El atentado que unió a Colombia… en su miseria política

“Solo nos queda el compromiso de exigir a nuestros líderes que, de una vez por todas, estén a la altura de los desafíos que enfrentamos como nación. Pero también, como ciudadanos, debemos estar dispuestos a asumir nuestra parte: rechazar la indolencia, la bajeza y el cinismo, y trabajar por una sociedad que no solo condene la violencia, sino que también la erradique.”.


En un episodio que debería haber sacudido las fibras más profundas de nuestra sociedad, el atentado contra el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay nos dejó una lección amarga. No solo sobre los peligros que acechan a nuestra democracia, sino también sobre la mezquindad de nuestra clase política, que parece incapaz de alzar la mirada más allá de sus intereses inmediatos.

El Gobierno Nacional, encabezado por el presidente, respondió al atentado con un comunicado oficial que, si bien condenaba el acto, carecía de la contundencia emocional que una situación tan grave exige. Más allá de las palabras formales, su actitud inicial fue tibia, casi indolente, como si la gravedad del hecho pudiera minimizarse con un par de frases bien redactadas y metáforas distractorias.

Sin embargo, en un intento por virar el rumbo de su respuesta, el presidente convocó a los partidos políticos para un diálogo nacional. La idea, en el papel, era noble: buscar unidad, fortalecer la democracia y garantizar procesos electorales seguros. ¡Una propuesta loable! Pero, como suele suceder en este país, las buenas intenciones quedaron sepultadas bajo la pequeñez de los intereses políticos.

Los partidos de oposición e incluso algunos independientes rechazaron la invitación presidencial, mostrando que no solo carecen de voluntad política, sino también de humanidad. Su negativa fue una declaración abierta de cómo, frente a la tragedia, optaron por cerrar filas en torno a su agenda electoral en lugar de anteponer los intereses del país. Fue una bofetada no solo al presidente, sino también a la memoria de las víctimas y a un electorado que sigue creyendo, ingenuamente, en sus discursos de “compromiso con la democracia”.

En un momento que requería unidad, grandeza y responsabilidad, los partidos políticos prefirieron darle la espalda al diálogo, demostrando que su interés por mantener la polarización está por encima de cualquier esfuerzo por construir un país unido frente a la tragedia. Esta decisión no solo es irresponsable, sino también peligrosa. Al negarse a participar en una conversación para buscar soluciones colectivas, los partidos no solo traicionaron la confianza de los ciudadanos, sino que también dejaron claro que prefieren operar en el caos que fomenta la violencia y la desconfianza.

Cabe resaltar que la opinión pública también se polarizó. Mientras algunos sectores aplaudieron la invitación al diálogo como una muestra de liderazgo, otros la vieron como un intento desesperado de redimir una gestión que ha sido objeto de críticas constantes.

Por su parte, el atentado contra Miguel Uribe Turbay sigue siendo investigado, y aunque las autoridades han anunciado avances, el trasfondo político del hecho levanta preguntas inquietantes. Este ataque no solo es un recordatorio del peligro que enfrentan quienes se atreven a participar en la vida pública, sino también un espejo de una sociedad que parece haber normalizado la violencia como herramienta de disputa.

La tragedia de este momento histórico no es solo el atentado en sí, sino la forma en que ha sido instrumentalizado por todos los bandos. El presidente, con su respuesta tardía y calculada. La oposición, con su rechazo irresponsable al diálogo. Y los medios de comunicación, que han convertido el hecho en un circo mediático donde la tragedia se diluye entre acusaciones y “análisis” vacíos.

En lugar de construir un país más justo, los líderes políticos de todas las vertientes han optado por usar este lamentable hecho como munición para sus futuras contiendas electorales. Porque, claro, nada fortalece más una candidatura que mostrarse “firme” ante la tragedia, aunque esa firmeza sea solo una pose vacía. Mientras tanto, la democracia, esa que todos dicen defender, se tambalea.

La historia juzgará con severidad este momento. Y nosotros, los ciudadanos, también deberíamos hacerlo. Porque si permitimos que el oportunismo político siga devorando los valores más básicos de nuestra sociedad, no solo estaremos condenando nuestra democracia al fracaso, sino también perpetuando el ciclo de violencia que nos consume.

Solo nos queda el compromiso de exigir a nuestros líderes que, de una vez por todas, estén a la altura de los desafíos que enfrentamos como nación. Pero también, como ciudadanos, debemos estar dispuestos a asumir nuestra parte: rechazar la indolencia, la bajeza y el cinismo, y trabajar por una sociedad que no solo condene la violencia, sino que también la erradique.

Simón Rivera Londoño

Arquitecto urbanista, consultor en ordenamiento territorial y planificación urbana. Apasionado de la política y soñador de otros mundos posibles.

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