Una buena historia, tiene que ser, ante todo, una historia creíble, incluso si estamos hablando de géneros literarios que evocan lo surreal o lo mágico. Al leer los cuentos de Oscar Wilde o de los Hermanos Grimm, encontramos esta particularidad, pues, aunque leamos de ángeles, demonios, seres mitológicos y demás, conectamos profundamente con las emociones, sentimientos y misiones que tienen los protagonistas.
Aunque el arte de contar historias pareciera haberse quedado en la tradición oral de los griegos o en leyendas, lo cierto es que nuestras sociedades coexisten e incluso se cohesionan, gracias a la perpetuación de estas historias. Algunas tienen como propósito generar un sentimiento de nacionalismo, otras, de pertenencia hacia un territorio o una entidad, y otras, comerciales/propagandísticos.
Palabras más, palabras menos, estamos tan hechos de átomos, moléculas y células, como de historias.
Pero como he dicho en un principio, las historias deben ser creíbles y conectar con la audiencia, de lo contrario, pierden toda su fortaleza simbólica, así como el propósito con la que fue contada.
Hoy, desde el ámbito de las comunicaciones, se habla de Marketing de Emociones, así como del Storytelling, las cuales podemos decir que están enfocadas a brindarle un peso simbólico y emocional a las marcas, sean personales o empresariales, las cuales tienen como finalidad última, generar una dinámica transaccional duradera en el tiempo.
En política, estos dos elementos (marketing de emociones y el storytelling) son ampliamente utilizados, pues el líder político, es a su vez, un producto al que la gente compra con su voto, pero la transacción no se termina después de marcar la X en la papeleta, sino que continúa durante el periodo en el que realice la actividad para la que fue elegido (edil, concejal, diputado, congresista, alcalde, gobernador o presidente), por lo que una vez electo, se deben seguir contando historias creíbles y respaldarlas con hechos, para garantizar la gobernabilidad así como la fidelización.
En Rebelión en la Granja de Orwell, vemos cómo a punta de historias engañosas, los cerdos liderados por Napoleón terminan haciéndose con el poder, determinando purgas internas y finalmente repitiendo el patrón de explotación que los llevó a rebelarse en un inicio; al final, los cerdos se volvieron humanos, pero fueron el resto de animalesquienes cedieron su libertad autónomamente hasta un punto de no retorno (algo parecido a lo que pasa en Venezuela).
Una buena historia conquista y persuade, enamora incluso, por el contrario, una mala historia genera indiferencia o repulsa, pero por buena que sea, ésta se debe sostener con hechos y acciones para darle valor real a la marca.
Hoy más que nunca, las historias tienen un valor fundamental y son vitales para crear/reforzar la imagen y la identidad, por lo que la narrativa, ya sea en el ámbito político, corporativo o personal, es más que un mero vehículo de comunicación; es el hilo que une nuestras experiencias, creencias y aspiraciones.
Al igual que en los cuentos de Wilde y los Hermanos Grimm, nuestras historias deben ser tanto apasionantes como genuinas. No se trata solo de captar la atención, sino de construir una conexión profunda y duradera. En este sentido, la Comunicación es unprincipio rector que refleja la esencia de nuestras marcas y la integridad de nuestras acciones.
El verdadero poder de una historia reside en su capacidad para inspirar y transformar, para ser un faro de autenticidad en medio de superficialidad. Mientras más convincente y coherente sea la narrativa, mayor será el impacto y la resonancia que tendrá en nuestra audiencia. Por tanto, las historias no son solo relatos del pasado, sino cimientos para el futuro, moldeando nuestra realidad y abriendo nuevas posibilidades.
En última instancia, una buena historia no solo es una que se cuenta bien; es una que se vive y se respira. En cada palabra y cada acción, debemos esforzarnos por crear relatos que no solo capturen la imaginación, sino que también construyan un legado de credibilidad y confianza, porque en el tejido de nuestras vidas y organizaciones, las historias que contamos son tan cruciales como los valores que representamos.
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