Jorge está sentado en la última mesa de un restaurante. Tiene mucha hambre y quiere almorzar con todas las de la ley. Llama al mesero moviendo las manos, pero él no alcanza a verlo. Intenta silbarle y aplaudirle, pero se abstiene de hacerlo porque está en un restaurante muy caché.
Jorge tiene hambre y el hambre tiene a Jorge. No puede aguantar más. Toma una servilleta y saca del bolsillo de su camisa azul un lapicero. Comienza a dibujar sobre la servilleta un plato de crema de champiñones. Da las gracias, se saborea y se traga la servilleta ¡Qué rica! Jorge toma otra servilleta y dibuja un plato de arroz con coco, puré de papas y carne de cerdo en salsa de piña ¡Oh, se le olvidó la ensalada! Entonces, toma otra servilleta y dibuja una porción de ensalada. Sin pensarlo, Jorge se traga las dos servilletas y le queda espacio para el postre ¿Tiramisú de limón o Brownie? “¡Tiramisú de limón! Ah, y una copa de vino. Jorge dibuja el postre y la sobremesa en otro par de servilletas. Antes de tragárselas respira profundo y se da una palmada en el estómago ¡Qué delicia!
Jorge está satisfecho y le comenta a una señora muy caché, sentada en la mesa de al lado, que la carne estaba en su punto y que el vino era de la mejor cosecha. El postre, ummm, ni se diga.
Cuando por fin llega el mesero, le pregunta a Jorge con acento muy caché “¿Qué desea comer, señor?”. “No se preocupe, buen hombre. Ya almorcé y quedé muy lleno”, dice Jorge mientras se limpia la boca con la manga de su camisa azul.