Ahora que nuestro país atraviesa una hora histórica y que los ojos del mundo se posan sobre nosotros, nos corresponde ratificar como sociedad lo conseguido y construido en el proceso de paz.
Las razones para avanzar en este camino que ya inició saltan a la vista en lugares que siempre vieron de cerca la tragedia de la guerra, como el Hospital Militar de Bogotá, que recibía en promedio 400 soldados por año y este año sólo atendió 30.
La responsabilidad es ahora mucho mayor, pues la fragilidad de la Paz trae para los colombianos el reto de fortalecerla y construirla día a día, garantizando a esta y a las generaciones por venir, que nunca volveremos a los tiempos de muerte y soledad que fueron nuestro yugo por más de 50 años. Y esta responsabilidad implica recordar que fue lo que nos trajo hasta aquí: desigualdad.
Es entonces el momento de apostarle finalmente todo lo que tenemos a la educación, pues esta es el mejor elemento para acabar con las disparidades y consolidar la paz que tanto nos costó y que ahora debemos conservar. El estado actual de la educación pública es precario, desde la básica hasta la superior, nos vemos sumidos en una profunda crisis de recursos que poco a poco asfixian al sistema, lo que va a terminar por obligar a las instituciones que no cuentan con los recursos suficientes del estado a cerrar sus puertas a los estudiantes perpetuando el ciclo de desigualdad.
Universidades como la popular del Cesar, reciben del estado alrededor de 25 mil millones de pesos anuales para ofrecer educación a más de 20 mil estudiantes. Para que usted tenga una idea de lo exigua que es la cifra, piense que la Universidad de Antioquia recibe alrededor de 850 mil millones para atender a una población de 35 mil estudiantes y ni si quiera así le alcanza para cubrir todas las necesidades que le implica impartir un adecuado servicio de educación superior. Cómo entonces se pretende exigir a una institución así que ofrezca calidad, cuando difícilmente se entiende que aún mantenga sus puertas abiertas.
Uno creería que con la actual reforma tributaria se sanearían algunos asuntos, pero a pesar de que se solicitó un punto del gigantesco 19% de IVA que nos metieron a los colombianos, es decir que el 1% sea para educación y permitiera tapar el hueco de alrededor de 800 mil millones que tiene el sistema universitario en Colombia, los congresistas no estuvieron dispuestos a invertir ni el 1%. Seguramente la mermelada que se van a repartir no alcanza para ceder lo mínimo a la educación del país.
Si Colombia le apuesta a ser “la más educada” debe existir coherencia entre las exigencias del gobierno a las instituciones y la financiación que se le otorga a las mismas, la calidad cuesta, pero rinde frutos y tiene la capacidad inconmensurable de transformar vidas y sociedades en algo mejor. Pablo Vera pasó de vender cervezas y agua en la playa a convertirse en doctor de los de verdad (no como médicos y abogados a los que nos referimos así sin serlo), y hace poco se posesionó como Rector de la Universidad del Magdalena. En sus palabras la educación pública de calidad es el mejor ascensor social existente, pues permite que aquellos que nacieron sin estrella, tengan la oportunidad de cambiar su destino y mejorar las condiciones de vida propias y de su familia, la educación pública lo salvó, pero del mismo modo que la educación pública rompe las desigualdades, la ausencia de calidad en esta se convierte en el mayor potenciador de inequidades de una nación, pues profundiza las diferencias sociales entre aquellos que por ejemplo tienen la posibilidad de ir a la capital del país a estudiar en las mejores universidades privadas, frente a los pobres que se ven obligados a permanecer en sus ciudades con universidades desfinanciadas que no tienen para contratar profesores de calidad, ni invertir en la infraestructura necesaria.
Colombia debe apostarle a la educación pública de calidad como elemento consolidador de esa Paz que tanto luchamos, para no repetir los errores del pasado y acabar por fin con las inequidades que dieron como fruto un conflicto de medio siglo.