Frontino es un municipio antioqueño ubicado a 149 kilómetros de Medellín y al que puede llegarse por la vía que conduce a Urabá en poco más de tres horas y media. Como tantos otros municipios antioqueños es de vocación minera, ganadera y agrícola y, además, con 1 263 kilómetros cuadrados de territorio es uno de los más extensos del departamento. No obstante, solo se divide en ocho corregimientos, uno de las cuales es Murrí, para donde vamos hoy.
La cabecera de Murrí está ubicada a 60 kilómetros de la cabecera de Frontino, mucho menos de la mitad de la distancia que hay entre este último y Medellín, pero llegar hasta allí se lleva cinco horas (sumadas a las casi cuatro que ya hay acumuladas) por un camino maltratado y que maltrata. En pocas palabras, para llegar a Murrí hay que tener convicción, paciencia y culo de piedra.
Lo primero que genera Murrí es un sentimiento profundo de contradicción: existe, es hermoso y de colores, pero uno no termina de sentirse en Antioquia. Me explico. Por muchos años los antioqueños hemos aprendido a sentirnos grandes: económicamente, socialmente y hasta futbolísticamente, pero de nada sirven la ciudad más innovadora del mundo o la imponencia de Hidroituango cuando uno llega a Murrí, que parece abandonado. Sus poco menos de siete mil habitantes han convivido siempre con la selva, con la violencia y con sigo mismos, porque, en palabras de un gran mujer de la zona, ‘a Murrí nunca había venido nadie a escucharnos; ahora a decirnos que quería ser el diputado de Murrí, menos’, y se nota.
Sus calles son de tierra y sus casas se levantan, algunas sobre madera y sobre ladrillo otras, sobre el más profundo verde que pueda imaginarse. Sus niños sonríen y se sorprenden, como cualquier otro niño, pero sus adultos son más parcos y algunas veces pueden parecer taciturnos. Cuando llegamos nos recibieron dos comitivas, una conformada por las personas que nos esperaban para conversar y otra compuesta de soldados, los que en Murrí son una curiosidad porque por allá poco van. En Murrí no hay señal de celular y en pocos lugares hay señal de televisión, y quizás por eso sus habitantes nos recibieron con toda la atención del caso, tratándonos como si fuéramos celebridades: nos brindaron comida, sonrisas y una muy enriquecedora conversación; lastimosamente estuvimos unos pocas horas en este territorio mágico de las entrañas de Antioquia al que pienso regresar.
Poco más puedo decir sobre Murrí, tal vez que tristemente no es la única comunidad antioqueña que vive esta situación; tal vez que la Antioquia que nos enseñaron a defender comienza en el Barbosa y termina en Rionegro, pero no llega hasta Murrí. Tal vez podría decir que todavía nos falta mucho por hacer por los hijos de las entrañas de Antioquia y que decirse antioqueño desde un apartamento en el sur del Valle de Aburrá o desde una finca en Llanogrande, es muy diferente a decirse antioqueño en las riberas del río Murrí o del Panderisco. Tal vez podría decir, como en un susurro, que no puede ser que un territorio tan rico y tan recordado por las multinacionales, esté tan olvidado por el gobierno departamental.
Pero, aunque podría decir todo eso y mucho más (que dejaré para otras columnas), hoy no escribo para eso, porque escribo es para proponer.
En 1947 nació una idea que pretendía acabar con el analfabetismo en todo el campo colombiano. Prometía llevar la educación y los valores más humanos a las regiones más inhóspitas del país, sin importar la altura de la montaña, la densidad de la selva o la profundidad del valle, y por más de cuarenta año lo hizo realidad. Esta idea, nacida en lo alto de una montaña colombiana, aunque no antioqueña, inspiró ideas parecidas en todo el continente e, incluso, en el sur del continente africano, donde Nelson Mandela la veía como el ejemplo perfecto para replicar en su país, también habitado por cientos de miles de campesinos.
La propuesta que traigo es tan vieja como el siglo pasado pero la hemos relegado en favor de nuevos sistemas más eficientes al procesar y transmitir información, pero menos capaces de llegar a los lugares más lejanos de nuestra geografía que, usted mejor que nadie lo sabe, son difíciles de alcanzar.
Recuperar la idea que por décadas hizo grande a Radio Sutatenza: educar a todos los habitantes del campo colombiano, podría permitirle a todos los niños del departamento el poder continuar su educación en estos tiempos de cuarentena. La radio educativa convirtió un país de analfabetas en un país de radioescuchas interesados en aprender: matemáticas, ortografía, valores y hasta literatura, eran las asignaturas que transmitía Radio Sutatenza durante sus diecinueve horas diarias de transmisión y, aunque la televisión solo se haría masiva en Colombia para la década del 60, ya para 1945 había un radio transistor en básicamente cada hogar de la geografía nacional. Incluso, cuando la emisora terminó (en 1989), fue reemplazada por un bachillerato por radio que más de una década después acabó desapareciendo en favor de una seguridad democrática que comenzaba.
Repliquemos la experiencia de Radio Sutatenza, no solo por radio sino por televisión: Teleantioquia tiene toda la infraestructura para lograrlo. Los contenidos que se están haciendo para redes sociales y televisión, pueden ser adaptados para transmitirse por radio a muchas poblaciones, no solo Murrí, que necesitan seguir educándose e informándose en estos tiempos de Covid19. Pero no nos podemos quedar ahí, ¡no puede bastarnos con contenidos de media hora! Es preciso que se diseñen módulos enteros de estudio que le permitan a todos los hijos de las entrañas de Antioquia poder ejercer su derecho a educarse.
Estos módulos deben abarcar los contenidos que se necesitan para aprobar cualquier materia, de tal forma que las personas que no tienen acceso a internet puedan educarse por televisión, y si no tienen televisor entonces puedan educarse por radio. No puede ser que, en pleno siglo XXI, todavía la educación sea un privilegio de clase, la ventaja de unos pocos que pueden acceder a ella. Hagamos que todos los habitantes de este basto territorio antioqueño tengan derecho a educarse de forma gratuita y efectiva.
Eduquemos a los hijos de las entrañas de Antioquia para que sean ellos mismos los que transformen y desarrollen su territorio.