo es el único, pero en realidad es un acto de egolatría.
• ¿Egolatría?
• Sí, vanidad excesiva. No se permiten ver más allá de otros mundos.
• ¿Y tu cómo conocías a los humanos?
• Ya te he dicho, los humanos son los únicos que creen que su mundo es el único. La egolatría es propia de esa especie. Los he visto a lo largo de los años creando dioses, alabando ídolos de piedra y oro, todos más o menos a su imagen y semejanza. Obviamente extienden su ego para responder lo que no han respondido. Los he visto, pero nunca uno había llegado hasta aquí.
• ¿Pero tu qué eres? ¡Eres diferente a los Orgas!
• Yo ya estaba aquí y luego llegaron ellos. Solo les enseñé lo que había aprendido.
• ¿Y no hay más como tu?
• Temo que lo he olvidado.
• ¿Lo has olvidado?
• Así es, yo solo recuerdo estar acá.

El pequeño niño se asombró, ¿Cómo alguien puede olvidar su hogar, sus amigos, su familia?

Ark le mostró la casa al niño, y luego fueron a dar un paseo por la colina llena de flores, mientras le explicaba que en cada mundo hay vida, y toda vida tiene su propia existencia, es decir, ve la realidad de acuerdo a su condición. De esa forma los Orgas ven una realidad en su condición de Orgas, mientras él tenía otra realidad, y esto se repetía en todos los mundos existentes.

• ¿Es decir que mi realidad es diferente a la tuya?
• Así es, tu realidad, tu condición, tu existencia es diferente. Tu ves las cosas como un humano y yo las veo como Ark.

Luego de mencionarle los diferentes nombres de las flores, cómo se llamaban los seres que allí vivían a parte de los Orgas y explicarle que el suelo cambiaba de color porque estaba vivo y así se manifestaba, Ark le preguntó al niño.

• ¿Cómo te llamas?

El niño miró hacia el cielo violáceo, meditó unos segundos y notó que sus ropas estaban más ajustadas de lo que solían ser.

• ¿Tienes un nombre?
• No estoy seguro.
• ¿Cómo así?
• No recuerdo muy bien, creo que olvidé mi nombre.

Ark lo miró sorprendido pero le dijo que tal vez lo recordaría y cuando lo hiciera, se lo dijera.

Llegó la noche y los Orgas prepararon un festín en honor a su nuevo invitado, y el niño se jactó con los manjares extraños que comía, se recostó bajo la luz de la luna y durmió profundamente.

En su sueño, vio a su madre, pero ya no tenía rostro, y vio su casa, pero ya no era su hogar. Su perro no lo reconocía y el pastizal era algo que ya no como antes. Algo había cambiado.

Al despertar notó que sus ropas estaban aun más apretadas que antes, que su voz era un poco más gruesa y tenía el cabello más largo.

Cuando Ark vino a su encuentro, fueron a caminar por las praderas y los bosques; le contaba historias de antes de que los Orgas vivieran en aquella tierra; historias de gigantes sabios que vivían en los árboles y de aves de fuego emisarias de la desgracia. Le contó historias de los Taltos, los duendes, las sirenas y los hombres alados.

El niño, que había crecido considerablemente y ya tenía un poco de vello en el rostro lo miraba con estupefacción y observaba todo a su alrededor con una admiración exuberante, como quien descubre un tesoro escondido en el más negro de los pantanos.

• Ahora, háblame tu -dijo Ark- ¿Cómo es tu mundo?
• Pensé que conocías a los humanos -dijo sin sarcasmo-
• Sé quienes son, sé cómo son, pero en realidad nunca había tratado con uno. No sé mucho de su mundo.
• Bueno, la verdad es que los humanos somos muy raros, no es como aquí, allá en mi mundo hay guerras, hay muchos muertos. Muchos de mis amigos ya no tienen familia y viven en cuartos con otros niños sin padres. 
Constantemente veo unos tanques que se dirigen a una guerra con otras personas que hablan otros idiomas. Hay hambre, muertos, miseria, pero también hay gente que tiene mucho amor, como mi madre.
• ¿Y cómo es tu madre?
• Mi madre… no lo recuerdo mucho… recuerdo el sentimiento, sus manos en mi rostro y los labios en mis mejillas, pero -se detuvo unos segundos haciendo un gran esfuerzo- creo que olvidé cómo es mi madre.

Ark lo miró con estupefacción mientras fruncía el ceño.

• Y dime ¿Recuerdas ahora tu nombre?
• No.
• ¿Y recuerdas el nombre de tu madre?
• No.
• Veo -dijo Ark en un suspiro-

En la noche volvieron a tener una gran cena en la que el niño, Ark y los Orgas festejaron.

Durante unas semanas Ark iba a visitar al niño, que en efecto era ya un joven, y le contaba historias, le enseñaba nuevos rumbos en aquel mundo y le mostraba seres que aún no conocía.

No obstante, notaba que el niño crecía más de lo normal y constantemente presentaba lagunas mentales de lo que era su vida en el mundo de los humanos. Ya era mucho más alto, y una fina barba recorría su rostro, pero el cambio no solo era físico, sino que la ternura e inocencia con la que solía ver el mundo el día en que llegó se iban apagando, y empezaba a ver rasgos de crueldad en su alma.

Cuando algo no salía bien le gritaba a los Orgas, y ya no sentía deslumbro al oír sus historias, así como tampoco presentaba mayor interés en conocer más de ese mundo.

Con el tiempo construyó una casa para el joven quien se mudó a vivir allá solo y sin ningún asomo de felicidad o gratitud.
• ¿Quién eres? -le preguntó un día Ark-
• ¿A qué te refieres viejo? ¡Soy yo!
• Sí, sé que eres tu, pero ¿Quién eres?

El joven cruzó los brazos y con un gesto de desdén dijo:

• No sé, siempre he sido yo, me has conocido toda la vida ¿Qué quieres que te diga?
• No llevas aquí toda la vida, llevas apenas unas semanas.
• ¿Unas semanas? Vivo aquí desde que tengo uso de razón ¡viejo tonto!
• ¿Uso de razón? dime ¿Sabes cuál es tu nombre? ¿Sabes quién es tu madre?

Madre… una sombra vino a su memoria pero no pudo recordar nada en concreto, era como un sueño que estaba apunto de olvidar. Podía oler el pastizal, pero nada más se le venía a la cabeza.

• Viejo, eso es un sueño. El sueño de una madre, no es nada más.
• ¡Pero has venido de otro mundo!
• ¡Pamplinas! -gritó- solo delirios de un anciano loco.

El joven salió, estaba furioso porque no recordaba y en su cabeza todo era confusión… se sentía ausente y perdido ¿Quién era? No podía responder esa pregunta y eso le causaba un indescriptible malestar ¿Quién era? ¿Cómo podía responder eso si no conocía su propia historia? ¿Cómo, si ya no podía confiar en su memoria? ¿Cómo si no podía recordar quién era su madre?

Bajo un árbol lloró desconsolado… sus lágrimas caían al suelo y entre más tiempo pasaba, más desgraciado se sentía. En su alma había un vacío profundo, un hueco que solo la memoria podría llenar pero ¿Cómo?

Pasaron varios días y él solo estaba allí bajo la sombra de aquel árbol; entre más tiempo pasaba, menos recordaba, y llegó el punto en que solo recordó el dolor, el vacío y la rabia del impotente. Se paró y fue en busca de Ark.

• ¡Muchacho! ¿Qué te ha pasado? -dijo Ark al verlo-

Los ojos estaban sin un atisbo de emociones o sentimientos.

• ¿Quién soy Ark?
• Eres un humano ¿Qué te ha pasado?
• Lo olvidé todo Ark, lo olvidé -llanto-.

Ark se sentó en una silla y miró al ser que tenía en frente, tan distante de aquel que había conocido tan solo semanas atrás. Era mucho mayor, pero estaba visiblemente deteriorado, tanto su cuerpo como su espíritu.

• Tal vez sea por eso que los humanos no saben de otros mundos. Sus mentes y sus cuerpos pierden la noción del tiempo en otros mundos. Su vida es tan mundana y llena de codicia que solo pueden vivir en el caos que han creado para ellos mismos.
• ¿De qué me hablas?
• De que pronto morirás. Tu cuerpo y tu mente corrupta no pueden vivir en otros mundos.
• ¿Corruptos?
• Así es, llevas en tu cuerpo la sangra de la estirpe corrupta y ególatra. Me temo que no hay nada que pueda hacer.
• Debe haber algo -dijo sin aliento-
• No lo hay.
• Debe haber algo viejo tonto, viejo miserable.
• Cuida tus palabras, este no es tu mundo.
• Pues entonces será mi mundo.

Se levantó de golpe y se abalanzó contra Ark, que trataba de contener la furia del muchacho.

• ¡No sabes lo que haces!
• Si no puedo volver a mi mundo, si no puedo curar el caos que existe en mi corazón, compartiré este dolor con ustedes, ¡Con todos!

Puso sus manos alrededor del cuello de Ark y apretó su garganta con todas las fuerzas que tenía.

Ark intentaba luchar, pero su carne debilitada no era contendiente para aquel ser lleno de odio y rencor.

• ¿Quién soy? -le gritaba desesperado… era un grito que no solo salía de sus pulmones, sino de su propia esencia!

Siguió apretando la garganta de Ark por algunos minutos que le parecieron una eternidad, mientras el viejo trataba de luchar, aferrándose a la vida; entonces los ojos de Ark se pintaron de una tonalidad vidriosa y sus músculos ya no se movían. Estaba muerto.

Al ver lo que había hecho, no sintió pena, no sintió lástima y tampoco sintió miedo. Sencillamente ya no sentía nada, más que un cansancio terminal. Sus manos comenzaron a temblar y sus párpados se hicieron pesados; se recostó sobre el cuerpo inerte de Ark y se durmió.

Soñó que estaba caminando por un pastizal, sentía mucha nostalgia y de su rostro caían lágrimas rojas. Entonces vio sus manos y estas envejecían rápidamente hasta convertirse en polvo que se iba con el viento. Miró a su alrededor y ya no estaba en un pastizal, sino en un campo hecho cenizas; habían calaveras y muertos por todos lados.

Intentó caminar pero sus pies estaban anclados al suelo, entonces sintió todo su cuerpo envejecer. El pelo y la piel caían de su rostro como trozos de papel quemado; intentó gritar pero ya no tenía voz, y solo podía sentir la angustia y el dolor. De repente en el horizonte vio un barquito de papel: “yo conozco ese barco de papel”, decía, pero no logró recordar.

Cuando despertó el cuerpo de Ark se estaba descomponiendo y de él salía una sangre azul, que se impregnó en sus ajustadas ropas y en su piel. Tuvo miedo de lo que había hecho. Intentó correr pero el miedo le paralizaba las piernas, entonces lloró desconsoladamente. Estaba perdido, sin memoria y con mucho miedo ¿Alguien lo podría entender?

Salió de la casa de Ark, pero una brisa le heló los huesos y el olor a muerte empezó a recorrer aquellas tierras; entonces todos los Orgas miraron hacia la casa del anciano que estuvo antes que ellos y les enseñó todo lo que sabían.

Vieron a su asesino oliendo a muerte y con la sangre de su víctima impregnada en sus carnes y en la ropa. Todos se acercaron lentamente y rodearon la colina donde estaba la casa de Ark. No sonreían como siempre, sus miradas estaba perdidas en la nada, parecía que les hubiesen robado el alma.

Él miró cómo se acercaron y recordó el sueño, entonces sintió como sus piernas se paralizaban; la tierra ya no tenía los mismos colores de siempre, pero ¿Podía confiar en su memoria? Cientos de Orgas lo rodearon y aunque intentó hablar, su voz se perdió en la angustia de sus entrañas.

• ¡Has matado! -dijo un Orga-
• ¡Debe ser castigado! -gritó otro-

Él intentaba defenderse, pero las palabras le eran esquivas. Todo parecía un campo de guerra… la tierra era oscura y el olor a muerte inundó todo el ambiente.

Los Orgas empezaron a gritar llenos de rabia, entonces sus cuerpos verdes con blanco se tornaron grises como el humo, perdiendo también su forma regordeta y graciosa. Ahora eran sombras grises gigantes que clamaban justicia.

Lo agarraron ahí mismo en la colina, aunque no pudo poner resistencia, y ante él le llevaron el cadáver de Ark, que estaba mucho más descompuesto, ya que la piel se le caía a trozos del cuerpo en un estado viscoso y putrefacto.

Una sombra apuntó con el dedo el cuerpo muerto de Ark.

• Eh aquí tu maldad, he aquí tu esencia maldita. Tus crímenes no quedaran impunes, serás condenado a muerte.

En lo más alto de la casa de Ark, en el tejado, improvisaron un horca y se lo llevaron hasta el techo. Sus segundos estaban contados.

Miró la horca que se cernía alrededor de su cuello y luego perdió su vista en el horizonte, entonces vio un barquito de papel en un canal hacia un muro que se alzaba. Entonces lo recordó todo.

Recordó los ojos de su madre, sus manos posándose con delicadeza en sus cabellos; sus besos en la noche y esa sonrisa que se asemejaba al sol. Recordó su perro, el pastizal en el que jugaba y el amor con el que su madre le había hecho el barquito de papel.

Cerró los ojos y sintió el olor a muerte, miró sus ropas manchadas de sangre azul y a aquellos seres bonachones convertidos en sombras de ira y humo. Recordó a Ark, la amabilidad del viejo y su deseo de explicarle la naturaleza de este mundo y de los otros.

• Somos ególatras… somos codicia -susurró- no pertenezco a este mundo.

Vio como el barquito atravesaba el canal, devolviéndose por el camino que un día lo llevó hasta estas tierras extrañas. Allá se iba toda su infancia. El muro volvió a bajar cerrando el paso; entendió que ya nunca recuperaría las caricias de su madre, el pastizal en el que alguna vez fue tan feliz y la casa en donde se sentía a salvo.

Miró hacia abajo y sintió como la cuerda se tensaba alrededor de su cuello; los seres de la sombra gritaban enfurecidos pero él ya no los oía, todo transcurría lentamente. Entonces soltó una sonrisa irónica y socarrona.

Dio un salto mirando aquel muro ya cerrado para siempre. No podía soportar el olor a muerte pero ya pronto acabaría todo.

Su cuerpo volvió a ser el de un niño que yacía colgado sin vida, pero esas tierras no volvieron a ser iguales. Todo se convirtió en ceniza y cal, ya no habían más colores, solo el gris y el negro dibujaban esos terrenos que alguna vez hicieron suspirar a un pequeño niño que lloraba amargamente por haber perdido el barquito de papel que su madre la había hecho.

El odio y la peste se habían liberado en esas tierras vírgenes. El cielo una vez violáceo era oscuro, y los Orgas no volvieron a ser las dulces criaturas que antes eran, y desde entonces se dice que la humanidad anda recorriendo esas tierras ennegreciendo todo lo que toca.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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