Cuando leí por primera vez al escritor Efraín Huerta, fue a través de la revista Los agachadosde Rius, en un número titulado ¿Sirven de algo los poetas? una mañana de domingo allá en el Distrito Federal. Me senté a esperar el camión de regreso en la Central Norte rumbo a mi hogar, en Querétaro. La espera estaba contemplada en 20 minutos en lo que uno accedía a los andenes para subirse al transporte con rumbo a ciertos destinos; ahí, sentado con un pie encima del otro, como se sientan los que cómodamente quieren dejar la carga de fatiga de un lado de la pierna, me di a la tarea de ojear aquellos poemitas, que él denominó “poemínimos”. Quería un cigarro para acompañar el momento, pero en esos lugares no se puede fumar, por aquello del respeto hacia los que no fuman debido a la contaminación y al malestar social que ello suscita, aunque en ese sentido los automóviles contaminan más y nadie dice nada, ni aquellos moralistas que se desgarran las vestudiras por un poco de nicotina humeante.
“Los lunes, miércoles y viernes soy un indigente sexual; lo mismo que los martes, los jueves y los sábados. Los domingos descanso.” Sonreí, ya que ese domingo descansé. Enfrascado en la lectura, tomé la seria decisión de investigar más a fondo sobre el autor, fue el objetivo principal que me planteé durante esos minutos y lo anoté en una pequeña libreta cuya portada tenía la imagen de Mictlacihuatl; su nombre quedó escrito con pluma de tinta azul cuasi rota y una caligrafía digna de un manco. Aquellos escritos causaron un gran desasosiego en mí, “No desearás la poesía de tu prójimo” y fui la excepción al mandamiento equis. Llegó la hora de partir, cerré la revista, la puse bajo mi brazo y accedí al camión; dormí durante el camino y al despertar ya me encontraba en las afueras de Querétaro, en la Carretera Federal 57, que comunica la Ciudad de México con Coahuila, pasando por la ciudad donde fui a nacer.
Prometí seguir leyendo a Huerta y dicha travesía decidí comenzarla en cuanto tuviera algo de dinero; aunque casi todo lo saqué de internet durando horas postrando la mirada entre los vocablos, y ahora sí, con un cigarro en la mano. Recordé a poetas como Roberto Bolaño y el infrarealismo, la generación Beat, el movimiento Hora Zero y todo aquello que se me viniera a la cabeza y que alguna vez leí; el cocodrilismo, de Efraín, tenía en común con el infra, del cual también sentía un gran aprecio, tres cosas en común; ambos tenían humor, tenían percepción y por qué no decirlo, eran distintos a Paz, que no reniego de él, pero es grato saberlo.
Cuenta el dato, que en un homenaje a Efraín Huerta, Jaime Sabines comentó que todas las damas se cortejarían del silaoense “si no fuera tan feo el pobre”; me acordé de mí y en un acto de arrebato, tiré el cigarro, eché a reir y encendí otro casi enseguida. Para ser homenaje era un comentario implacable, pero sin duda causó algunas risas como la que tuve el privilegio de entonar.
“Primero que nada: me complace enormísimamente ser un buen poeta de segundo del tercer mundo.” Dice, en ese pequeño poema que he escuchado citar a más de algún bohemio en la periferia; con tal encanto deleita el tímpano y cada cual se lo apropia porque pareciera que es universal, que cualquiera le va y que todos pueden usar. Erasmo de Rotterdam escribiría hace ya algunas centurias: “Una buena gran parte del arte del bien hablar consiste en saber mentir con gracia”. Quizá mentía, quizá decía verdades disfrazadas o sólo, simplemente, no decía nada. Pero tenía arte y tenía gracia.Cada escrito carga con una dosis de cierto encanto desenfrenado e irreverente, es el Mayakovsky de su época, de su localidad escuchaba decir; pero no, era Efraín Huerta, uno fuera de Silao, del Distrito, uno que salía de las entrañas de cada historia personal que le daba subsistencia y en mi caso, motivos para seguir a Baco en mareos y despilfarros nocivos, o hasta en mis noches solitarias, porque no hay placer más solitario y gustozo que el de coger un libro de frente y hacerle el amor por verso, por párrafo, por página.
Efraín Huerta es uno de esos escritores que uno lee un domingo en la mañana en el Distrito Federal; no pude dejar de clavar la mirada sobre aquellos escritos que me divertían y me hacían reflexionar, excepto cuando tuve que dormir; el resto del tiempo fue inevitable no pensar en ello. Tiempo después, acudí a alguna de las pocas librerías de la ciudad preguntando por algún poemario sobre el autor, la negativa fue constante: “-¿Tiene algún libro de Efraín Huerta?”, “-¿Cuál buscas?”, “-¡El que sea!”, “-Pues fíjate que no lo tenemos, pero salió la nueva edición de Twilight a un muy buen precio”. Ya con los pasos cansados y algunas librerías visitadas, con el sol ocultándose del mundo occidental, encontré “Los hombres del alba” en el ocaso. Me emocioné, lo olí y acaricié la pasta con tal estilo, que si hubiera tenido novia, los celos habrían salido a flote al mirar mis dedos juguetear junto a mi cara de placer desmedido. Guardé el libro en mi mochila; ¿bolsa de valores? ¡no! Mochila de tesoros: un libro, una libreta y unos cigarros. Tomé la ruta de regreso a mi hogar, emocionado, pensé en comprarme algunas cervezas e imaginé la música de fondo para acompasar el momento; era sábado de fiesta: un libro, unas cervezas y mis ojos bailando de lado a lado, de arriba hacia abajo al ritmo de aquellas letras conjuntadas; ¡qué deleite!.
Leí apasionadamente aquel escrito y desde entonces me convertí en un seguidor fiel del “cocodrilo”; casi me compro unas botas de dicha piel y una playera tipo polo Lacoste, para hacer juego. Me aprendí algunos poemínimos y fragmentos de otros poemas para declamarlos en la cálida embriaguez de las noches que prometen risas y llantos; conquisté corazones al nuevo estilo, “Salido el poema no se acepta reclamación” ¡pero qué diablos iba yo a reclamar! si gracias a ello besé a una dama en aquellas sombras; pasé mis labios y saliva en aquella geografía sudorosa de relieves y montañas, paisaje exquisito y cielo despejado. Gracias cocodrilo.
Sin duda, Efraín Huerta es uno de los más grandes poetas que ha dado este ombligo de maguey, el aporte que sus letras dieron a la literatura nacional, incluso latinoamericana merece la presencia en toda antología poética, así como una referencia para todo lector que incursiona en el mundo de las letras. La magia de su expresividad, es una combinación entre certeza e imaginación, que refleja el humorismo y la sinceridad de una realidad ensimismada, huérfana, que habita en el desasosiego. “…y compadezcamos a Dios, que tampoco vio nada”.
Al margen de la convencionalidad que adormece, se declara a sí mismo “desordenado”, como una virtud ante el tedio académico; un sentido del humor característico del que también denomina “antipoético”. Con esa especificidad que es él y su ingeniosa forma de definir, declara esta perspectiva lírica a manera de advertencia: “Creo que cada poema es un mundo. Un mundo aparte. Un teritorio cercado, al que no deben penetrar los totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los líricamente desmadrados.”
Su epitafio lo escribiría en 1970: “A las/ Honorables/ Autoridades/ Marítimas/ Celestes/ Y terrestres/ No/ Se culpe/ A nadie/ De/ Mi/ Vida.”.
Adiós, poeta.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-b-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-prn2/t1.0-9/1510529_1416364148621446_1897254464_n.jpg[/author_image] [author_info]David Álvarez Vázquez Estudiante de Sociología de la Universidad Autónoma de Querétaro, México. Actual investigador sobre movimientos sociales con grupos campesinos e indígenas de la región. Integrante y co-fundador del Colectivo Kopitzin, grupo que trabaja con la apropiacion de espacios para difusión cultural. Columista del suplemento Voz Zero y pensador periférico «desde abajo». Tiene un proyecto personal llamado: «Raíces Subversivas» como el convencimiento de la función social de la escritura. Seguidor del EZLN y estudiante de la Escuelita Zapatista, amante del café, el jazz, la reivindicación del «otro» sometido, de la lengua y cosmovisión náhuatl, los movimientos anti-sistémicos y otras perversiones. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]
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