“Es imposible pensar en los problemas educativos sin pensar en la desigualdad. Es como “el huevo y la gallina”, ¿nuestros bajos índices educativos son producto de la desigualdad o hay desigualdad porque muchos latinoamericanos no acceden a un buen nivel educativo?”
Para varios países de América Latina, 2023 es un año electoral. Y, como es costumbre, se vuelven a poner en discusión ciertos temas (una discusión que resulta más mediática que fáctica). La educación es uno de ellos.
Y hablar de educación, termina siendo hablar de índices más que de hechos. Índices que traen discusiones acaloradas en toda nuestra región. Con resultados que no parecen mejorar, el tema se convierte en parte importante de la agenda mediática de la región. Ante una realidad preocupante, la respuesta suele ser es la búsqueda de un culpable.
Hay quienes endilgan la culpa a los docentes, los acusan de no estar preparados, de no querer acomodarse al mundo actual. Otros, en cambio, tiran toda la responsabilidad en el Estado y la falta de inversión, algunos incluso dirigen las miradas acusadoras a la pérdida de autoridad de la institución familiar.
Sin embargo, Latinoamérica sigue sin poder resolver los graves problemas. Los resultados de las últimas pruebas PISA[1] de 2018, nos muestran una situación de estancamiento, e incluso de involución. La evaluación llevada a cabo por Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA, Programme for International Student Assessment) cada tres años, evalúa el desempeño de alumnos y alumnas de 15 años de distintos países, en lectura, matemática y ciencias.
América Latina viene en claro declive, todos los países participantes obtuvieron resultados inferiores a la media. Los países asiáticos fueron quienes tuvieron mejor desempeño, seguidos por sus pares de países como Estonia, Finlandia, Canadá, Irlanda y Polonia. Sin embargo, es importante notar que sólo el 8,7% del total de los participantes obtuvo un nivel 5 o 6 (de excelencia) en el área de lectura, por lo que se puede inferir que la problemática excede a la región. En general, no hubo avances en esta área en las dos últimas décadas.
En la última prueba, además, se tuvieron en cuenta por primera vez aspectos relacionados a la desigualdad de oportunidades, pudiéndose notar claramente que los alumnos pertenecientes a escuelas de zonas desfavorecidas obtienen puntajes menores.
Si se tienen en cuenta estos resultados, a nivel global, es importante dar luz a dos conceptos. Por un lado, el estancamiento en el área de lectura, posiblemente relacionado con el uso indiscriminado de la tecnología y, por otro, la desigualdad. Y estos no son problemas exclusivos del sur global, sino del mundo entero.
Obviamente los resultados no nos favorecen, estamos claramente atrasados en materia educativa, lo dicen los índices y lo dice la realidad con la que nos topamos a diario en las escuelas.
Sin embargo, tirar toda la responsabilidad sobre los docentes, sobre los sistemas educativos o sobre las familias es ver una parte del problema. Si en los países desarrollados la desigualdad social se transforma en malos índices educativos en las pruebas estandarizadas, el verdadero problema de nuestra región es la pobreza. Es imposible pensar en los problemas educativos sin pensar en la desigualdad. Es como “el huevo y la gallina”, ¿nuestros bajos índices educativos son producto de la desigualdad o hay desigualdad porque muchos latinoamericanos no acceden a un buen nivel educativo?
¿Puede un niño mal alimentado aprender igual que otro que come cuatro comidas saludables? ¿Puede un docente enseñar a alumnos mal alimentados y con pocos recursos? La respuesta está a la vista, la desigualdad se transformará en resultados negativos.
En América Latina tenemos países ricos en recursos naturales pero con una distribución de la riqueza más que desigual y gobiernos que vuelven a las mismas soluciones “parche” una y otra vez. En este contexto, la sociedad, representada por los medios, debe exigir soluciones reales, con planes a largo plazo no supeditados al partido que detente el poder en cada período.
Mejores índices educativos sin igualdad de oportunidades no serían posibles. En este caso, primero estaba el huevo.
Todas las columnas de la autora en este enlace: Karina Insaurralde
[1] https://www.oecd.org/pisa/publications/PISA2018_CN_MEX_Spanish.pdf?forcedefault=true
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