Luego de leer el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera puedo concluir que contempla una detallada reestructuración del Estado en la cual se plantea la creación de instancias, mecanismos, programas y políticas públicas para el desarrollo rural, la creación de nuevas fuerzas y movimientos políticos y una propuesta amplia de verdad, justicia, reparación y no repetición para las víctimas del conflicto armado, todo esto soportado en una interesante apuesta de participación ciudadana con incidencia política y un enfoque territorial, diferencial y de género. Sin duda alguna este acuerdo fortalece el Estado Social de Derecho y es una consecuencia de la evolución innegable que hemos tenido en las últimas décadas.
Sin apasionamientos y coherente con mi búsqueda personal por la paz, quiero destacar de este Acuerdo lo que nos une a la mayoría. Lo primero es la Reforma Rural Integral, una propuesta que pocas personas pondrán en tela de juicio por la innegable necesidad de volver la mirada al campo y reorientar la inversión estatal hacia el desarrollo de infraestructuras y tecnologías, educación, salud, estímulo a la productividad, acceso a oportunidades y lo que es más significativo la distribución de 3 millones de hectáreas durante 10 años a través del Fondo de Tierras, una afrenta contra la vergonzosa estadística según la cual el 1% de las familias ricas en el campo son dueñas de aproximadamente el 60% de la tierras aptas para producir, una concentración de poder económico y político que ha tenido en la pobreza e inequidad a cientos de colombianos.
Lo segundo que considero nos une, son las víctimas. Independiente de estar a favor o en contra del Acuerdo coincidimos en la importancia de reparar y de garantizar la no repetición de ser víctima en Colombia. En este punto valoro el enfoque que pasa de reconocer la condición de víctimas a reconocer la condición de ciudadanos con derechos y también resalto la estructura institucional que plantea una serie de instancias que permitirán emprender un camino de verdad, justicia, reparación y no repetición, entre las cuales está la Jurisdicción Especial para la Paz, que se encargará de investigar y sancionar a las Farc de acuerdo al delito cometido, la unidad especial para la búsqueda de desaparecidos en el marco del conflicto armado, la reparación integral por parte del Gobierno y de las Farc y la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la garantía de no repetición. Cabe anotar que este Acuerdo es fruto de la participación directa de 3000 víctimas y más 17 mil propuestas.
Ahora bien, lo acordado en La Habana es producto de la negociación de dos actores que están en guerra desde hace poco más de 50 años, que por la vía armada ni el uno ni el otro obtuvieron jamás la victoria, es decir, en la mesa se sentaron dos guerreros vencidos. Uno de ellos proclamó desde sus orígenes la toma del poder por las armas y luego de vivir la ola de muerte, dolor, destrucción y atraso que deja la guerra, desde 1982 el Gobierno ha tratado de llegar a una negociación, con la que es quizá la estructura criminal más organizada y compleja de combatir en el país y esta negociación tiene de fondo un reto enorme en términos de confianza, perdón y sobre todo solidaridad con quienes han vivido el conflicto armado y que han sido desconocidos por sus verdugos y por quienes no hemos vivido el conflicto de cerca.
Entonces debemos ser capaces de entender que, si le pedimos a cerca de 15 mil hombres y mujeres que dejen las armas, debemos como sociedad permitir su reincorporación a la vida civil, el trueque es sencillo, armas por oportunidades. Y no entraré en la discusión bizantina del costo de la guerra vs el costo de la paz, porque para mí la vida de una persona inocente caída en un combate no es posible pagarla ni con todo el oro del planeta, dejar un niño huérfano no justifica ningún precio.
Humberto de la Calle lo dijo claramente en su discurso “Seguramente el acuerdo logrado no es un acuerdo perfecto” y con razón lo dijo, porque le falta un pedazo muy importante: la paz en las ciudades y la paz con los demás grupos armados, que pasa no solo por silenciar los fusiles sino por pensarnos una reforma integral en las ciudades, que ataque los factores estructurales de la violencia, en cuyo centro están la pobreza y la inequidad.
Pero de una cosa estoy totalmente segura, este 2 de octubre votaré SÍ en el Plebiscito por la paz y ¿saben por qué? Porque me siento capaz de escribir el pedazo que le falta al acuerdo firmado y porque de ganar el NO sentiría la incertidumbre injusta de jamás conocer el “Acuerdo para la continuación de la guerra en Colombia” porque la guerra no muestra sus apuestas, no es transparente con sus estrategias y porque la guerra le quita vigor nuestras voces y nos enmudece bajo su imperio del miedo.