El asilo contra la opresión

Tenía rabia en sus palabras, de sus ojos brotaba la decepción, el desconsuelo y la desesperanza, las manos le temblaban de forma tal que podía evidenciarse incluso mientras las agitaba al aire. Todo se le mezclaba en un discurso que, si uno no lo conociera, podría camuflar de ante sala a alguna locura. La razón de su indignación, supe cuando se calmó, eran los resultados de la primera vuelta presidencial en su país, en el Chile de las contradicciones.

Claro que debió contrariarle. Después de ver por las calles de todo el país verdaderas mareas humanas exigiendo el cambio del modelo de país implementado por la dictadura, después de lograr convocar a un plebiscito para cambiar el principal legado de Pinochet, la Constitución del 80, después de un 80% de votación aprobatoria para esa nueva carta magna, después de leer y escuchar en todos los medios la consigna de Chile despertó, el país le daba la victoria en la primera vuelta al candidato de la ultra derecha, José Antonio Kast.

Pensó que el país de las redes y las tendencias, que era el mismo del Apruebo, era el reflejo de que la gran alameda que se abrió era la única. Nunca consideró que, desde Arica a Magallanes, el discurso del Rechazo seguía latente, sin el micrófono y la parafernalia propias del entusiasmo de las utopías alcanzadas. El error que cometió, que cometieron millones, que cometimos los ajenos que algún cariño le guardamos a Chile, abocó a una segunda vuelta entre dos modelos antagónicos, el de Kast y el de Gabriel Boric.

Boric, un antiguo dirigente estudiantil, símbolo de esa fuerza que logró la gratuidad universal, que proviene de Magallanes y triunfó en la consulta que reunió a la centro izquierda con el partido Comunista, ha logrado en las primeras horas después del resultado electoral sumar a cientos que antes lo acusaban de tibio (¿Les suena?).

Chile se mueve hoy entre dos modelos, el que quiere reivindicar el legado de la dictadura y retroceder -al más fiel estilo de Bolsonaro- cualquier asomo de derechos civiles para las minorías del país. El otro, el que reúne al Apruebo, a los comunistas, pero también a la Democracia Cristiana, también a los que defienden el libre mercado, a los ambientalistas y a los que defienden la minería estatal. Boric, en resumen, representa de cierta forma la unidad de contradicciones que gobernó a Chile con la Concertación desde 1990 hasta 2010.

No hay más, Chile se quedó entre dos opciones. Pareciera que su himno profetiza siempre su destino: ser la tumba de los libres o el asilo contra la opresión.

Si aquella mirada volviese a verme molesta y con bronca me preguntase ¿Y ahora? No dudaría en contestarle: Ojalá Boric, ojalá Chile

Santiago Henao Castro

Antioqueño. Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Hincha de los guayacanes, Carlos Vives, el cine colombiano, el vallenato y el más veces campeón. Aspirante a ganarle al olvido.

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